David Moyes y la crudeza del fútbol moderno
Suena el teléfono de David Moyes, todavía entrenador del Everton, un tipo escocés de 50 años con fama de trabajador, trato sencillo y mirada penetrante que se ha ganado a pulso un hueco entre los técnicos más respetados de la Premier League al llevar a un equipo sin excesivos recursos a los puestos nobles de la tabla:
-«¿Dónde estás?»
-«He salido con mi mujer»
-«¿Puedes acercarte aquí?»
La escena corresponde a la primavera de 2013, cuando nadie se atrevía a afirmar que Sir Alex Ferguson iba a dar el paso definitivo de retirarse de los banquillos después de 26 temporadas —y 38 títulos— al frente del Manchester United. A Moyes ni se le pasa por la cabeza que esa breve llamada es la que estaban esperando algunos de los entrenadores con más prestigio del planeta del fútbol. Mourinho, Guardiola, Queiroz y una larga lista de nombres se postulaban como dignos sucesores de The Boss. «Quiere que me lleve a algún jugador cedido o va a comprar a alguno de mis futbolistas», le dijo David Moyes a su mujer antes de coger el coche para ir al encuentro con Sir Alex. Según contó meses después, en aquel momento, mientras estaba al volante, simplemente pensaba cómo iba a presentarse ante Ferguson vestido de aquella forma, con unos simples vaqueros y una camiseta. Pero no quería hacer esperar al sargento de Govan, un habitual en las listas que enumeran a los mejores entrenadores —de cualquier disciplina— de toda la historia.
Ferguson, un tipo directo en su juego y en sus formas, a menudo caricaturizado dentro y fuera del Reino Unido por su fuerte carácter, habla sin rodeos. «Me retiro. La semana que viene. Vas a ser el próximo mánager del Manchester United». Así le comunicó Sir Alex a David Moyes, compañero, amigo y también vecino de Glasgow, que iba a ocupar el puesto más deseado. «No tuve la oportunidad de responder sí o no, me quedé en blanco», recordaba con simpatía el propio Moyes de aquella conversación que, en realidad, dice mucho de Ferguson, un entrenador al que le gustaba tener todo bajo su control, incluso en un vestuario repleto de egos como el del Manchester United. «Si algún jugador se escapa a mi control está muerto», reconocía meses atrás en una charla con estudiantes de Harvard.
Después de todo, Ferguson había escogido para sucederle a un igual, un hombre de fútbol reconocido por sacar el máximo a sus jugadores. Diez meses después del relevo, era evidente que el Manchester United no era el Everton y, sobre todo, que David Moyes —The Choosen One— no era Sir Alex Ferguson, cuya sombra después de 26 años al frente del banquillo y 38 títulos que elevaron a los «red devils» a lo más alto del fútbol británico y del fútbol mundial, se adivinaba demasiado alargada para cualquiera que tomase las riendas del club. El propio Ferguson, por supuesto también el United, quiso mitigar esa presión todo lo que pudo. Moyes firmó un contrato por seis años, un mensaje de confianza insólito en el fútbol moderno donde los clubes más poderosos son una máquina de tragar y escupir entrenadores.
Esa confianza que parecía tener el club en Moyes recordaba inequívocamente a los primeros años de Ferguson en el Manchester United, porque el emperador también vivió tiempos duros en el Teatro de los Sueños. De hecho, Ferguson caminó sobre el alambre durante el otoño del 89, al caer humillado ante el Manchester City (5-1) y encadenar seis derrotas y dos empates en ocho partidos. «Tres años de excusas y esto todavía es una basura. Adiós Fergie», se llegó a leer en una pancarta en Old Trafford. Eran otros tiempos. Tanto, que Ferguson esquivó el fuego al conquistar la FA Cup a pesar de acabar la Liga —todavía First Division— en decimotercera posición, a cinco puntos del descenso. El United, entonces, era un equipo menor, acostumbrado a las derrotas, sin rumbo desde la marcha de Matt Busby. Ferguson tardaría tres años más en levantar su primera Liga.
