Riquelme: cuando correr es de cobardes
Hace hoy un mes se producía una de las separaciones más dolorosas de los últimos tiempos: Juan Román Riquelme y su amada pareja, la pelota, rompían definitivamente unas de las más bellas historias de amor jamás contempladas.
Decía adiós a las canchas futboleras uno de los mejores ‘10’ que ha dado el fútbol, y lo hacía de una manera más que digna: lejos de acabar su carrera arrastrándose por ligas de medio pelo a cambio de cantidades estratosféricas, Riquelme dejaba el fútbol siendo una pieza fundamental en el ascenso de Argentinos Juniors a la Primera División de Argentina.
A sus 36 años, Román —como a él le gustaba que lo llamaran, especialmente desde su infausto paso por el Camp Nou— había perdido la pasión por ese trozo de cuero que con tanto mimo había tratado durante las casi dos décadas que estuvo en activo. Y es que el mediapunta argentino, un romántico de los que ya no quedan, nunca había sido hombre de jugar a los embustes ante su fiel compañera.
De niño en los campos de tierra, a hombre en ‘La Bombonera’
Riquelme había crecido en las canchas de uno de los barrios de la modesta ciudad de Don Torcuato, al norte de Buenos Aires; allí, y a escondida de su madre, el pequeño Román comenzaba a hacer diabluras con el esférico en sus pies, entre escaqueo y escaqueo de las soporíferas sesiones de catequesis.
Todavía en edad infantil, la magia de Riquelme parecía no ser compatible con sus dedicaciones académicas, lo que llevaría al infante torcuatense a abandonar los estudios para continuar subiendo escalones en las categorías inferiores de Argentinos Juniors. Y desde ahí le llegaba a Román el tren del Boca Juniors, club del que tanto él como su familia habían sido hinchas toda la vida.
Con el gran Diego Armando Maradona dando sus últimos coletazos como futbolista —precisamente, en el último partido de ‘El Pelusa’ como jugador profesional (River-Boca), fue Riquelme el encargado de entrar a sustituirlo—, un enjuto y descarado joven, que no sobresalía por su fortaleza física ni por su velocidad, pero que la tocaba como nadie, comenzaba a deslumbrar en el verde del Estadio Alberto José Armando, conocido popularmente como ‘La Bombonera’: Román para los más allegados, Riquelme para el resto.
Carlos Bilardo, que contaba por aquel entonces con estandartes de la talla del citado Maradona o del mítico atacante Claudio Caniggia, no había dudado en dar la alternativa al joven Román una vez iniciado el Torneo Apertura de 1996, en un encuentro frente al Club Atlético Unión en feudo ‘xeneize‘. Y a partir de ahí, a Riquelme le viene a todo de golpe: se consagra como pieza fundamental del conjunto de Buenos Aires, deslumbrando en cada una de sus actuaciones con el uniforme azuldorado y alcanzando unas cifras goleadoras importantes que, además, se verían recompensadas con la consecución del Apertura de 1998 y el Clausura de 1999. Comenzaba la gloriosa etapa de Carlos Bianchi al frente del club porteño.
“El juego de Román es como poner un escalope encima de la pelota y empezar a amasarla de un lado para el otro” Carlos Bianchi
Y si el siglo XX había acabado de forma espléndida para Juan Román Riquelme, el nuevo milenio comenzaría de una forma inmejorable: con la consecución de la Libertadores, el Apertura, y aquella inolvidable final de la Copa Intercontinental en la que, junto al ‘Loco’ Palermo, el ‘10’ del Boca logró poner contra las cuerdas a un recién nacido ‘Madrid de Los Galácticos’, comandado por un Luís Figo a quien el propio Román, a petición de su madre, acabaría solicitándole, al término del encuentro, uno de los más míticos intercambios de camisetas que se han podido ver.
Paso fugaz por Barcelona
Después de seis temporadas en la liga argentina, a Riquelme le tocaba despegar rumbo a Europa: en julio de 2002, un FC Barcelona defenestrado por culpa de la nefasta gestión presidencial de Joan Gaspart —que incluso se había visto obligado a repatriar al controvertido ‘Louis’ van Gaal tan sólo dos años después de su salida del club por la puerta de atrás— incorporaba, previo pago de once millones de euros, al mediapunta argentino, en un desesperado intento por dar un golpe de efecto que lograra tapar la sequía de títulos que asolaba las vitrinas del Camp Nou desde hacía tres temporadas.
