Primera nunca ha sido un lugar fácil para un recién ascendido, el nivel de exigencia aumenta, se mantiene la intensidad para dar paso a una mejora sustancial de la calidad de las plantillas. Todos lo pagan (salvo contadas excepciones), siempre llegan los malos momentos, las dudas y la adaptación.
Arrancaba la temporada con la salida de Oier y de Orellana, dos piezas claves en el ascenso que no encontraron sustitutos de su nivel de producción en los argentinos Cabral y Augusto. Por otro lado llegaban Kronh-Deli y Park. El primero un hombre de banda, un hombre de conducción eléctrica y de pase errado, el segundo, un ídolo en Korea, un buen jugador en Mónaco y una gran pérdida para la causa. Muchos dicen que Paco Herrera no quería ni a Augusto ni a Park, al primero no lo conocía, le parecía lento para su idea de fútbol (eso sí, con calidad suficiente para jugar en Primera) y el segundo generaba dudas, venía de no hacer nada durante largo tiempo y representaba un clon de Bermejo (posicionalmente hablando), nunca un generador. De todas las incorporaciones, el gran triunfador resultó ser Javi Varas, un seguro bajo los palos y un salto de calidad en la meta olívica.
A todo esto se le suman las dos grandes peticiones de Paco, un clon de Orellana y un mediocentro de sacrificio para dar descanso al Gran Capitán. El primero vino a ser Augusto, el segundo… El segundo fue Bustos (que ya estaba en plantilla), al que la Primera División se le quedó demasiado grande y vimos salir en el mercado invernal por la falta de minutos cara Gijón.
En enero volvió Fabián, llegó en propiedad junto con las cesiones de Demidov (un central de garantías, un buen primer pase para batir línea y control del timing que hará la dupla con Túñez) y Pranjic (que hace un año veíamos salir de la partida en una final de la Champions League). Lo hizo como el gran salvador, el jugador capaz de revertir y solucionar todos los problemas del Celta en ataque, casi nada… Una presión espectacular para la vuelta de uno de los grandes ídolos celtiñas la temporada pasada. Ansiedad, sensaciones, una afición que estaba deseando volver a arroparle y una complicidad con Aspas hicieron el resto para terminar de concretar su fichaje sobre la bocina del mercado invernal. Por fin Paco tenía su mediapunta con desborde y asociación, solo faltaba el mediocentro. Y el Celta se había gastado más en fichajes que el resto de sus competidores reales por la permanencia.
A lo largo de la primera vuelta vimos a un Celta sobre las cuerdas, falto de gol, sobrado de fútbol y con demasiadas dudas en transición defensiva, los centrales se quedaban solos en las contras y a balón parado el trabajo desde el área técnica fue casi nulo. Todo pasaba por Iago, si él tenía el día, los celestes podían soñar con la victoria. Adaptación soñada, alfombra roja para un jugador que vive en la diagonal, arranca con desparpajo y domina el uno contra uno a la perfección, le gusta entrar con la defensa fijada, caer a banda y sembrar el terror apareciendo en segunda línea. Este año por exigencias del guion ha sido emplazado a ocupar la posición de 9 y a medida que pasaban las jornadas los equipos ya sabían a quién desactivar para desarbolar el ataque del Celta y el efecto Aspas se ha ido diluyendo. En su última rueda de prensa, Paco dijo, y cito textual:
“Desde hace varios partidos no es el jugador que he tenido durante dos años. Pretendo que se dé cuenta de que tiene que ser él. Cuando insistes, la única solución que queda es que descanse y se dé cuenta de que no está.”
“Mi objetivo es que haga cosas para el equipo, efectivas. La única manera, después de tocar todas, es esta. Si alguien ha peleado por ese muchacho, he sido yo. Si alguien ha trabajado por ese muchacho, he sido yo. Desde hace semanas, por desgracia, no es el mismo. El equipo y yo lo necesitamos. Ha pasado de hacer ocho goles a que lleve seis semanas sin posibilidad de ninguno.”
