Bakhramov inició la obra
Al Dnipro le falta sólo narrar el último párrafo de su cuento. Esta noche en Varsovia conmemorará la vivencia que en su día le tocó palpar a la afición del Zenit (2008), Shakhtar (2009), Fulham (2010), Middlesbrough (2006), y tantos otros equipos que, sin esperarles, llegaron a la final de la “segunda” competición europea. Aunque el caso de los ucranianos tiene doble valor dado el significado contextual y futbolístico de su proeza. Además, la trayectoria de los hombres de Myron Markevych también ha ido acompañada por un misticismo que, lejos de ser más importante que el juego, ha tenido un papel singular en su ascenso a la final.
Obviando que la inclusión del Dnipro en la Europa League es consecuencia directa de su eliminación de la Champions (perdieron la ronda previa ante el Copenhague), el punto incandescente que sin duda removió la mentalidad de este de grupo de jugadores surgió el último día de la fase de grupos. Hasta entonces, el conjunto del este de Ucrania contaba con la exigencia de pasar a la siguiente ronda —St. Étienne, Qarabağ y el Inter eran los rivales de grupo—; por no tomarse su favoritismo demasiado en serio, aquel día de diciembre el Dnipro debía ganar el último partido ante los franceses, producto de su nefasta racha de resultados (4 de 15 posibles). Pero no dependían de su fútbol, sino del Qarabağ, el equipo azerí que debía ganar al Inter (clasificado y con un once formado por suplentes) en casa, en el estadio Tofik Bakhramov.
Éste último nombre glorifica al linier más famoso de la historia del fútbol. Su Óscar al mejor papel lo protagonizó en julio de 1966, en Wembley. Allí, con su espalda expuesta a los ojos de los primeros (y últimos) aficionados ingleses campeones del mundo, Bakhramov validó el polémico 3-2 de ‘Geoff’ Hurst en el descuento más discutido de todos los tiempos; Alemania quedó como la víctima más vilipendiada que se recuerde. Desde entonces, el nombre del azerbaiyano, otrora futbolista del Neftchi Baku, pasó a ser la luz que iluminó por primera vez el fútbol azerí: The Russian linesman, como algunos dieron a conocer su figura —por aquel entonces Azerbaiyán era componente de la URSS— lógicamente también quedó grabado en la memoria de los ingleses. De no haber sido por aquel ser bigotudo, quién sabe si Inglaterra tendría de qué presumir en el fútbol de mayor escala. Por este motivo, el aprecio de las dos banderas quedó recalcado en 2006 (con el país azerbaiyano ya independizado) en un partido de clasificación para el Mundial de 2006, cuando Inglaterra y Azerbaiyán le rindieron homenaje.
Curiosamente, nueve años después, el fútbol, ese personaje infinitamente travieso, le tenía guardada al Qarabağ una traición diabólica tras pactar con el pasado. En el corazón de Bakú, con la obligación de ganar y con el duende de Bakhramov presuntamente cubriendo su suerte, fue precisamente una mala decisión arbitral (el colegiado se inventó un fuera de juego en el minuto 93) la que desmontaría la felicidad de todos los asistentes que en ese momento celebraban haber comprado una entrada.
Viendo la acción repetidas veces, no está claro si fue el árbitro (Miroslav Zelinka) o el compañero asistente el que anuló el tanto. Lo que sí es evidente es que ninguno de los dos tendrá en la entrada del estadio una estatua esculpida a su nombre. Estamos, por lo tanto, a unas horas de saber si, al otro lado del mar Negro, en Dnipropetrovski, el crucial e injusto sonido de un silbido también esta vez va a significar la conquista de un sueño y, sobre todo, si la conjura de Bakhramov quedará nuevamente completada.
Xabi Esnaola