Se me hace raro sintonizar un domingo la radio y no escuchar el carrusel de goles en los programas deportivos, tal y como hacía cuando era pequeño.
Recuerdo que todos los domingos ponía la radio (la emisora, en ocasiones, daba igual; lo importante era el fútbol) y me encantaba la emoción de escuchar cada poco tiempo el grito de “goool” de alguno de los periodistas que estaban en los estadio, con la incertidumbre de saber que equipo sería el que se adelantaba en el marcador, con la esperanza de saber si era mi equipo o con el miedo de si era el contrario.
Esa emoción de las narraciones múltiples, el pasar de un partido a otro narrando lo más importante. Esas tardes de fútbol que empezaban a las cinco de la tarde con gran parte del grueso de la jornada y que continuaban hasta las nueve de la noche con “el gordo”, con ese partido que solía ser el de más emoción, el que ponía la guinda a un domingo perfecto.
Recuerdo la ilusión de los periodistas por narrar los partidos, el ambiente que se transmitía a través de sus micrófonos. Recuerdo como genios de las ondas nos contaban lo que pasaba a pié de campo, como nos acercaban el minuto a minuto de cada partido. Como con un “simple” micrófono conseguían que los que estábamos en casa nos sintiésemos como en el estadio, nos sintiésemos una pieza más del engranaje del fútbol.
Triste, la verdad, por saber que todo esto es algo del pasado, por comprobar que la realidad es otra. Triste por ver como el dinero (ese poderoso caballero) está convirtiendo al fútbol en un negocio, pero en un negocio en el que los clientes poco importamos. Triste por ver como cada año lo que más importa es el beneficio de unos pocos. Triste, muy triste, por pensar que la burbuja del fútbol, que cada vez es mayor, pueda explotar muy pronto.
Puede ser que no dejar entrar las radios a los estadios de fútbol tenga algún beneficio. Puede ser que el poner un partido a cada hora también tenga beneficios. Para quién quiere ver los partidos por la televisión (y se puede permitir el lujo de gastar el dinero y el tiempo para tal fin) seguro que si que todo esto es beneficioso. Incluso para los aficionados de otros países, para las televisiones extranjeras dicen que esto es lo mejor. Claro, pensemos antes en los de fuera, que son los que van a llenar estadios.
Pero para el resto de mortales, de aficionados al fútbol, lo que nos provoca esto (por lo menos a mi) es una nostalgia de otros tiempos mejores. Nostalgia de cuando parecía que lo único que importaba era el fútbol y no el negocio. E indignación por no ser tenidos en cuenta, por ser ajenos a la toma de decisiones.
Y creedme, me siento extraño hablando de otros tiempos con mi corta edad. Pero es que es así, en tan poco tiempo todo ha dado un giro de 180º, todo ha cambiado tanto o más que la moda, que la música que se escucha.
No sé en que terminará esto, si finalmente explotará la burbuja o si todo esto terminará siendo beneficioso para alguien.
Yo, mientras tanto, seguiré recordando esos domingos, seguiré recordando viejos tiempos, confiando en que algún día no muy lejano alguien se dé cuenta de que este no es el camino correcto, de que lo importante en el fútbol es el aficionado y no las televisiones, porque al fin y al cabo si este no pone dinero y no le interesa el fútbol, ¿de dónde se obtiene beneficio?
Guardemos un minuto de silencio por esas tardes de invierno con la estufa y la radio. Por esas jornadas de 40 goles cantados uno tras otro por los comentaristas de cada emisora. Por esas tardes de multifútbol con la familia o los amigos. Por ese espíritu «antiguo» de como vivir el fútbol. Por el fútbol de siempre.
En fin, nostalgias a parte lo cierto es que todo es negocio. Pero, ¿y si esto se termina? ¿Y si conseguimos volver a esa época dorada? Dicen que nada es imposible, ¿no?
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