“Usted es el mejor jugador del mundo cuando tiene la pelota. Cuando no tiene la pelota, jugamos con uno menos”, fueron las palabras de bienvenida que estimó brindarle, ya en privado, su nuevo entrenador, tras la presentación del crack argentino como nuevo jugador del equipo azulgrana; desde el primer momento ya se atisbaba que el exigente técnico holandés iba a solicitar al jugador argentino un despliegue físico que éste —poco amigo de correr sin el balón en los pies— ni podía, ni quería, ni necesitaba dar.
Las cosas nunca fueron sencillas para Román en Barcelona: a pesar de que el crack argentino no tardó en casar con la grada del Nou Camp —incluso los hermanos David y José Manuel Muñoz, los conocidos integrantes del dúo Estopa, fieles seguidores ‘culés’, dedicaron una canción al astro argentino—, lo cierto es que ni Louis Van Gaal primero, ni el serbio Radomir Antić después, lograron encontrar un sitio a la estrella argentina en el once azulgrana, de donde sólo logró partir como titular en contadas ocasiones durante su primera y última campaña en tierras catalanas.
Estandarte en el Villarreal
Con la llegada de Frank Rijkaard al banquillo del Camp Nou, y la de Ronaldinho como nueva estrella ‘culé’, para Riquelme se desvanecía una oportunidad: la de triunfar en el Camp Nou. Esto, como siempre que se cierra una puerta, iba a significar la apertura de otra que, a la postre, encajaría perfectamente con la sencillez de Román.
El empresario Fernando Roig, en su empeño por continuar armando un Villarreal grande, acordó con el FC Barcelona la cesión por dos años, con opción de compra, del jugador argentino que, aunque no lograría reencontrarse en Villarreal con su compatriota Martín Palermo, recién incorporado al Betis ese mismo verano —tras haber sido fichado dos temporadas antes para liderar, sin éxito, el ambicioso proyecto amarillo—, sí coincidiría con Rodolfo Martín Arruabarrena
Alejado ya de los grandes tumultos de Buenos Aires y Barcelona, Riquelme comenzaba una nueva etapa, no sólo futbolística, sino también vital, en la tranquila ciudad castellonense, donde su bautismo como ídolo sería cuestión de tiempo.
En la temporada 2003-2004, el Villarreal, tras lograr alzarse con la Intertoto —cuya consecución daba derecho a jugar la Copa UEFA—, disputaría una competición europea por primera vez en su historia. Aquella temporada acabaría con Riquelme convertido en ídolo indiscutible de El Madrigal, y con una meritoria 8ª posición para los amarillos, que volvería a permitirles, de nuevo vía Intertoto, estar presente en la segunda competición europea de clubes.
Ya en su segunda campaña en Villarreal, tanto club como jugador confirmarían definitivamente su condición de “grandes”: Riquelme lograría superar sus mejores registros de goles y asistencias —fue el mejor pasador de Primera en la 2004/2005—, contribuyendo de forma determinante, junto a Diego Forlán, a la increíble 3ª posición alcanzada por los amarillos al término de la temporada.
Visto el excelente rendimiento de Román, el Villarreal decide entonces ejercer la opción de compra pactada por el jugador, y abona al FC Barcelona siete millones de euros (más tres si los castellonenses lograban clasificarse para disputar Liga de Campeones la siguiente temporada) por el 80% del pase del futbolista argentino.
Luego llegaría la histórica 2005/2006, con un Villarreal espectacular que logró plantarse en las semifinales de la Champions, donde cayó dolorosamente frente al Arsenal con aquel fatídico penalti, errado por el propio Román, ante Lehmann en el minuto 88 del partido de vuelta, que habría permitido a los de Pellegrini forzar la prórroga para lograr la machada, y enfrentarse al FC Barcelona en lo que podría haber sido una bellísima final española.
No imaginaba Riquelme (o quizás sí) que ahí comenzaría a fraguarse el final de su etapa como jugador del Villarreal.
Mundial de Alemania 2006
Como no podía ser menos, después del nivel de juego y la regularidad mostrada por el mediapunta del Villarreal, José Pékerman no dudó en asignar a Riquelme el rol de líder, el de ‘10’ del combinado argentino, para la disputa del Mundial de 2006, disputado en tierras germanas.
Allí, con un Leo Messi recién salido del cascarón, tanto Riquelme como la selección Argentina completaron brillantemente la fase de grupos y el encuentro de Octavos frente a México: el argentino regaló 5 asistencias y actuaciones estelares en los 5 partidos disputados por la ‘Albiceleste’ en la cita mundialista, hecho que se vería finalmente empañado por la dolorosa eliminación —en la tanda de penaltis y ya sin Román en el terreno de juego— en Cuartos de Final frente al combinado anfitrión.
