Arsène Wenger, solo humo
El conjunto londinense liderado por el perpetuo francés ha demostrado tener una paciencia y moral a prueba de cañonazos. Como si del humo escupido por el armamento emblema del club se tratara, Arsène Wenger ha reinventado los fuegos de artificio como forma de vida; en octubre de 1996 llegó a Highbury todo un ilusionista.
Con la vitola de ser el mayor defensor de la cantera y del juego vistoso, el técnico de Estrasburgo lleva a sus espaldas numerosos y estrepitosos fracasos al mando de una plantilla que, a priori, está llamada a competir y no a caer a las primeras de cambio como es costumbre. La última jornada de Champions League volvió a demostrar que los gunners juegan como pollos sin cabeza: decisiones erróneas (otros ilusos las tildan de valientes) una tras otra y alienaciones mareantes hasta para los propios integrantes hacen del Arsenal un equipo al que a nadie le importa enfrentarse como mal menor del sorteo.
Obsesionado por el fútbol de ataque, sigue descuidando la línea defensiva que, a la postre, marca diferencias del mismo modo que una delantera eficaz. Seguir viviendo de recuerdos y rentas de un plantel que hizo historia parece que le es más que suficiente para perpetuarse en su silla; desde la temporada 2003/2004, última Premier que alzó, no ha ganado un solo trofeo importante (no incluyo FA Cup o Community Shield). Anquilosado en ideas de antaño, en las que “meter cuatro era mucho más importante que encajar tres”, siempre acaba preguntándole a la almohada en qué erró.
Casi 20 años lleva en las instalaciones siendo adulado por románticos, más que sabedores de este deporte, por su talento innato para ver algo en futbolistas de los que otros ansían desprenderse: Özil, Podolski o Alexis son los últimos ejemplos; el resultado de su rendimiento a la hora de la verdad ya lo sabemos. Pero no solo las canas han invadido su cráneo: también su mayor virtud, el descubrimiento de jóvenes promesas, lleva años en progresiva decadencia; más por la actitud y madurez cerebral de alguno de sus pupilos, cierto es, solo que él también se ha mostrado incapaz de guiar a jugadores que estaban llamados a ser cracks como Wilshere o el propio Walcott. Y es que, si un equipo no crece, el jugador tampoco.
Las últimas declaraciones, nunca escasas de sarcasmo, de su íntimo enemigo portugués envidiando su estabilidad laboral son una puntilla que todo aficionado ávido de ver a su equipo levantar copas confirmaría sin pestañear. Desconozco el crédito que le restará a este, ante todo, personaje emblemático del fútbol, pero a más de diez puntos de su vecino y con pie y medio fuera de la máxima competición continental —en octavos, una vez más—, me atrevería a decir que puede que no llegue su jubilación como empadronado de la capital inglesa.
En el fondo es pura admiración lo que siento por un club y su afición, y su inmenso ejercicio de paciencia respecto a alguien que lleva años demostrando que perdió el timón de su ideario ahumado. O tal vez este haya envejecido al ritmo capilar. No sé: quizás sea el momento de regresar a casa llevándose consigo el cariño y respeto de tu afición y jefes, algo de lo que muchos nunca podrán presumir. Basta de humo Arsenio, por favor.
Javi Ferrer
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