Cuando Shigeru Miyamoto diseñó allá por 1985 uno de los videojuegos más exitosos de la historia, Mario Balotelli no había llegado todavía a este mundo. Sin embargo, la asociación entre uno y otro se produjo de forma automática a la vista de las acciones del joven de origen ghanés en los terrenos de juego de la Italia que acogió a sus padres. Todos los grandes clubes europeos le tenían en su agenda. Era una de las perlas europeas y mundiales entre los jugadores jóvenes que apuntaban alto por su calidad y cualidades potenciales.
Al iniciar su décima temporada en el fútbol profesional, Balotelli ya ha pasado por tres históricos clubs europeos —Inter, AC Milán y Liverpool— y un transatlántico económico como el Manchester City. Tras estos diez años, el jugador italiano ya no aparece en las agendas de muchos de los grandes clubs europeos e incluso levantó sorpresa en cierto sectores su fichaje por los de Anfield. Recordemos que su incorporación se realiza para sustituir la baja de Luis Suárez, nombrado como mejor futbolista de la Premier en la temporada anterior.
Actuaciones intermitentes en los terrenos de juego y comportamientos extravagantes, en el mejor de los casos, fuera de ellos. Da la sensación de que Mario está desaprovechando sus aptitudes futbolísticas, que no exprime todo su potencial y que no está centrado al cien por cien en lo que debería un jugador de élite. Súper Mario Balotelli ha ido menguando paso a paso hasta alcanzar una versión mini. El futbolista de dimensiones extraordinarias en el que se podría haber convertido ha quedado transformado en un jugador aprovechable en determinadas circunstancias y en determinados equipos, pero su falta de continuidad le hace descartable para grandes empresas en grandes clubs.
Súper Mario Bros ha dado paso a un especie de Mario´s Mansion, acudiendo nuevamente a otra creación de Shigeru Miyamoto, donde las discusiones con compañeros, las inacabables multas de tráfico, los incendios domésticos, la falta de intensidad en los entrenamientos y los líos de faldas, tienen cabida como una especie de cóctel destructivo incompatible con las exigencias de un fútbol de máximo nivel, que requiere los cinco sentidos puestos al servicio del equipo.
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