Tras la decepción mundialista, Riquelme decidió renunciar a la selección Argentina indefinidamente. Su decisión estuvo motivada por las excesivas críticas post-Mundial recibidas por el argentino, que habían provocado incluso el internamiento hospitalario de su madre en dos ocasiones; tratándose de un tipo tan volcado hacia la familia como Román, resulta evidente pensar que la decisión fue bastante sencilla de tomar.
Últimos coletazos como amarillo y cesión al Boca Juniors
A pesar de haber completado con aparente normalidad los cuatro primeros meses de competición liguera, desavenencias del jugador con la directiva y con el entrenador del conjunto castellonense tras el parón invernal —concretamente, se debieron a la duración de las vacaciones navideñas— provocaron el aislamiento del futbolista argentino que, aunque continuó entrenando a las órdenes de Manuel Pellegrini, sabía que no volvería a enfundarse la elástica amarilla nunca más.
Por suerte para el futbolista argentino, Fernando Roig llegaría a un acuerdo con la directiva del Boca Juniors para devolver, a través de un contrato de cesión hasta junio, al futbolista argentino al club donde debutó como profesional.
En su vuelta al club ‘xeneize’, Román sería, una vez más, pieza clave en la consecución de la Copa Libertadores lograda por el equipo argentino en junio de 2007, donde Riquelme regaló al aficionado ‘bostero’ actuaciones estelares, anotando además un gol en la ida y otros dos tantos en la vuelta de aquella Final frente al conjunto brasileño Grêmio de Porto Alegre.
Riquelme volvía a saborear lo que significaba lograr un título importante con el club de su corazón, pero tocaba bajarse de la nube: era hora de retornar a Villlarreal.
Copa América 2007
Inmediatamente después de lograr la Copa Libertadores con el Boca Juniors, y antes de retornar a España, Riquelme tenía la misión de llevar a la selección Argentina a conquistar la Copa América de 2007, disputada en Venezuela. No obstante, a pesar del excelente juego desplegado tanto por Román —con actuaciones estelares y sólo por detrás de Robinho en la tabla de goleadores— como por la ‘Albiceleste’ durante el campeonato, los argentinos caerían derrotados en la Final del torneo por un doloroso 0-3 ante su eterno rival: la Brasil de ‘Dunga’.
De marginado en Villarreal, a ídolo de nuevo en el Boca Juniors y Oro Olímpico en Pekín
En su retorno al club amarillo, el panorama parecía no haber cambiado ni un ápice: “Veo difícil que vuelva. Fue una decisión mía: no acató nuestra decisión por el tema de las vacaciones en fin de año, y el principio de autoridad es algo que nunca cederé. Siempre le exigí lo que le creía capaz de dar y no quiso responder a ello y, para mí, eso es algo imperdonable. Hoy, el Villarreal ya juega sin él“. Tales fueron las declaraciones del técnico chileno tras la vuelta del jugador argentino a la ciudad castellonense.
Así, después de 6 meses del futbolista sin jugar, y tras innumerables “tira y afloja” entre jugador y Villarreal por un lado —Riquelme llegó a rechazar una oferta procedente de Qatar y dos realizadas por clubes de Champions—, y entre Villarreal y Boca Juniors por otro, el club argentino lograba, a cambio de 12 millones de euros, el ansiado retorno del futbolista que le había dado los mayores éxitos de su historia reciente: Juan Román Riquelme, que volvería a ejercer como ‘bostero’ en su preciado estadio de ‘La Bombonera’.
Pero el retorno de Román a su hogar no sería la única buena noticia: pocos meses más tarde, el argentino lograba el Oro Olímpico con la ‘Albiceleste’ de Sergio Batista en los JJ.OO de Pekín 2008, capitaneando a un equipo que contaba con Mascherano y ‘Nico’ Pareja (además del propio Román) como jugadores mayores de 23 años.
Ya con el Boca Juniors, también en 2008, y con los Palermo, Rodrigo Palacio o Viatri como destinatarios de lujo para los precisos envíos del majestuoso mediapunta, lograría Román conquistar la Recopa Sudamericana y el Torneo Apertura: últimos títulos antes de la crisis deportiva que asoló al Boca Juniors desde 2009 y que acabó en 2011, con la conquista de un nuevo Torneo Apertura. Ya en 2012, lograría Román su último título como jugador del Boca Juniors: la Copa Argentina.
