Hace escasos días tuvo lugar la disputa del encuentro de vuelta de la final de la Copa Libertadores -renombrada publicitariamente como Copa Bridgestone Libertadores-, en la que se enfrentaron Atlético Mineiro y Olimpia de Asunción. El partido de vuelta arrancaba en el estadio Mineirão de Belo Horizonte con una renta de dos goles (2-0 en la ida) para el equipo paraguayo. Un gol tras semifallo de Jô, y otro a pocos minutos del final tras cabezazo de Leonardo Silva, forzaron la prórroga y permitieron a los locales proclamarse campeones después de la tanda de máximo castigo (4-2).
De esta forma, Atlético Mineiro se convierte en campeón de Sudamérica por primera vez en su historia, y erige a un futbolista en ídolo por encima de los buenos complementos que tiene este equipo -Jô, Bernard, Josué, Tardelli…-. Ese futbolista no es otro que Ronaldinho.
El Gaúcho, lejos ya de ser ese jugador que fue hace no tantos años y que dominaba Europa con su sonrisa y su magia, es ahora un jugador maduro, que conoce las limitaciones de su juego -o, mejor dicho, de su físico, porque su magia se mantiene indeleble a sus bendecidos pies-, que ha apostado por ser estrella en un club que ha resurgido gracias a su figura, que ha asumido el mando en forma de brazalete, que ha luchado por hacerse un hueco en la historia de la máxima competición sudamericana al igual que lo hizo en la europea, y que ha sudado sangre (dos remontadas y dos tandas de penalties) para conseguirlo.
Gracias a ello, ha alcanzado de golpe y porrazo dos récords: uno es entrar en el selecto club de jugadores que han conseguido ganar la Libertadores y la Champions League (ganada en 2006 con el Barça en París); el segundo, entrar en otro aún más selecto para el que además se requiere ser ganador del título mundial y continental a nivel de selecciones (Copa del Mundo y Copa América).
Pero si hay un club selecto es el que él mismo inauguró en la pasada madrugada. Ningún premiado con el máximo galardón a nivel individual (Balón de Oro) había conseguido hasta ahora ganar Champions y Libertadores. Eso sitúa al Gaúcho en el nivel de leyenda del fútbol si es que no lo estaba ya.
Ronaldinho, el Gaúcho, el brujo, el de Porto Alegre, esa sonrisa infinita que alegró al Barça más triste y cabizbajo de los últimos 20 años. Que consiguió ser la semilla de un equipo que ya sin él alcanzó la excelencia futbolística y que hizo navegar al Barcelona por la etapa más laureada de su historia. Ese futbolista diferente, que tenía siempre la gambeta, el disparo, el pase o el detalle más insospechado por el que la gente reconocía incrédula cómo el precio de la entrada se quedaba pequeño ante semejante talento de la naturaleza. Un futbolista a la altura de los más grandes de la historia y que al máximo nivel ha sido tan grande como estos. Una sutileza que dominaba todas las suertes del mundo del balón, que cuando aunó el físico y la actitud a su consabida clarividencia con el balón en los pies, fue uno de los jugadores más imparables -en el sentido más literal de la palabra- que se recuerdan en el planeta fútbol. Una llama de fútbol que quizás se apagó antes de lo debido, pero quedará siempre en la memoria del aficionado, como su gesto de manos alzadas mostrando sólo el pulgar y el meñique, o su sonrisa desgarbada que descubría la dentadura más admirada del mundo del fútbol. Una sonrisa que recupera -si es que alguna vez la perdió- a sus 33 años, ganando un título que faltaba en su extenso palmarés. Un jugador que dignifica el ’10’ que ha lucido como campeón de Europa y como campeón de Sudamérica.
Ahora, en el ocaso de su carrera pero con rejuvenecidas ganas, se prepara para el asalto del único título importante que aún no ha ganado. Será el próximo diciembre durante la Copa Mundial de Clubes y se lo disputará más que probablemente contra el Bayern de Munich de Pep Guardiola, quién no quiso ser su entrenador en el Barça, quién le dejó en la cuneta y a las puertas de un triplete que habría sido la guinda de su paso por Barcelona y que, cosas del fútbol, va a tener que vérselas con un Gaúcho que si bien estará en inferioridad ante tal súper equipo, no estará lejos de ninguna de las estrellas que habrá sobre el campo, porque él, por presente y por pasado, es ya una leyenda del fútbol.
Y en su «Belo Horizonte» se vislumbra un objetivo más grande aún, el Mundial 2014 en su país natal. Mientras tanto, intentemos seguir disfrutando de esa llama que aún destella con fuerza por momentos hasta que se apague definitivamente: La llama del Brujo.
4 Comentarios
Que gran artículo J.Ortega!!
Magnifico articulo del Gaucho, enhorabuena!
Grandísimo artículo
No hay palabras para describir el artículo; tampoco las hay para la grandeza de aquel que, para mí, es el mejor de la historia: El Gaucho.
Saludos desde México.