“No se puede enseñar nada a un hombre, sólo se lo puede ayudar
a encontrar la respuesta dentro de sí mismo”
Galileo Galilei
El fútbol como actividad colectiva y de relación que es, precisa de ritmo y armonía para la consecución de sus objetivos. La colaboración que se plantea entre los miembros de un equipo ha de desarrollarse y ejecutarse de forma que sea eficaz para la consecución del logro a alcanzar e implique la coordinación adecuada de las partes que participan en el proceso colectivo, sea ofensivo o defensivo. Para ello ha de realizarse a la velocidad debida y con los encadenamientos de acciones adecuados. Si esto no se produce, la descoordinación y por consiguiente la eficiencia de la acción se reduce o incluso ni se produce.
Desde el punto de vista ofensivo, cada vez más se le da importancia al ritmo y a la velocidad de ejecución técnica de las acciones. La clave de todo ataque es eliminar líneas de oposición del equipo rival para llegar a la portería contraria con efectivos más que suficientes para garantizar la suerte suprema, el gol. A este proceso de incorporar efectivos más que suficientes en cada fase del proceso ofensivo lo relacionamos con el concepto denominado Equilibrio Ofensivo .
De la misma manera, desde una perspectiva defensiva, la clave es presentar el mayor número de barreras para ralentizar el avance del equipo rival hacia nuestra propia portería, o que dichas barreras defensivas permitan el robo de la pelota para posteriormente iniciar el proceso ofensivo. Disponer de efectivos más que suficientes para lograr el objetivo defensivo, tanto en el despliegue como en la intervención, con el doble ánimo de que no nos marquen gol y la propia recuperación de la pelota si el criterio del equipo que defiende es precisamente “defender para atacar”. Nuevamente entramos en relación directa con la denominación del principio táctico Equilibrio Defensivo.
Para que el juego ofensivo sea armonioso se precisa de la ocupación racional del terreno de juego, es decir, disponer de efectivos del propio equipo en disposición de recibir la pelota en los lugares que nos interesa, bien por ocupación de dichos lugares o bien por aprovechamiento del espacio que se ha de ocupar. En otras palabras, para atacar necesitamos de la colaboración de los compañeros que se han de encontrar en los lugares que sean útiles para el transitar de la pelota por el terreno de juego, para ello se ha de hacer uso de la movilidad (desmarques de apoyo o de ruptura, apoyos cercanos o de sostén, etc.). La armonía del juego vendrá dada por la fluidez que seamos capaces de darle a la circulación de la pelota a la hora de llevarla a la portería rival.
Como sabemos de sobra, la pelota se llevará colectivamente o individualmente, y aquí entramos en el tema que nos ocupa. El ritmo, el cambio de ritmo, la capacidad colectiva del equipo para transitar la pelota en sus múltiples formas: directo, combinado, con alternancias de juego corto y largo, con efectivos que aprovechan el espacio a lo ancho del campo en amplitud, con efectivos que progresan, con el juego más o menos profundo, juego al pie, juego aéreo para ocupar posteriormente espacios cercanos y recoger los envíos que el jugador que interviene de cabeza nos permita recibir, etc. El juego es rico en matices, formas y maneras, todas útiles y válidas dependiendo de los jugadores y el proceso de entrenamiento realizado.
Lo determinante, como vemos, son las características de los jugadores. Pero si miramos los equipos relevantes a lo largo de la historia del fútbol, nos encontramos con que en dichos equipos, ganadores o impulsores de dinámicas reveladoras que han incidido positivamente en la evolución del juego, siempre hubo dos tipos de jugadores característicos que han sido fundamentales.
Por un lado el jugador creativo que da pausa al juego, y por otro, el jugador o jugadores que por su capacidad física, -velocidad-, o por su habilidad con el balón, hacían del juego en conducción, del juego individual, un arte generador de eficacia.
La combinación de ambos factores, pausa y desborde, son los que permiten la correcta aplicación de la clave del proceso ofensivo. Superar líneas defensivas para llegar a la fase de finalización en condiciones de ventaja, o al menos, en situación de marcar gol en términos de probabilidad.
La pausa para dar velocidad (como le gustaba decir a Dante Panzeri), la capacidad de gestionar la pelota para, en el momento oportuno, frenar la dinámica del juego y dar tiempo a que los partícipes en el proceso ofensivo ocupen espacios relevantes que le den continuidad al juego, o incluso ocupen el espacio más determinante para finalizar en condiciones de ventaja. Pausa para incitar a la entrada y provocar el desequilibrio, pausa para cambiar el ritmo del juego y sorprender con la ejecución veloz posterior, pausa para atraer y generar espacios allí donde previamente habíamos previsto. Hacer uso de la pausa es hacer uso de la astucia y además es generar los mecanismos para que el juego se desarrolle armoniosamente, con la cadencia debida, con la estética adecuada, siempre en aras de alcanzar el objetivo final que es marcar gol.
Gerson
El acompañamiento de esa pausa, que es consecuencia del desarrollo del juego colectivo, es la acción posterior a la ralentización, después de ese pase derivado de esa bajada de ritmo, ¿qué ocurre?, ¿qué viene?. Pues puede venir un mundo de acciones posteriores, dependiendo del contexto de juego que se dé en cada momento. Aunque generalmente después de la pausa, pasan cosas puesto se provoca un desequilibrio puntual y ahí es en donde intervienen generalmente los otros protagonistas de nuestra disertación: los jugadores que tienen capacidad para desbordar por ellos mismos, de forma individual, bien por la velocidad de traslación superior al rival o bien por la habilidad para gestionar cuerpo y balón, desde la finta, el amago para el engaño, en otras palabras, el regate compuesto o desde el toque de desborde y cambio de ritmo posterior, es decir, desde el regate simple. En ambas facetas, el objetivo es eliminar barreras defensivas individuales -rival-, o colectivas -líneas defensivas-, con el objeto de alcanzar objetivos superiores.
