La grandeza de ser pequeño
A menudo tienes la sensación de que ni siquiera existes. En el Telediario sólo te mencionan una vez a la semana, cuando has jugado uno de esos partidos que la mayoría consideran intrascendente. Te dedican 20 o 30 segundos, con los goles de rigor, despachados deprisa, como si tu presencia fuera engorrosa, molesta. Nunca mereces un hueco en la portada de los periódicos. En las webs te relegan a los rincones más recónditos, junto a la maciza en bikini y el torneo de pádel.
Es más importante que Cristiano Ronaldo se depile las cejas al estilo drag queen. Es más importante que la hija del seleccionador argentino diga que a Messi le falta ponerle más huevos. Es más importante que un jugador al que pretende el Atleti se retire del entrenamiento con molestias y se largue en bici. Todo eso es más importante que tu equipo. Porque tu equipo es pequeño. Uno de tantos. Dentro de poco, los 18 que no son ni Barça ni Real Madrid. Esas comparsas que hacen bulto en la Liga a la espera de que colisionen los dos grandes asteroides.
Piensan que reduciéndonos a la mínima expresión nos hacen sentir inferiores, que nos humillan. Se equivocan. El fútbol, el deporte, es mucho más que ganar cada domingo y llenar de títulos tus vitrinas. Cuando tu equipo se lleva los 3 puntos después de un mes horrible, en el que los jugadores no dan dos pases seguidos, amigo, cómo se disfruta esa victoria. Cuando te dan por muerto pero jugadores y grada entran en comunión para resurgir de sus cenizas, la alegría es comparable a la de levantar una Copa. Cuando se alinean los astros y das la campanada contra uno de los grandes, no digamos ya si les ganas un trofeo en los morros, la sensación es indescriptible.
Para sorpresa de las mentes más estrechas, hay vida más allá de los focos. Uno llega a agradecer esa subexposición mediática. Ese pasar desapercibido. Así, todo es más íntimo y personal. Tú y tu equipo. Y junto a ti, un puñado de auténticos seguidores. Sigues a un club, y a un escudo, y a la ciudad a la que representan, y lo haces de corazón. ¿Bonito, no? Y, sin embargo, no todo el mundo es capaz de resignarse a las victorias morales y los éxitos fugaces. La tentación de paliar la falta de éxitos que llevar a la boca es grande. “Soy de mi equipo pero simpatizo con el Barça/Madrid”. Puedo respetarlo; no compartirlo. Quizás porque no concibo que la fidelidad y la identificación hacia unos colores puedan admitir segundas opciones. Tres son multitud en cualquier relación. Mi equipo yo. Dos y uno, al mismo tiempo. En mi corazón no hay hueco para nadie más. No tolero infidelidades. Es mi postura.
Corren malos tiempos para ser aficionado de un equipo modesto. Los grandes siguen engordando, hipertrofiándose, devorando el pastel sin dejar al resto más que un puñado de migajas. Los pequeños se ahogan. Ronda, por las mentes de genios preclaros como el señor Platini, la idea de crear una Superliga europea que reúna a los monstruos de cada país, todas las estrellas rivalizando cada semana, todos los huevos en el mismo cesto. Olvidan que nos queda lo más importante: el orgullo.
Permitidme una licencia. Donde veáis el nombre de mi equipo, podéis colocar el vuestro. Es un cántico que ha resonado más de una vez en Riazor.
“Ser de los que ganan es muy fácil
Ser del Deportivo nos parece mejor”.
Pablo Pazos