Era nuestra última noche en Londres. El viaje de mis sueños llegaba a su fin y tenía la sensación de que me faltaba algo. Aquella tarde la habíamos pasado visitando la famosa Saint Paul’s Cathedral aunque, por culpa de la lluvia, no pudimos disfrutarla como merecía. No sabíamos dónde ir para despedir el viaje. A mí me hacía ilusión ver Craven Cottage (el estadio del Fulham F.C., uno de los equipos con más tradición de Inglaterra) y Tania lo sabía. Ella me insistió en ir, pero a mí me sabía mal llevarla hasta allí en nuestra última noche y encima con aquel temporal. Estábamos lejos. Miramos el reloj, las 19:03. La lluvia empezaba a calmarse. Por casualidades de la vida, Betis y Fulham iban a jugar un amistoso a las ocho y sabía que quizás nunca más iba a tener la oportunidad de ver el interior del maravilloso Craven. No sé como pero, de repente, estábamos en la línea verde del metro en dirección hacia allí. Tania me convenció. O quizás la convencí yo a ella, no sé. La cuestión era que iba a visitar el estadio más acogedor de todo Londres y estaba emocionado.
Nos bajamos en la estación West Brompton, tal y como tenía apuntado en mi libreta. Era una libreta pequeña, de un color rojo desgastado, la cual había elaborado antes de viajar apuntando direcciones de lugares que quería visitar. Me estaba siendo más útil de lo que había imaginado. Ya no llovía. Al bajar vimos la Earls Court, una especie de pabellón donde se celebraban todo tipo de eventos. En mi libreta ahora decía que teníamos que coger el bus, el 220. La calle estaba cortada por obras y por allí no pasaba ni un solo autobús. Para colmo, la lluvia volvía a aparecer. Empezaba a ponerme nervioso. Estábamos a punto de dar media vuelta pero al final decidimos caminar hasta el siguiente cruce y preguntar. Era nuestra última bala. Por suerte, un hombre menudo pero con una voz muy grave nos indicó a la perfección donde podíamos coger esa línea. Estaba al lado. Llegamos y ¡le quedaban tan solo dos minutos! Nuestra suerte había cambiado totalmente en un momento. Nos subimos a ese enorme autobús de dos plantas en dirección a Willesden Junction. 17 minutos, 10 paradas tenía yo apuntado. Si todo iba bien, tenía que ser tal cual…
Y así fue. Ni uno más ni uno menos. Estábamos por fin en Kingwood Road y además sin lluvia. La parada estaba en la calle principal, pero ahora debíamos meternos por las silenciosas calles de dentro, llenas de preciosas casas adosadas. Me recordaba mucho al barrio donde se encontraba nuestro hotel, en Clapham. Pero este era aún más encantador, si cabe. Andamos un par de manzanas y empezamos a escuchar algo de ruido. Ruido típico de fútbol, ese sonido inconfundible, pero a la vez la tranquilidad seguía reinando en ese bonito barrio del área de Fulham. Andamos una manzana más y al fin llegamos.
Veinte libras cada entrada, nos dice la mujer de la taquilla. Era demasiado. No podíamos dejarnos ahora casi cincuenta euros en ver un amistoso entre dos modestos equipos. Pero lo tenía enfrente. ¿Me iba a quedar sin ver el interior de Craven Cottage a pesar de tenerlo delante? Estaba a escasos metros. De hecho, podía tocar su fachada. No podía ser. No y no, me negaba. Entonces, me acordé de todos esos niños que entran en el Camp Nou una vez acabado el partido. Esos niños con los que me tropiezo al salir de estadio culé, esos niños molestos que se meten sigilosamente entre la muchedumbre y entran a ver el Camp Nou cuando el partido ha finalizado. No ven el partido, pero están un rato dentro haciéndose fotos hasta que cierran y los seguratas les vienen a echar. Se lo explico a Tania. ‘Estás loco’, me suelta, mientras dibuja una pícara sonrisa de aprobación en sus labios. Íbamos a ser como los niños que se «cuelan» en Barcelona. Íbamos a ser los niños de Londres. Los niños del Craven Cottage.
Quedaba una hora y media para que finalizara el partido y teníamos que hacer tiempo. Unas cuantas fotos por fuera del estadio, con la estatua del eterno Johnny Haynes… es todo muy bonito. No pudimos fotografiar la polémica estatua de Michael Jackson (de hecho, ya no está, la quitaron un mes después de nuestra visita) ya que quedaba en el otro lateral del estadio. Aún era pronto y decidimos entrar en un parque que había justo al lado. Estaba bastante oscuro y vacío y apenas había un par de personas paseando al perro y haciendo footing. Tania no quería entrar pero al final cedió, y menos mal. El parque tenía un mirador precioso con vistas al Támesis. Se estaba de maravilla. De fondo, escuchamos enloquecer a la grada con el gol de Sidwell, aunque de esto me enteraría después. Dando una vuelta nos cruzamos con aficionados béticos sin entrada para el partido y charlamos un poco con ellos. Les explicábamos nuestra historia y sonreían.