Reitero, en todos los grandes equipos hubo pasadores con capacidad para gestionar el ritmo de circulación de la pelota y por extensión el ritmo del juego colectivo del equipo, frenando, pausando su evolución o dinamizándola a través de la ejecución veloz del pase, y dribladores o desequilibradores de carácter individual, capaces por ellos mismos de generar los desequilibrios parciales necesarios para la culminación posterior del proceso ofensivo, bien por ellos mismos o por otros compañeros.
A día de hoy el ejemplo más característico de equipo dotado de ambos perfiles es el FC Barcelona, con gente como Busquets, Xavi, Cesc, Iniesta o Thiago en el papel de pasadores con dominio del “tempo”, acompañados de gestores individuales del balón capaces de generar quebrantos parciales o totales en las líneas adversarias, dígase Pedro, Messi, Tello, Alba o Alves.
En líneas generales, pero no por norma y menos por dogma, los jugadores que realizan la tarea de gestionar los ritmos se mueven por zonas centrales, mientras que los desequilibradores surgen desde afuera hacia adentro o viceversa en la mayoría de los casos. Finalmente pueden ser estos desequilibradores puntuales quienes finalicen las acciones o ser otros compañeros específicos para la ejecución quienes se beneficien del trabajo previo del colectivo.
Bruno Conti
Históricamente podemos valorar la composición de los potenciales de los grandes equipos para evaluar las características de sus principales actores en una y otra faceta.
Por contraste con el párrafo anterior, en el Real Madrid podríamos encontarnos con jugadores como Ozil, Xabi Alonso como gestores del ritmo colectivo y a Cristiano Ronaldo o Di María como especialistas en el juego de desequilibrio individual, siendo en este caso Benzema o Higuaín jugadores de finalización que aprovechan el desarrollo previo de las acciones de sus compañeros.
Tanto Cristiano Ronaldo en este caso, como Messi en el anterior reflejan además ejemplos manifiestos de finalizadores letales que dominan el arte de eliminar líneas y adversarios a su paso, además de ser excelentes asistentes que facilitan la finalización de otros como consecuencia de la eficiencia en el desarrollo de su trabajo previo.
En el Brasil histórico del Mundial de 1970 en Méjico, encontramos a jugadores como Gerson (el dueño del tiempo) o Rivelinho acompañados de perfiles como el de Jairzinho y Pelé, siendo Tostao un finalizador que se beneficia de las acciones previas de sus compañeros y «O Rei», ese jugador integral capaz de gestionar el juego individual y colectivo con maestría única e intransferible.
En 1982, Brasil regaló un equipo con Sócrates, Zico, Toninho Cerezo y desequilibradores individuales como Junior, Eder o Falcao. En ese mismo mundial de España, el equipo campeón gozaba de la presencia de gestores del juego colectivo como Atongnoni o Tardelli, acompañados por jugadores del perfil individual manifiesto como el inolvidable Bruno Conti, (una debilidad personal), Gracciani o Cabrini, quienes generaron los contextos en donde finalmente triunfaría el gran ‘Bambino di oro’, Paolo Rossi.
Si hablamos del Milan de Sacchi/Capello de los 80 y 90, Rijkaard y “el Metrónomo” Albertini representan como nadie a jugadores con capacidad para incidir en las pautas generales del proceso ofensivo, siendo Donadonni o incluso Van Basten jugadores con enorme capacidad para resolver en solitario acciones individuales de desequilibrio.
Combinaciones de estos perfiles podríamos hacer miles, cada uno las de sus iconos particulares en el gusto futbolístico.
Me gustaría destacar que hay jugadores que por su posición es complicado que puedan ejercer influencia directa en el desarrollo y contexto colectivo del juego, pero que por su enorme incidencia y calidad sí lo han conseguido al implementar acciones que generaban sinergias particulares derivadas del enorme potencial futbolístico de ellos mismos y de los jugadores con los que se relacionaban. Ejemplo de ello sería Manfred Kalz, lateral derecho del Hamburgo y de la selección alemana de los años 80 y sus vínculos con otro pausador genial como Felix Magath, o su interacción con otro genial desequilibrador como fue Pierre Litbarski en la Mannschaft.
Igualmente destacable el papel del ínclito Josimar en el Brasil de 1986, posteriormente jugador del Sevilla FC, lateral derecho de proyección y finalización contundente.
Jugadores integrales que por sus características particularidades y genio personal han pasado a la historia como directores de orquesta geniales por dominar la parcela técnica del juego aplicada a la evolución táctica del mismo han sido Francescoli, Riquelme, Juan Carlos Valerón, Sir Bobby Charlton, Johan Cruyff, Bernardo Schuster, Rocha (excelente centrocampista de Peñarol), Luis Suárez, Platini y tantos genios del fútbol que han usado el tiempo y el espacio para que otros hiciesen del otro parámetro, la velocidad, un arte en sí mismo.
Alan Simonsen
El fútbol es hoy lo que es gracias al dominio de esta faceta, pausa y carrera, espacio y tiempo. Dominar la técnica para ejecutar y desarrollar la táctica. Decisiones pautadas o decisiones improvisadas producto del genio, la capacidad de inventiva o incluso la asimilación de conceptos de forma inconsciente en el desarrollo previo de la semana. Todo cabe y todo influye para dar fondo y forma a un deporte que da cabida a todas las propuestas siempre y cuando se presenten con el ritmo y la armonía requerida.
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