Oda al héroe sueco, Henrik Larsson
Hay futbolistas que marcan un hito por ser distintos a todo. Elegidos que, incluso sin saber cómo, se convierten en símbolos para una generación, o al menos para un elevado grupo de personas. Puede que nunca fuesen los mejores pero poseyeron esa chispa, ese destello de algo genial que es capaz de elevar a un personaje a lo más alto.
Hablar de Henrik Larsson es, para muchos, hablar de un mito del deporte rey. Nadie diría cuando vino al mundo, allá por 1971, que le resultaría tan sencillo hacerse con el afecto de todos. No en vano el origen caboverdiano de su padre hizo que sus progenitores decidiesen que su vástago adoptase el apellido sueco de su madre para que le fuese más sencillo adaptarse a la peculiar sociedad del país nórdico. No sabemos si el apellidarse Larsson o Rocha (como le habría correspondido tradicionalmente) habría cambiado algo su vida futura, pero lo cierto es que el pequeño Henrik daba sus primeros y torpes golpes al balón con poco más de un año, cuando su padre le regaló su primer esférico, y a partir de entonces su pasión por este deporte no dejó de crecer.
Aquel niño de Helsingborg dio sus primeros pasos en el fútbol en un humilde equipo de su localidad natal, el Högaborgs BK, muy alejado del prestigio del histórico club que porta el nombre de la ciudad (Helsingborgs IF). En aquel equipo transcurrirían sus primeros 11 años como futbolista, hasta que debutó como profesional a la edad de 17 para tres años más tarde, ahora sí, acabar fichando por el gran equipo de su ciudad, donde sus buenas actuaciones le llevaron al Feyenoord y más tarde al equipo de su vida, el Celtic.
Pero no quiero hablar de datos históricos, algo a lo que cualquiera puede acceder fácilmente, sino de su significado como futbolista. Larsson fue un goleador implacable, 5 veces máximo anotador de la SPL en una época en la que la liga, ahora en plena depresión, pasaba por uno de sus grandes momentos. Durante sus 7 años en Glasgow se echó a la espalda al equipo de Celtic Park con maestría, liderando la generación de los Hartson, McNamara o Stilyan Petrov. Dejó su marca en 158 goles y se convirtió, a mucha distancia del segundo clasificado, en el máximo goleador de la historia de la Scotish Premier League (inaugurada en 1998). Su récord sería más tarde batido por Kris Boyd.
Fue un delantero voraz, de esos que los niños ven como a un héroe, como a uno de los futbolistas a fichar sin dudar en los videojuegos. Y lo digo porque yo fui uno de esos niños y nunca faltó en mis equipos virtuales. Por aquel entonces era uno de aquellos jugadores que se hacían legendarios e inalcanzables para el joven español de a pie, y digo inalcanzables porque no era fácil llegar a verlo jugar en una época en la que Internet no estaba al alcance de todos y nos limitábamos a algún partido puntual de Champions y a aquellos programas resumen del fútbol europeo que existían por la época y en los que sus goles siempre aparecían para recordar quien era el rematador por excelencia del fútbol del momento.
Tenía esa clase de carisma de ídolo que consigue guardarse a las aficiones en el bolsillo. En Helsingborg lo adoran como a una deidad local, en Glasgow lo nombraron mejor jugador extranjero de la historia y en Barcelona tan sólo le hicieron falta dos años para convertirse en un jugador querido y recordado por todos, además de ser todavía hoy añorado como un jugador que sería ideal para el equipo culé actual. Muy significativo resulta también su breve paso por el Manchester United, donde sólo estuvo unos meses y disputó 13 partidos, pero creó un gran impacto al contribuir a levantar una irregular temporada del equipo y Sir Alex Ferguson acabó pidiéndole que se quedase más tiempo, pero finalmente no pudo ser.
Era un futbolista que no destacaba por su calidad, pero sí por su trabajo e inteligencia, además de una apariencia física completamente fuera de lo común que le daba ese pequeño toque definitivo para llamar la atención, con aquellas rastas que siempre fueron su signo de identidad mientras su densidad capilar lo permitió. Siempre jugó dándolo todo por el equipo, teniendo una gran fe en sus posibilidades y nunca dando un balón por perdido. No era un prodigio técnico, pero se imponía mediante coraje, incluso era un gran cabeceador a pesar de no tener una gran altura. Todo ello le llevó a ser Bota de Oro en 2001 a pesar de que los goles en la liga escocesa valen menos que en las de primer nivel.
Superó la retirada en dos ocasiones. La primera fue en 1999, cuando se rompió la tibia y el peroné en un partido ante el Lyon, y la segunda 5 años más tarde, cuando dejó el Celtic con 33 años y no encontraba motivación para seguir hasta que el Barça llamó a su puerta, y finalmente no colgó las botas hasta los 38, ya de vuelta en el Helsingborgs. Además, la llegada a Barcelona le dio lo único que le faltaba por conseguir en su carrera: un título europeo. En el que también tuvo un peso vital, saliendo desde el banquillo en la final con resultado desfavorable contra el Arsenal y contribuyendo de forma clave a las acciones de los dos goles que remontaron el resultado.
Más de 400 goles adornan su historia. Pudo no ser el mejor, y pudo no conseguir ningún Balón de Oro. Pero lo que es seguro es que Henrik Larsson siempre será The King of Kings.
Rubén López