Miro el reloj, las 21h. Ahora empieza la segunda parte, me digo a mí mismo. Al cabo de poco tiempo escucho otro «goool», esta vez más a la española. Algo me dice que el Betis ha marcado. Efectivamente, luego me enteré del gol de Nosa en el 53. Ya quedaba menos, pero Tania necesitaba ir al baño. Nos acercamos a la calle principal, donde la parada del bus, y entramos en una especie de bar. Escucho hablar a una chica y ¡era argentina! Habíamos entrado en un bar argentino sin darnos cuenta. Me pido una Coca Cola mientras Tania va al baño. ‘Serán tres libras’, me dice la chica con su dulce acento. ‘Mejor que el de Messi‘, murmuro en voz baja. Llega Tania y me ayuda a acabarme el refresco, mientras bromeo con que casi nos hubiese salido más barato pagar la entrada. Charlamos un rato en español con la chica y un camarero y nos volvemos dirección Craven Cottage. De camino vimos el famoso Tesco, el cual bautizamos como «el Mercadona de Londres», ya que estaba en todos lados. Entramos a por unas pastas, empezábamos a tener hambre. Ahora sí, era la hora de llevar a cabo nuestro pequeño plan.
Estamos parados enfrente de la estatua de Haynes mientras oímos el pitido final. Se abren las puertas y empieza a salir gente. Y más, y más. Nos miramos, ahora o nunca. Echémosle morro. La cojo de la mano y me dirijo con firmeza hacia la puerta. El segurata ni nos mira. ¡Estamos dentro! No lo podía creer. Por fin lo habíamos conseguido. Vamos rápidamente hacia la primera boca que vemos y ¡tachán!, era la zona de los aficionados del Betis, que seguían cantando y haciéndose fotos. Saco la cámara y empiezo a hacer fotografías yo también. The Johnny Haynes Stand, The Cottage Pavilion, Riverside Stand… hago mil fotos de todas las partes del campo, mientras vemos pasar a los futbolistas por el túnel de vestidores a escasos metros de nosotros. Me siento nervioso y a la vez emocionado. El estadio es acogedor, fantástico. Desde ese día, el Fulham ganó dos seguidores más, dos Cottagers barceloneses.
A los diez minutos nos empiezan a echar, están cerrando. Salimos apurando para hacer las últimas fotos al bonito césped. Al salir la calle está tranquila, menos una esquina, la esquina por la que salen los jugadores visitantes. Cientos de seguidores béticos esperan a la salida a sus jugadores, aclamándoles y cantando sin cesar. Nos animamos y nos unimos. Siento que empiezo a cogerle también cariño al Betis. Parece que es el día de enamorarse de equipos. Sale algún que otro jugador, pero hay demasiada gente como para acercarme a hacerme una foto. No pasa nada, ya estoy feliz.
Se hace tarde y no sabemos a qué hora pasa el último autobús así que decidimos volver. Le quedaban 11 minutos. En ese rato me viene a la cabeza que no me he comprado ningún recuerdo del Fulham en la tienda. Soy tonto. Me cabreo conmigo mismo y por lo despistado que soy. Me hubiese gustado comprarme cualquier tontería para tenerla en la habitación en recuerdo a Craven Cottage. Tania me dice que me imprimirá una de las fotos que hemos hecho y la colgaremos en la estantería. Solo ella sabe tranquilizarme.
Llega el autobús y subimos junto con algún que otro aficionado verdiblanco. Nos acomodamos al fondo y justo delante se sientan dos trabajadores del estadio, bien vestidos con un traje negro y con el escudo del Fulham en el pecho. Parecen de origen iraní. El más regordete se afloja la corbata mientras habla en un inglés muy extraño. Acaba quitándosela y la deja sobre el asiento mientras se despide de su compañero, que baja en esa parada. El hombre se queda dormido y tres o cuatro paradas después se despierta alterado y vemos cómo se dirige airadamente hacia el conductor. Intercambian un par de palabras y el iraní se baja, bastante enfadado, en la siguiente parada. Tania me mira sonriendo pero no entiendo que pasa. Veo que estira el brazo hacia los asientos de delante y saca una corbata. Una elegante corbata negra, roja y blanca; los colores del Fulham, con el escudo del club inglés en ella. ‘Toma, tu recuerdo de Craven Cottage’, me dice con su dulce voz mientras me pone la corbata. El destino me dio una segunda oportunidad de tener un recuerdo, un «souvenir» de aquel maravilloso sitio y, por suerte, la aproveché.
Ahora, tras escribir esta historia, si algún día llega a manos de aquel trabajador iraní, espero que no venga a reclamarme la corbata. Aquello que para él era un simple complemente de su uniforme de trabajo, para mí ahora es mi más valioso tesoro de aquella visita al templo del Fulham. Es la corbata de Craven Cottage.
5 Comentarios
Para mi la mejor de las historias hasta el momento!! Brutal
Gracias! Para mi también es mi preferida la verdad
Enorme historia. Londres respira fútbol con Arsenal, Chelsea, Tottenham, Crystal Palace, West Ham, Charlton, Millwall, QPR y por supuesto, el Fulham. Creo que Craven Cottage es el estadio mas auténtico de toda Europa
Sin duda, es la ciudad del fútbol, me encanta. ¡Muchas gracias!
Excelente nota. Saludo desde la tierra de Messi y Maradona. Al colega, espero que se haya recibido. Le haría un bien a este periodismo. De lo mejor que he leído.