Una antología de artículos de un periodista deportivo puede echar para atrás a alguien que crea que la Fórmula 1 es una sucesión de ruidos igual de molestos que los mosquitos una noche de verano o reduzca al fútbol a 22 jugadores corriendo de un lado a otro con las piernas al aire. Pero Héroes de nuestro tiempo. 25 años de periodismo deportivo no sólo es una agradable reclamo para los apasionados por el deporte, sino para cualquiera al que le guste leer. Mérito de Santiago Segurola, reputado periodista deportivo, director adjunto del diario Marca y uno de los mejores narradores del país, que habla y seduce al lector desde el corazón, pero sin exagerar ni refugiarse en los tópicos. Segurola es un narrador universal que sabe escoger los datos precisos y complementarios a sus historias, que funcionan como relatos sin freno repletos de análisis, reflexiones y descripciones.
Segurola hace el esfuerzo de ponerse en la piel de quien habla, como cuando se refiere a la reacción de Merlene Ottey, acostumbrada a perder contra sí misma, tras ganar –“Merlene continuó su vuelta de honor, como una autista. No sabía que había ganado, pero creía creerlo”–; cuando describe el ascenso y la caída de Marion Jones o desgrana el juego y los momentos más especiales de Hugo Sánchez, Sanchís, Fernando Hierro, Xavi, Maradona o Iniesta, de Michael Phelps pasando por Sergi López. De Fernando Alonso a Pau Gasol.
El autor de Héroes de nuestro tiempo suele funcionar como cámara, centrándose en los gestos y respiraciones de los deportistas: “Pesaba más de ciento diez kilos y la cirrosis avanzaba al galope. Con cuarenta años, era un hombre destruido. Murió de segunda muerte la semana pasada”. Un comentario dedicado al saltador de altura Vladímir Yaschenko.
Algunos artículos cuentan con una pequeña introducción de Segurola escrita para la ocasión, como el gesto que tiene con Kevin Young, al que reivindica por ser el único en batir un récord individual en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, o algunos guiños autobiográficos, como su reacción con ocho años cuando su hermano le llevó a ver al cine la película de los Juegos Olímpicos de Tokio y se quedó embobado ante aquellos gestos y gestas.
Segurola entiende a los protagonistas de sus relatos porque seguramente él también se mira al ombligo. La definición que hace de Marco Pantani es soberbia: “Un anarquista emboscado, un individualista feroz que no se resigna a aceptar los códigos colectivos (…) Concedía a sus rivales una semana de ventaja, o lo que es igual; seis, siete, ocho minutos en la clasificación general. Los perdía en las largas etapas iniciales del Tour, en las agitadas carreteras cercanas a Bélgica (…) en las crudas contrarrelojes que manifiestan todas las carencias de todos los pantanis que ha visto el ciclismo. Poco importaba. El desafío de Pantani, el reto que fascinaba a la gente, comenzaba con la primera gran escalada, en los Alpes o en los Pirineos, en los Abruzzos o en los Dolomitas. Y entonces entraba en acción el escalador colosal”.
El periodista no esconde su poca –más bien nula– simpatía por el juego de Italia, la admiración por Vicente del Bosque y Pep Guardiola, o su predilección por Guti: “Le perdoné todas las travesuras, los desengaños y las tristezas. Quizás por eso, porque ha sido un Baudelaire del fútbol, atravesado por lo sublime y lo maldito, le he observado como un genio autodestructivo. Es igual, ningún futbolista del Madrid me ha hecho disfrutar tanto”.
Las crónicas, entrevistas, reportajes y previas incitan al lector a revisar momentos deportivos vividos y a sorprenderse con los desconocidos. Segurola es un romántico al que le sobran argumentos -“al final, vale más lo que permanece en la memoria. Lo otro es un trofeo guardado en una vitrina”- que tras la derrota de España en octavos en el Mundial de Alemania de 2006 clavó su pronóstico: “La selección es joven, sabe a lo que juega y pronto quedará libre de hipotecas generacionales”.
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