Empezando por el uno, el portero, y acabando por el once, identificado como atacante escorado a la banda. Así de fácil se numeraba antaño a los futbolistas. Pero este juego ha evolucionado (o simplemente envejecido) y el dos ya no es un dos, sino que se ha convertido en nueve, mientras que el noventa y nueve entra en juego. El fútbol moderno ha convertido el número de la espalda en algo superficial y carente de valor simbólico.
Sin querer caer en una redundante secuencia de información con datos acerca de cuando y dónde comenzó a cambiar la tendencia a la hora de asignar o elegir dorsal, trataré de darle a este artículo una opinión más personal acerca de los motivos que creo causantes de esta revolución.
Para contextualizar la situación apartando fechas concretas y pese a que no lo recuerdo porque todavía no había nacido, creo que uno de los grandes factores influyentes en este desorden numérico de hoy en día fue la Argentina de finales de los 70 y principios de los 80. Recuerdo haber leído algo respecto pero no logro acordarme con exactitud en donde estaba escrito. Lo primero que se me viene a la cabeza es El Fútbol a Sol y Sombra, magnífico libro de Eduardo Galeano. Pese a no estar seguro de haberlo leído en la susodicha obra, me arriesgo y creo una excusa para recomendar este ejemplar a todo aquel que no la haya saboreado con anterioridad.
Incisos literarios aparte, aquel extracto que mi mente atisba entre las cien mil cosas sin sentido que almacena, nos situaba en la época del champagne con origen argentino. En él se hablaba de que la Selección de Argentina había decidido saltarse la ley no escrita de asignación de dorsales según el puesto y otorgar los mismos por orden alfabético. El inicio del cambio.
Sin saber los entresijos de lo sucedido desde entonces, me parece un punto de inflexión respecto a la tradición de antaño. Hoy, el llamado fútbol moderno, ha acabado con ciertos aspectos que dotaban de magia a este deporte. Las celebraciones de los goles ya no son tan naturales como hace tan solo dos décadas, los nombres de los estadios sucumben a los grandes patrocinadores y los presidentes o máximos dirigentes en ocasiones ya ni siquiera son personas naturales del mismo país, sino que tienen nombres impronunciables.
El marketing en un mundo tan globalizado lo es todo. El fútbol es un negocio que maneja cientos de miles de millones de euros al año y un simple cambio de dorsal puede suponer que esa cifra aumente. De nuevo usando pequeños flashes de mi paupérrima memoria, veo a Cristiano Ronaldo cambiando la camiseta del Manchester United por la del Real Madrid, así como el número a la espalda. Uno o dos años más tarde, del nueve regresó al siete, al dorsal que utiliza hoy en día. Más millones generados con un nuevo cambio de cifra.
Por supuesto también influye el factor originalidad. El hecho de querer destacar sobre el resto por lo inusitado del número utilizado. Cual niño (o no tan niño) poniendo un insulto o una palabra graciosa al registrar un récord en una máquina recreativa hace uno años o en la actualidad al registrarse en una web, hay jugadores que cargan con el número sesenta y nueve. Otros, como Cassano, prefieren llevar directamente el noventa y nueve, y porque no están permitidas tres cifras. Una rareza en el dorsal significa ser diferente y tener más posibilidades de ser conocido en este planeta conectado mundialmente.
A modo de conclusión, se podría decir que las nuevas tecnologías han sido las mayores causantes de semejante cambio en los números utilizados por los jugadores. Cuanto más rara sea la cifra, más posibilidades hay de que una buena empresa de marketing se fije en ti y quiera vender productos exclusivos con tus dígitos. El fútbol con el paso de los años ha perdido características de deporte y ha ganado trazos propios de los negocios. Uno de las pruebas más evidentes es la frivolidad de los dorsales actuales.
No Hay Comentarios