Con los nervios a flor de piel, todo se disparó, Iago se retrató en un penoso gesto para su compañero Mina (recordemos que debutaba con 17 añitos) y Paco al cargar contra él en público, al añadir más presión si cabe sobre la joven estrella de Moaña, quizás sabedor de que sus horas en casa Celta estaban contadas y una cortina de humo no dejaría hablar de sus últimos y erráticos planteamientos. Desde el partido con el Valladolid y la lesión de Mallo, no volvimos a ver a un Celta capaz de mandar sobre el campo, vimos a un equipo lleno de complejos, miedos y en plena crisis de adaptación en la primera división de nuestro fútbol.
La ruptura entre Herrera y Torrecilla era total, quizás aquella frase de Benítez sobre otro Fabián que se convertiría en ídolo de la afición viguesa ilustre un poco la situación:
“Esperaba un sofá y me han traído una lámpara.”
Pranjic no jugó ni un solo minuto contra el Getafe, y Park, aunque oportunidades tuvo, nunca fue un jugador al que se le regalarán minutos, hay quien entiende esto como ataques directos de Herrera contra el director deportivo. Y por último las maneras en su salida, el no llamarlo, el enterarse por la prensa, el tener negociado otro entrenador… nada ayuda.
Son momentos en los que el equipo debe estar cohesionado, no dividido, son momentos para hablar de fútbol no para abrir debates inertes sobre personas con pasados fascistas. La nueva etapa de Abel, que arranca ahora en el Celta, lo hace de una forma turbia, poco clara. Con una dirección que no se atreve a decir porqué se vetó a Salva Ballesta y se limita tan solo a culpar a un sector de la grada, cuando la realidad es que no se trata de un solo sector, sino de toda una afición que no puede tolerar a un hombre de semejantes creencias en el banquillo de su equipo. No nos podemos olvidar de que Vigo es una ciudad obrera, gallega y preminentemente de izquierdas, con eso prácticamente queda todo dicho. Otros dirán que no se debe mezclar el deporte y la política. El problema es que no fue el Celta quién lo mezcló, no fue su afición quién se pronunció al respecto, fue el señor Ballesta con sus declaraciones, y es que mal que nos pese, somos esclavos de nuestras palabras. La prensa nacional solo se acuerda de los equipos pequeños cuando la polémica les permite vender una gran tirada de diarios y eso es algo que deberíamos reflexionar. La demagogia con la que han reaccionado algunos programas es ulcerante. Hablemos de fútbol señores y si no de fútbol, por lo menos tengamos el rigor periodístico de sacar a la luz todos los comentarios, y no tan solo aquellos que nos benefician en aras de enervar al personal y aumentar la polémica. Porque al final, el único resultado posible es un aumento general en el odio hacia una afición.
Otro punto es la honorabilidad de Abel, firmando sin su segundo y negociando a espaldas de su colega y compañero de profesión, Paco Herrera. Porque no nos olvidemos de que las cosas bien hechas, bien parecen. Todos tienen un cero, la directiva por su oscurantismo, su falta de tacto, su silencio cuando menos productivo resulta y su forma de despachar a un hombre que cogió al Celta peleando por la permanencia en segunda y lo llevó a primera realizando una campaña histórica en la división de plata y que ha resultado un valedor de la cantera (con honrosas excepciones). Al ya ex-entrenador del Celta solo se le puede reprochar una cosa (amén de lo deportivo) y fue la última rueda de prensa cargando contra Iago, el fútbol tiene códigos que deben ser respetados. Por lo demás, darle las gracias por habernos hecho disfrutar una vez más con el Celta, por haber trabajado, cumplido y mejorado. Quién sabe, quizás sea un hasta luego, pero de no ser así, la ciudad, la afición y sus jugadores deberían (como el que está escribiendo estas palabras hace) desearle todo lo mejor.
Espera el Granada y la urgencia por salir de puestos de descenso, es el turno de volver a hablar en el campo y de la unión, recordar viejas sensaciones, como muchos dirían la sed de venganza por lo acaecido tres años atrás, pero sobre todo, tras esta convulsa semana, vuelve el fútbol al césped de Balaídos.
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