Durante la Segunda Guerra Mundial, la supervivencia del ejército francés estuvo muy ligada a la presencia en sus filas de soldados procedentes de sus colonias. Cerca de 180.000 senegaleses lucharon y dieron su vida por Francia, además de una multitud de árabes. Los “tirailleurs”, como se conocía a los soldados venidos de todo el África Negra, defendieron al país galo como si de su propia patria se tratase. Sin embargo, el ejército francés no supo recompensar la labor de estos combatientes.
El 1 de diciembre de 1944, en la localidad senegalesa de Thiaroye, gendarmes franceses dispararon sobre un grupo de “tirailleurs”, quienes se manifestaban reclamando el pago al ejército galo por su labor en la contienda. El resultado fue de 35 senegaleses muertos y 34 fueron enviados a prisión. Hoy en día este hecho se conoce como la Masacre de Thiaroye.
Si nos trasladamos al fútbol, 13 años antes, el 15 de febrero de 1931 sería precisamente un senegalés, Raoul Diagne, quien se convirtiese en el primer jugador de color en jugar un partido con la selección francesa. Fue frente a Checoslovaquia en partido amistoso, demostrando unas enormes cualidades, consolidándose en el eje de la zaga francesa e incluso llegando a jugar de portero en varias ocasiones. Nacido en la Guyana Francesa y de padre senegalés, fue internacional un total de 18 veces con el combinado tricolor.
Diagne fue el pionero, pero a esta larga lista de jugadores de color empezaron a añadirse numerosos nombres ilustres: Larbi Ben Barek (Marruecos), Xercès Louis (Martiníca), Marius Trésor (Guadalupe), Jean Tigana (Mali), Basile Boli (Costa de Marfil), Jocelyn Angloma y Lilian Thuram (Guadalupe), Christian Karembeu (Nueva Caledonia), Marcel Desailly (Ghana) etc. Sin embargo, el “boom” de estos jugadores fue sobre mediados de los 90, cuando en el once inicial de Francia había más jugadores de color que blancos.
No obstante, ya no eran solo jugadores “negros”, sino que a estos habría que añadirles los magrebíes. Fue el 4 de junio de 1924, cuando Pierre Chesneau (argelino de nacimiento), era seleccionado con “Les Bleus” en los Juegos Olímpicos de París.
El camino de los jugadores magrebíes y de África del Norte viene establecido por la época colonial. Entre los años 20 y 30, la selección francesa se nutría de argelinos europeizados, es decir, nacidos en Argelia pero de padres franceses. Con la presencia de Ben Barek en el once inicial desde 1938 hasta 1954, el Magreb vivió su época gloriosa. Tanto europeizados como no, convivían en armonía: Kader Firoud, Rachid Mekhloufi, Just Fontaine, Marcel Salva, eran algunos de los once magrebíes que desde 1945 hasta 1962 formaron parte del combinado galo.
Sin embargo, el fin de la época colonial supuso un punto de inflexión. Ningún jugador magrebí fue llamado por la selección entre 1962 y 1976. En la década de los 70, únicamente dos jugadores, Farés Bousdira y Omar Sahnoun jugaron en algún que otro partido sin importancia. Fue ya en la década de los 90 cuando regresaron los magrebíes liderados por William Ayache, para años más tarde abrir paso al mejor jugador de origen magrebí de todos los tiempos, Zinedine Zidane. Hoy en día continúan esta saga los Benzema, Nasri, Ben Arfa y compañía.
A priori, la presencia de tanto jugador extranjero no debería suscitar ningún problema en una sociedad catalogada como la creadora de los Derechos Humanos. Sin embargo, puede escocer entre la población gala que selecciones como Alemania o España tengan grandes jugadores en sus filas naturales de su propio país. En Francia el sentimiento patrio es muy elevado, por lo que se llega a creer que la presencia de jugadores de color en la selección no representa el país.
Es curioso que los medios de comunicación galos giren como veletas respecto al tema xenófobo en su combinado. Los éxitos, como pueden ser el Mundial del 98’ o la Eurocopa del 2000, encumbraron a todos los jugadores, sean blancos o negros, más allá de la Torre Eiffel. Pero los fracasos de la selección, no olvidemos la eliminación en las primeras rondas en los Mundiales del 2002 y del 2010 o las clasificación previas un tanto sufridas (gol con la mano de Henry frente a Irlanda), siempre toman un cierto cariz racista. Si las cosas las hacen bien, estos jugadores de color se consideran franceses de pura cepa, en cambio, al mínimo fallo, les vuelven a situar en el sitio de su procedencia colonial. Es curioso que nadie criticaba el que hecho que Kopa fuera de origen polaco, o que Platini tuviera sangre italiana.
En definitiva e hilando con el comienzo del texto, los jugadores de color de la selección francesa son los “tirailleurs” del mundo del fútbol. Jugadores que se dejan el sudor en el campo y que quizás jamás serán recompensados como se merecen.
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