Domingo dos de marzo, cinco de la tarde. Nos encontramos ante uno de los partidos que, sin riesgo a equivocarme, va a decidir el futuro devenir de la liga española. Una victoria atlética volvería a transmitir síntomas de igualdad a la misma, mientras que una victoria blanca dejaría a los colchoneros lejos del sueño para tender al Madrid una alfombra roja hacia el título tras uno de los principales escollos que se vislumbran hasta el final del campeonato.
Temprano gol de Benzema y el Atlético una vez más a remolque recordando el reciente enfrentamiento de Copa. Sin embargo, tras unos minutos de cierto naufragio colchonero y de control merengue, el gol de Koke cambia el partido. Error en la zaga madridista y gran derechazo a la red. Fue como un paliativo al enfermo. Desde ese momento el equipo rojiblanco se mostró confiado y determinante. La duda de Diego López hizo el resto, 2-1 y al descanso. Tras el mal inicio, se presentaba un decorado mucho más afable para los colchoneros.
Primer cuarto de hora de la segunda parte y el Madrid parece desubicado. El Atlético sale enchufado y parece que busca un tercer tanto que le de margen. Pero hasta ahí llegó. A partir del minuto sesenta de partido los rojiblancos comienzan a bajar su ritmo. Es aquí donde uno empieza a preguntarse cuál es la causa por la que el mejor entrenador de esta liga no oxigena a su equipo, por qué no es capaz de ver que las líneas de ataque y mediocampo del equipo van retrocediendo primero cinco, después diez y finalmente veinte metros y que cuando de un pelotazo aislado a Diego Costa el equipo intenta salir y pierde el balón, hay cuatro jugadores que son incapaces de volver por asfixia.
Los jugadores atléticos lo veían, los jugadores madridistas lo veían, el cuerpo técnico del Madrid lo veía, los recogepelotas lo veían, los 54.850 asistentes al Vicente Calderón lo veían, los aficionados sentados ante el televisor con cualquier fobia o filia lo veían. Pero la persona que se supone más capacitada y que debía tomar la decisión acertada, ¿no lo vio?
Después de pasadas horas sigo sin entender tal despropósito. Tras ver al “Cebolla” Rodríguez, Diego y Villa calentar en la banda durante toda la segunda parte, Simeone realiza el primer y único cambio en el minuto 82 de partido, justo cuando el Madrid empata. El escenario era ideal tras ese minuto 60. Incluso con el desgaste físico sufrido, el equipo merengue tenía una falta de ideas alarmante. A pesar de ello la cantidad de situaciones perjudiciales para el Atlético eran muchas. Ya no se hacía presión en tres cuartos (aunque era innecesaria), o cuando se hacía era de forma individual provocando desajustes defensivos y ruptura de líneas. Se producían situaciones de inferioridad en banda, las ayudas, coberturas y cruces se hacían tarde; los jugadores quedaban eliminados en cada jugada con mucha facilidad y los centrales se exponían de forma innecesaria a la llegada de jugadores de segunda línea.
Cuando el Madrid perdía el balón, el Atlético se veía obligado a pegar un pelotazo a Diego Costa, o directamente quitársela de encima. El agotamiento hacía que no hubiese lucidez a la hora de combinar, ni fuerzas para ofrecerse en el apoyo. El equipo necesitaba dos recambios en el mediocampo y uno en el lateral.
Con todo esto, el Atlético se vio obligado a jugar durante media hora en su campo sin poder salir a la contra ni retener el balón, a expensas de un rival que, sin grandes argumentos ofensivos, confiaba en la aparición de los errores para dar la vuelta al marcador. Y en uno de ellos llegó el empate.
Se escapa a mi entendimiento la actitud del Cholo y cuales son las causas reales de no utilizar los cambios que te permite el reglamento. ¿Equilibrio del equipo?; ¿buen trabajo de los titulares?; ¿falta de confianza en los recambios? En ninguno de los casos la respuesta puede ser afirmativa. El equipo estaba pidiendo la hora, había jugadores con claros síntomas de agotamiento, —como mostraban los rostros de algunos de ellos ante las cámaras de televisión—, y futbolistas en el banquillo traídos en el mercado de invierno para hacer más fuerte y competitiva la plantilla.
Inexplicable.
Se podrían haber hecho los cambios y perder el partido, eso nunca se sabrá, pero facilitar el camino a tu rival de una forma tan absurda no es propio de un entrenador de categoría. Es un tema de sentido común, —que a veces es el menos común de los sentidos—, y de algo tan sencillo que se resume en dos palabras:
Árbitro, cambio.
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