Recuerdo estar enfrente del Stade de Toulouse, un bonito estadio que albergó los mundiales de Francia 1938 y 1998. De hecho, se creó en 1937 para ser sede de aquel Mundial que se acabaría llevando la Italia de Giusseppe Meazza. En nuestra aventura en aquella preciosa villa francesa no podía faltar una visita al campo de fútbol del equipo de la ciudad, algo que después pasaría a ser tradición en mis viajes. Era la primera vez que salía de España siendo consciente (de muy pequeño fui a Portugal pero apenas lo acuerdo) y estaba bastante ilusionado. Tenía tan solo 15 años.
Al entrar al recinto del ex Stade Chapou (así se llamaba antes aquel estadio), recuerdo que me fotografié con él, con el escudo, con un gran muro con el logo del Mundial del 98… Dimos la vuelta al estadio, vimos los campos de entrenamiento y demás. Pero la tienda estaba cerrada y tampoco podíamos entrar a ver el terreno de juego (aunque pudimos ver un trozo del estadio asomándonos), así que decidimos marcharnos. Justo antes de irnos, cuando ya prácticamente estábamos fuera del recinto, un hombre me llamó, aunque al principio no le hice caso pensando que no se refería a mí.
Era un hombre bajito, aunque parecía estar fuerte, se le veía deportista. Tenía una barba bastante desarreglada que se le juntaba con el pelo del pecho. Iba con el chándal oficial del Toulouse y una gorra bastante hortera. Un silbato amarillo le colgaba de un cuello prácticamente inexistente, la cabeza se le juntaba con el torso, algo que me parecía bastante gracioso. El hombre me empezó a hablar en francés pero le advertí que no le entendía. Al final, con su chapurreo en español y un poco de inglés, logramos entendernos.
El hombre resultó ser el coordinador de un campus veraniego que realizaba el Toulouse FC para reclutar jóvenes jugadores para su cantera. Lo primero que me preguntó fue si tenía entre 12 y 16 años, a lo que respondí que sí, que quince. También me habló de si me gustaba el fútbol y si jugaba, a lo que afirmé sin dudarlo. Iban a realizar un partidillo en esos campos de entrenamiento que acababa de ver y uno de los veintidós chavales que estaban apuntados había causado baja a causa de una gastroenteritis. No tenían tiempo de encontrar a otro y Patrick, que así se llamaba el hombre, me ofreció ocupar el lugar de aquel chico. Al principio pensé que era una broma. Pero el hombre hablaba muy en serio. Se lo expliqué bien a mi padre y les dije que fuesen para el hotel o a visitar algo, que los amigos de la familia con los que estábamos de viaje no tenían por qué perder toda la mañana allí por mi culpa. Al principio mi madre no quería dejarme solo, pero quedamos en que me vendrían a buscar a las 13h, que todo saldría bien. Me hacía mucha ilusión todo aquello, ya os lo podéis imaginar.
Me dejaron rápidamente unas botas viejas, apenas se les veía el símbolo Nike de lo gastadas que estaban. La ropa de entrenar estaba bien; la camiseta era toda lila y el pantalón blanco, los colores del equipo Téfécé. Miré a mi alrededor. Estaba rodeado de muchachos también cambiándose en aquel vestuario. La mayoría parecían de mi edad, incluso alguno más pequeño. Había un par de morenitos que me sacaban dos cabezas per,o por lo demás, todos de mi estilo. Me fijé en un muchacho rubio, muy pálido, y con pinta de ser muy tímido. Apenas levantaba la mirada del suelo.
