Osvaldo, tango de ida y vuelta
Una mañana de tantas, la pampa argentina dio vida a un niño que desde el vientre ya soñaba con ser futbolista, una historia común en los paritorios del país, donde el fútbol se vive con una pasión desmedida desde antes de romper en llanto, una mezcla de amor enfermizo, locura y fidelidad eterna a partes iguales. Entre esa tremenda estampa nació Osvaldo, el argentino errante.
Banfield y Huracán vieron sus primeros goles, pero Argentina parecía no tener hueco para él, pese a llegar a jugar en la B decidió cruzar el charco y marcharse a Italia, allá donde el continente aún retumba a pesar de la distancia, la primera estación para un chico que se transformaría en nómada, donde únicamente tendría por maleta el gol y la ilusión de triunfar en el fútbol.
De esta guisa, Atalanta, Lecce, Fiorentina y Bologna vieron un fugaz paso de un chico que apuntaba maneras, de aquellos de mirada caliente y el gol entre ceja, de los que tienen el instinto arácnido siempre alerta para hacer el gol decisivo: el que da el título, el que evita el descenso.
Su llegada a Barcelona, más concretamente al Espanyol, hizo que el club perico resurgiera a ritmo de sus goles, una mezcla de tango argentino y una eléctrica canción de los Rolling Stones: dulce y veneno, músculo y seda. En ese híbrido extravagante Osvaldo consiguió que Cornellà lo idolatrase y que Europa dejara de ser una palabra tabú para los blanquiazules. Pese a ello, no todo fue color de rosa, pese a hacer efectiva su compra tras un año de cesión se le negó un aumento de sueldo gracias a su magnífico rendimiento. Él propuso una contraoferta: que todos los jugadores cobraran y se pusieran al día de sus impagos, pero obtuvo una sorprendente respuesta: para él sí, no a sus compañeros.
Osvaldo decidió callar, marcharse por la puerta de atrás y no dar más explicaciones con tal de no manchar el nombre del club. Roma lo esperaba con los brazos abiertos y allí vivió una gran temporada, se nacionalizó italiano tras ver como las puertas de la albiceleste se le cerraban. Tras una serie de cesiones a Juventus, Southampton e Inter recibe una llamada desde el otro lado del charco: Boca Juniors.
La madre patria retumbó más fuerte que nunca en el corazón de Osvaldo, el club del que se consideraba hincha quería un goleador y él no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad para vestirse de bostero y celebrar goles en La Bombonera. Buenos Aires recibía como a un Rolling Stone al que años antes tuvo que marcharse por la puerta de atrás en busca de un futuro. En su debut, todo el estadio rugió al unísono cuando su testarazo se fundió con el fondo de las mallas, cuando los hinchas enfervorecidos se postraban sobre las vallas y los paravalanchas.
Hubiera sido exquisito que mientras Osvaldo celebrara el gol, en megafonía hubiese sonado en bucle ‘Volver’ de Carlos Gardel, con la frente marchita regresó un hombre que se marchó niño de su Buenos Aires natal, para darle la victoria a Boca Juniors en Libertadores. Palermo y Riquelme son palabras mayores, pero aquella noche infinita no se borrará del recuerdo de Osvaldo, la noche que recordó que todo camino por duro que sea merece la pena aunque sea lejos de tu patria.
Yasser Tirado