En su nueva etapa con el club argentino, Riquelme había vuelto a encontrarse consigo mismo, recuperando el nivel que siempre había mostrado y convirtiéndose en eterno para los hinchas ‘xeneizes’, que llegaron a impulsar una campaña para inmortalizar, a través de una estatua en el Museo de la Pasión Boquense, al astro argentino, en julio de 2011. Sin embargo, un año después, tras no haber visto nunca voluntad suficiente para su renovación por parte de la directiva y después de perder la final de la Libertadores frente al Corinthians brasileño, Riquelme anuncia que deja la disciplina del Boca, asegurando que se siente vacío y sin nada más que ofrecer al club, a pesar de que la afición ‘xeneize’, versionando la conocida canción del cantautor argentino León Gieco, pide incesantemente al jugador —al grito de “Sólo le pido a Dios que se quede Juan Román Riquelme”— que permanezca eternamente en el club que les une.
Cuando el corazón vence a la cabeza
Casi ocho meses después de la marcha del emblema del Boca, la directiva del club —con la ayuda inestimable, como siempre, de la calurosa afición ‘xeneize’— logra convencer, tras dos intentos frustrados, a Román para que vuelva a su casa.
Román, que nunca había sido de dar un “no” por respuesta a los suyos, volvía (por cuarta vez) al club de su vida, donde se reencontraría con el entrenador más importante de su carrera, Carlos Bianchi, que había retornado al club a finales de 2012.
Pero, si segundas partes nunca fueron buenas, mejor no hablar de terceras (para Carlos Bianchi) ni de cuartas (en el caso de Román), ya que abandonarían el club de sus amores en verano de 2014 con una espina clavada: la de no haber podido dar al Boca ni una ínfima parte de lo que habían dado durante sus anteriores etapas; algo que era de esperar, por cierto.
Retiro en Argentinos Juniors
Ese mismo verano, Riquelme volvería al club que había abandonado en edad juvenil: el Argentinos Juniors. Allí, ofreciendo un nivel excelente como casi siempre, conseguiría Román acabar su controvertida trayectoria en el deporte rey, logrando el retorno a la máxima categoría del fútbol argentino con el equipo entrenado entonces por Claudio Borghi.
Casualidades de la vida, o quizás no, fue en el estadio bautizado bajo el nombre de la mayor leyenda argentina de todos los tiempos donde se pudo disfrutar por última vez de ese par de botas negras alpargatadas pisando el esférico con un tacto sobrenatural para zafarse de cuatro adversarios desde los rincones más recónditos del campo; de los disparos rasos y colocados al palo largo; de los pases medidos al hueco y de los lanzamientos de faltas infalibles. Todo “marca de la casa” del argentino.
“Me es raro cuando veo a alguien que juega con el ’10’. Es mi camiseta, siento que se la presto. Va a ser mía toda la vida” Juan Román Riquelme
Infravalorado para unos y sobrevalorado para otros, lo cierto es que Juan Román Riquelme siempre fue un jugador diferente: desde que se enfundó por primera vez la camiseta del Boca Juniors en aquel partido otoñal de 1996, Román demostró que, para ser un genio en esto del fútbol, basta con la pasión, el amor por la pelota y por unos colores, portando el fútbol callejero en la sangre. En su sangre azul y dorada.
“Le doy un beso al balón porque siento que cada vez lo tratamos peor” Juan Román Riquelme
El de Don Torcuato, como muchos otros cracks poco reconocidos en este hipócrita mundo futbolero, enseñó al planeta fútbol que es posible marcar la diferencia sin obsesionarse por el físico ni hacer de la competitividad un vicio peligroso. Sin agujerearse la oreja ni teñirse el pelo. Sin Balones de Oro. Sin enseñar los músculos a la grada después de cada gol. Porque Juan Román Riquelme sólo necesitó ser un tipo sencillo para convertirse en un grande: sonriendo sólo cuando le salía de adentro, anteponiendo lo personal a lo profesional, y corriendo sólo cuando la camiseta de su equipo era capaz de otorgarle unas fuerzas que sin ella no tenía.
“Cuando jugaba con el Boca, sentía que me ponía esa camiseta y, no sé de donde, sacaba fuerzas. Sentía que iba a ser el mejor en cada partido” Juan Román Riquelme
Riquelme se convirtió en mito siendo Román, dedicándose a lo que se quiso dedicar; donde, como y hasta cuando quiso, y haciendo de ‘La Bombonera’ su casa y de la cancha su jardín.
MOMENTO CUMBRE
Copa Intercontinental lograda en el año 2000 frente al Real Madrid, con la que un Boca Juniors comandado por Juan Román Riquelme y Martín Palermo se coronaba rey del fútbol mundial.
MOMENTO INJUSTO
Penalti fallado contra el Arsenal en el minuto 88 del partido de vuelta de semifinales de Liga de Campeones 2005/2006, que privó al Villarreal de hacer historia disputando la final frente al FC Barcelona.
TRAYECTORIA EN CIFRAS
Leandro Serrano