Nos llevaron al estadio donde nos dividieron en dos equipos, a mi tocó en el de peto. Los petos eran de un naranja fosforito muy típico, los que usan en todos los equipos. Me tocó en el equipo del niño rubito de antes, que resultó llamarse Louis. El chaval al que tenía que suplir era el que en teoría iba a jugar de mediocentro, así que ahí me pusieron, sin haberme visto jugar en la vida. Tuve la fortuna de compartir el doble pivote con uno de los enormes chavales africanos que vi en el vestuario y eso me facilitó bastante las cosas. Lo cortaba todo. Trabajaba muchísimo. Yo me encargaba más de mover la pelota, de sacarla jugando, y no se me estaba dando mal. De hecho, en el equipo de mi pueblo, donde jugaba aún por aquel entonces, había jugado en esa posición alguna vez, aunque solía hacerlo de interior. Pero aquel día me salía casi todo bien, hasta yo mismo me sorprendía. Le metí un pase en largo a Louis que el chaval francés no desaprovechó y nos adelantó en el marcador. Me lo agradeció tímidamente, apenas abrió la boca. Nos empataron en un córner pero de nuevo nos pusimos por delante con otro gol de Louis. Ya acabando, en una falta lateral botada por mí, mi tímido colega completó su hat trick rematando de cabeza, a pesar de no ser muy alto. Esta vez se esmeró más al agradecérmelo y soltó un “merci” a la vez que sonreía tímidamente.
Al acabar el partido nos reunieron a todos y, por lo que entendí, iban a hacer una preselección de siete jugadores entre los veintidós que habíamos jugado. El primero al que nombraron fue a Louis, obviamente. Había sido el hombre del partido. Después, nombraron al central de ellos, a nuestro portero, al mediocentro que me acompañaba en la medular y al extremo izquierda del otro equipo. Quedaban ya solo dos puestos en la preselección y me nombró a mí junto al mediocentro del otro conjunto. Yo estaba flipando aún con lo que me estaba pasando.
Nos llevaron a los siete a una sala donde estuvieron explicándonos infinidad de cosas de las cuales pillé menos de la mitad. En mi vida había estudiado francés y apenas entendía una palabra por frase. Pero cuando el entrenador, Patrick, junto a sus dos ayudantes, dijo que iba a nombrar a los tres jugadores que finalmente tendrían un contrato para jugar en la cantera del Toulouse FC sí que lo entendí bien. Louis fue el primero. El siguiente escogido fue el africano Marvin, mi compañero. Solo quedaba una plaza. Me sentía como los finalistas de Operación Triunfo en la gala final. Todo aquello era tan surrealista… Y el tercero es…
<<Din, don, din. Queridos pasajeros, les informamos que el vuelo con destino Barcelona-El Prat está a punto de aterrizar. Gracias por confiar en nosotros. Din, don, din.>>
Miro a mi alrededor. A mi izquierda mi hermana escuchando música, a mi derecha mi padre leyendo. Me mira a la vez que me dice: “¡vaya siesta te has pegado eh, Nacho! Todo el viaje del tirón”. Sigo anonadado. Al cabo de medio minuto me sitúo. Estamos volviendo de Toulouse, donde hemos ido de viaje de familia con unos amigos. Me empiezo a reír yo solo, pero sin saber bien bien por qué. Ya no sé hasta qué punto mis recuerdos son ciertos o fantasía. “Maria deixa’m la càmera siusplau”. Miro las fotos que hemos hecho. Tengo claro todo el viaje, voy repasando rápidamente todas las imágenes que hemos hecho en la “Ciudad Rosa” pero, al llegar a las del estadio del Toulouse FC, me detengo. Fotos en los aledaños, con la enorme pared del logo de Francia 98… nada más. Las siguientes fotos son de media hora después en la Plaza del Capitole. Yo, obviamente, aparezco en ellas. ¿Dónde iba a estar sino? ¿Jugando un partido para que la cantera de un equipo de la primera división francesa me fichase? Jaja, no me hagas reír.
Dicen que los sueños son reales mientras duran, y que tú tienes el poder sobre tus sueños; tú decides cuando empiezan y cuando acaban. Y es por eso que cada año miro ilusionado si sube algún rubito llamado Louis al primer equipo del Toulouse, o algún todoterreno llamado Marvin. Yo tuve la fortuna de jugar con ellos. Y eso no me lo quitará nunca nadie.
2 Comentarios
Muy bueno! Me lo había creído por completo, gran final
Increible , me ha encantado la historia !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!