No voy a descubriros algo nuevo si os hablo de la capacidad y la tenacidad de Carles Puyol. El ‘5’ ha sido durante muchísimos años el capitán y estandarte del barcelonismo, aquel futbolista que representa la perfecta comunión entre el sacrificio en el terreno de juego y la pasión del aficionado.
De Carles he tenido la sensación desde que lo conozco, futbolísticamente hablando, de que es un hombre atemporal, perfectamente podría haber vivido en la Antigua Roma y haber encarnado a Máximo Décimo Meridio en su versión más triunfante de Gladiator. Lo puedo situar en cualquier recóndito lugar del desierto de Israel, con su particular figura hercúlea, su melena al viento y doblegando las columnas como tantos adversarios se doblegaron a su entrega por la causa. ¿Quién no recuerda aquel hombre saliendo de aquella muralla alemana, corazón en mano alzándose hasta el infinito del cielo de Sudáfrica para meter aquella pelota al fondo de las mallas? Ese día no ví a Puyol, ví a un gladiador que estaba dispuesto a morir por aquella pelota como si fuese la última que vieran sus ojos, ese día la grandeza de un hombre se hizo eterna. Así es como lo recordaremos.
Hemos visto la evolución, de un carrilero vivaz y altivo -al que hizo debutar Louis Van Gaal allá por el año 99- y su reconversión en un central aguerrido, fuerte, de los que jamás dan un balón por perdido, de aquellos a los que sus pulmones parecen haber hecho un pacto con el diablo, de aliento en la nuca y tez ruda. Puyol no regala nada, pero aún le sobran fuerzas para después de cada encuentro aplaudir a su hinchada y estrechar la mano a su rival tan fuerte como en el minuto cero. Pero bien sabemos que los años no pasan en balde para nadie, ni siquiera para un hombre como él, corren otros tiempos en Barcelona, el frío otoño ha ido mermando los huesos de un hombre que parecía hecho de otra pasta o de otro planeta, las lesiones han formado parte continua de una temporada en la que en más de una ocasión Puyol se ha planteado tirar la toalla, un calvario que no le hace poder disputar más de tres encuentros consecutivos y eso para un jugador de su carácter es demasiado castigo.
Vicente del Bosque ya mira al cielo brasileño con la añoranza de saber que su vacante quedará libre, un mundial son palabras mayores, una exigencia máxima a la que nadie podría apostar sobre seguro con él. Demasiadas trabas, demasiado frágil para algo de estas dimensiones. Los compañeros lo arropan, la afición también, pero viven con melancolía el día a día de un futbolista que lo ha dado todo por su club, que hoy le toca aplaudir desde atrás de los focos y lamerse las heridas, el descanso del guerrero, una evolución temporal lógica, son otros los tiempos y es otra la historia.
Pero mientras continúe activo seguirá entregándose como aquel chaval que dislumbró en la Masía a un excéntrico holandés. La historia siempre hace justicia con los grandes, así es Carles Puyol… Todos le conocen, nadie le teme, todos le respetan.
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