«Árbitro cabrón» es algo que no volveremos a escuchar en un estadio de fútbol. O, más bien, no saldrá de la garganta de cientos de aficionados al mismo son bajo riesgo para Club y canta autores. Los últimos —patéticos y lamentables— acontecimientos acaecidos a orillas del Calderón han levantado unas ampollas cuya infección (a ojos del humanoide de a pie) parecía controlada a esta orilla del charco. Si bien en Sudamérica es casi habitual conocer un suceso así cada cierto y regular tiempo, en nuestro país parecía algo reducido a esporádicos ataques de «sin razón» de unos «tuerce botas».

Corría el año 2006 … (futbol.as.com)
La «quedada» en Madrid ha sido la mecha para que la maquinaria se engrase y avance hacia una regulación que impida la entrada de los llamados «violentos» por el mismo torno que los niños y sus progenitores. Pero, como siempre sucede en este país de pandereta y como decía mi querido abuelo, «se tira por la calle de en medio y se arrambla«. En el mismo saco se mete violencia física y verbal, algo realmente peligroso y prácticamente imposible de diferenciar para un elevado porcentaje de mentes.
En el año 2007 se aprobó la vigente (en teoría) Ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte junto, un poco más tarde, al Observatorio de idéntica nomenclatura. Como es habitual en el suelo que pisamos, se anuncia a bombo y platillo la aprobación de una norma para tapar bocas, calmar cráneos y silenciar conciencias, pero la realidad empírica del asunto dista mucho de la eficacia. Costumbres imposibles de desarraigar que hacen que el término «prevención» se sustituya siempre por el de «respuesta urgente y chapucera». Es nuestro sino. Nuestro ADN.
Durante años han convivido estos llamados ahora «violentos del fútbol» (antes «ultras») con los AFICIONADOS, debido a la permisividad de los clubes y, por qué no decirlo, de la Federación Española de Fútbol peligrosamente comandada por el de siempre, sin que nada perturbara el equilibrio de las patas de su deformado y más que sospechoso sillón. El mismo que en sus últimas demostraciones de palabrería vacía ni siquiera ha pasado de puntillas por el tema. Directamente lo ha ignorado.

El nuevo «look» del Comité de Sabios capitaneado por Tebas (forum.rpg.net)
Nuestra siempre asombrosa y camaleónica RAE. define «insultar» como «Ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones», por lo que me pregunto, ¿habrá entonces que apuntar uno por uno los insultos que se pronuncien en la grada e ir con la lista al colegiado o jugador de turno para que vaya finalizando la encuesta con un éste sí, éste no? ¿Cuál es la barrera que separa un insulto que cumple su función inherente de «ofender» y cuál queda en la mera anécdota de grada? O, más preocupante aún, ¿Quién está legitimado para discernirlo? ¿Los mismos que hasta hace escasos días callaban y otorgaban?
Poner puertas y límites al idioma que nada en la absoluta opulencia del sarcasmo, ironía y malvada charlatanería me resulta sonrojante. «Mezclar churras con merinas» no suele ser el mejor modo de guiarnos hacia una solución acorde a la realidad y, aquí, una vez más, siento que se ha vuelto a mezclar el Deporte Rey que tanto disfrutamos muchos con un problema de raíz desde milenios fosilizado en la picaresca natal: una alarmante y mal formada educación. Tal vez no tengamos remedio y debamos «pagar justos por pecadores». Tal vez. Pero podríamos empezar por USAR unas listas con nombres y apellidos que llevan confeccionadas desde hace mucho y que TODOS los que chapotean en ese charco conocen.

8 años después en el Madrigal …
Pero no, el patético remedio es siempre idéntico: el Consejo Superior de Deportes estrechando la mano de la doctrina inamovible Villar e ideando una serie de medidas que a cualquier cerebro cuyo funcionamiento no esté afectado por parálisis voluntaria parecen rememorarle las aventuras y desventuras de los personajes más cañeros de Francisco Ibáñez. ¿Unidad de Inteligencia de la LFP? Solo el nombre ya erizaría el vello de los pies de un «mediano». ¿Un infiltrado en las gradas que vaya confeccionando un informe sobre la —por ellos— llamada «violencia verbal»? Me perturba saber si habrá un disco duro capaz de almacenar material tan infinito y conocer qué incauto se ofrecería para tal función. Pero aún se puede afilar más la punta de esta aguja torcida imposible de hilvanar. Javier Tebas, «el firme adalid de la cordura institucional», propone crear el «Manual de Bienvenida y Buenas Prácticas del Aficionado«, que contendrá un listado de expresiones, cánticos y cualquier otro tipo de manifestaciones rechazables y sancionables. ¿Y no hay nadie que llame a esto por su nombre? Yo, sí: CENSURA aderezada con disparates amasados durante años. ¿Quién es este señor que ha convivido durante años con esos mismos que ahora quiere expulsar para meternos en el mismo saco a los demás? «¡Qué cabrón!» sea posiblemente mi exclamación fetiche tras disfrutar de un golazo (sea quien sea su ejecutor). ¿Por ello se me debe prohibir la entrada a un recinto deportivo? ¿Soy un violento? ¿Ejemplo reducido a lo absurdo? Sí, podría. Pero es que todo este asunto es realmente lo que me parece. ¿Hereje? Lo dudo.
La raíz del problema no es el deporte. No es el fútbol, como tantas voces oportunistas han perdido nalga para así afirmarlo y envalentonarse orgullosamente de su desprecio hacia el balón. No son las medidas ni la dirección escogida. Ni siquiera está en la mayor o menor cultura del interlocutor. El núcleo del germen es el de siempre: la educación. Y de esto, en el territorio Ibérico, vamos más que escasos.
Aristóteles decía algo así como “la educación nunca termina, pues es un proceso de perfeccionamiento y por tanto ese proceso nunca termina. La educación dura tanto como dura la vida de la persona”. Tomad nota, violentos, ultras, aficionados y padres. Y vosotros, Villar, Tebas y compañía, sed los primeros en recordarlo. Educar antes que legislar «a tuertas».
¡Viva el fútbol!

La falta de perspectiva, infecciosa afición.
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