Treinta años después, el fulminante despido de Moyes refleja la crudeza del fútbol moderno, íntimamente ligado a la dictadura de los números: los de la clasificación y, muy particularmente, los de los balances económicos. La séptima posición en la Premier League del Manchester United, campeón con holgura el curso anterior, no sólo significaba un fracaso deportivo, sino que se traducía en una importante pérdida de ingresos al no disputar la siguiente edición de la Champions League, amén de lo que eso supone en cuanto a prestigio internacional, en camisetas y acuerdos publicitarios.
La destitución de Moyes, tras solo 348 días en el banquillo de Old Trafford, también se explica a través de la discutida familia Glazer. Los propietarios del Manchester United nunca han sido vistos con buenos ojos por la afición local, indignada porque el club haya ido a parar a manos de unos magnates estadounidenses que se resisten a acabar con una gigantesca deuda que ha crecido bajo su mandato a pesar de su mareante cifra de ingresos, amén de los constantes rumores de la venta de su paquete accionarial. El carisma —y el éxito— de Ferguson ha servido para atenuar el enfado. Además, Fergie contaba con el respaldo de David Gill, director ejecutivo del club durante los últimos quince años y mano derecha en la planificación deportiva del técnico escocés. Pero Gill anunció su salida del equipo antes de la retirada de Ferguson, lo que dejó a los Glazer vía libre para colocar a un hombre de su confianza.
La falta de sintonía entre el nuevo director ejecutivo, Ed Woodward, y el entrenador, David Moyes, quedó ya patente en el mercado de fichajes por la desastrosa gestión de un club que, sin Ferguson, se vio incapaz de atraer a grandes figuras como Cesc Fábregas o Thiago Alcántara. Es más, el portal especializado Sporting Intelligence, reveló que el Manchester United aumentó el salario medio de la plantilla, reflejo de que sin Ferguson —y sin títulos— le será mucho más complicado mantener a las grandes estrellas. Los Glazer dejaron claro, además, que la paciencia no está entre sus virtudes. Ya lo saben los aficionados de los Tampa Bay Bucaneers de la NFL, también propiedad de los Glazer, que suman ya tres entrenadores distintos en seis años.
Sin embargo, en Old Trafford también señalarían a Moyes como máximo culpable de la pobre situación del Manchester United. Criticaban al técnico por su inseguridad a la hora de acudir al mercado de fichajes —en Liverpool llegó a ser conocido como ‘Dithering Dave’— y, sobre todo, por su falta de carisma para liderar un vestuario como el del Manchester United, que echaba de menos la figura autoritaria de su viejo jefe. No parece casual que Moyes en su despedida no tuviera ni media palabra de agradecimiento hacia sus ya exjugadores.
Por el banquillo del Manchester United pasaría de puntillas una debilidad del propio Ferguson. El futbolista que mejor le ha representado sobre el césped en esos 26 años de gloria. La historia se remonta a la Navidad de 1986 cuando un renacuajo llamado Ryan Giggs acudió a la ciudad deportiva de los «Red Devils» para jugar un partido contra el filial del United: el pequeño galés marcó tres goles y dejó a todos prendados, pero era demasiado joven para incorporarse a la cantera del club. Un año después, el día del 14 cumpleaños de Ryan, la familia Giggs recibió la inesperada visita de Alex Ferguson, que se presentó con dos ayudantes para asegurarse que Giggs vestiría la camiseta del Manchester United.
Su calidad, visión de juego, pero sobre todo su infinita capacidad de trabajo cautivó desde el primer momento a Ferguson. Nadie se atreve a discutir la entrega de Ryan Giggs, hombre de una única camiseta y trayectoria impecable, que ha vivido de todo en Old Trafford. Su tesón le ha servido para mantenerse en primera línea mundial más allá de la barrera de los 40 años. Por ello le llegaría el último encargo de su querido sargento de Govan: entrenar al Manchester United.
Desde el club asegurarían que era una situación temporal y que el propio Ferguson asesoraría en la búsqueda de un nuevo entrenador. No obstante, nadie tiene más ganas que Sir Alex de que Giggs también triunfe en el banquillo de su amado club.
Víctor Pérez