Fue un Mundial, aquel de México ’86, apasionante; uno de los mejores, en cuanto a juego y calidad de los que uno recuerda. Y un Mundial lleno de acontecimientos a recordar en lo que a selección española se refiere: la injusticia del gol no concedido a Michel frente a Brasil, el subidón tras arrasar a Dinamarca en octavos de final y la infinita decepción tras caer con Bélgica en cuartos cuando ya nos veíamos en semifinales.
La primera fase nos emparejó en nuestro grupo con un rival de tronío, Brasil, y dos, a priori, asequibles: Irlanda del Norte y Argelia. Nos clasificamos segundos de nuestro grupo, tras perder con Brasil por un gol a cero (después de que el ínclito árbitro australiano Cristopher Bambridge no concediera a España el gol, tras el disparo de Michel que rebota en el larguero, cae y bota claramente dentro de la portería brasileña) y ganar a Irlanda y Argelia.
En octavos nos tocó enfrentarnos a Dinamarca; la Dinamarca de Morten Olsen, Michael Laudrup, Preben Elkjaer Larsen o Soren Lerby. Venían como la gran revelación del Mundial; en su grupo de clasificación habían sido primeros, tres victorias en tres partidos: una más apurada ante Escocia (1 a 0), una espectacular ante Uruguay (6 a 1) y una clara frente a la República Federal de Alemania (2 a 0). Pero no sólo eran los resultados; era, sobre todo, un juego ofensivo y espectacular que hacía que fuera el rival más temido.
Y llegó el partido. Recuerdo que, por aquello de la diferencia horaria, los partidos se jugaban en la noche/madrugada española. Pero había que aguantar como fuera. Pero aquel 18 de junio de 1986 mereció la pena el sueño del día siguiente; vaya si mereció. El partido empezó mal, con Dinamarca dominando y adelantándose a la media hora de juego con un gol de Jesper Olsen de penalti. Pero antes del descanso, un grave error del propio Jesper Olsen en defensa fue aprovechado por Butragueño para poner las tablas en el marcador.
Y ahí comenzó el recital del Buitre aquella noche en el estadio “La Corregidora” de Querétaro: el segundo, de cabeza, a la salida de un córner; el cuarto, culminando una buena combinación en ataque y el quinto, de penalti cometido sobre él mismo. Entre medias, el tercero, fue marcado, también de penalti hecho al Buitre, por Andoni Goicoetxea, lanzador “titular” en aquella selección y que tuvo la deferencia, una vez resuelto el partido, de dejar a Butragueño lanzar el segundo penalti a nuestro favor para que éste completase así su póquer.
Finalizado el partido, miles de aficionados se echaron a la calle para celebrar la victoria y fue la primera vez que uno recuerda (que me perdone quien tenga más memoria que yo) que se acudiese a la fuente de La Cibeles a celebrar una victoria futbolística. Posteriormente, al menos en la ciudad de Madrid, la costumbre popular institucionalizaría estas celebraciones, acogiendo Cibeles al Real Madrid y Neptuno al Atleti.
En un país en pre-campaña electoral (Felipe González había llegado al poder cuatro años antes y habría elecciones ese otoño), todo Madrid fue un clamor en homenaje al ídolo que había hecho posible aquella gesta “Oa, oa, oa… el Buitre a la Moncloa”.
A muchos kilómetros de allí, toda la prensa nacional felicitó a Miguel Muñoz, seleccionador español en aquel Mundial, por el éxito conseguido y, sobre todo, por la forma. El técnico, tras los halagos, pronunció otra frase que quedará para los anales de la historia del fútbol español “No me felicitéis todavía: mi día más feliz está aún por llegar”. Se refería a los cuartos de final ante Bélgica, un rival que se veía como asequible para superar lo que siempre fue la gran barrera, el gran rubicón del fútbol español: los cuartos de final de una gran competición internacional. Aquello que hoy, tras los recientes éxitos, se ve como una “historia de abuelos Cebolletas” era una infinita frustración en aquellos años. Se tenía toda la ilusión y se veían grandes posibilidades. Pero aquél maldito penalti de Eloy Olaya frustró todo. Pero eso ya será otro “Partido Histórico».
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