Todo en esta vida son ciclos. En el mundo de la moda, lo que una década antes te parecía «el no va más», hoy, lo calificarías como ropa que nunca te enfundarías. O ese hobby que dices adorar y que un buen día desechas para, no se sabe muy bien por qué, vuelves a abrazar años más tarde. ¿Qué decir del tan agradable mercado inmobiliario? Así podríamos seguir hasta realizar la pregunta evidente ¿Y por qué en el mundo del fútbol iba a ser distinto?
Desde que Diego Pablo «el Cholo» Simeone desembarcara a orillas del Manzanares y recogiera un equipo triste y hecho añicos, moralmente hablando, de la mano de Gregorio Manzano, la metamorfosis de los colchoneros ha ido «in crescendo» hasta llegar a un nivel que le permite disputar los partidos a los más grandes. El Chelsea que ahora entrena Mourinho no tendrá un grato recuerdo de la Supercopa de Europa. Tampoco el Athletic de Bielsa habrá olvidado el «repaso» que se llevó en la final de la Europa League por «ser fiel a sí mismo«. Sin olvidar que, sus vecinos más ilustres, también han probado la medicina «cholista».
Todo este engranaje de éxitos llevó a poner, y mantener, en boca de todos la calidad como técnico del ex jugador. Pero, tras todo esto, entiendo que se esconde algo más. Y no es otra cosa que un estilo de juego que afiance objetivos en los distintos equipos. El éxito de La Roja ha incrustado en nuestras mentes que, al fútbol, se juega como nuestro combinado nacional. No hay más. Toque y toque hasta perforar el marco contrario. Se han olvidado «planes B» por esa frase tan recurrida y, para mi, absurda, de «el estilo es irrenunciable«. Fracasos sonados como consecuencia de ello.
Y llegó Simeone y lo supo ver. El Atlético tiene buenos, que no preciosistas, peloteros, por lo que, esa fiebre del «tiki taka» nunca podría aplicarse en su máxima eficiencia en su plantilla. Necesita una mezcla perfecta entre rasear el esférico y esa potencia y lucha característica del jugador argentino. Su reflejo. Aparcó el peloteo y lo relegó a un segundo plano tras la lucha, entrega y despliegue físico. ¡Y vaya si le ha dado resultados!
Mientras tanto, uno de sus rivales directos por entrar en Champions, el Valencia, fichaba este año a Djukic embelesado por el fútbol que había practicado el Valladolid la temporada anterior. Nunca llegamos a verlo en Mestalla. En el Turia, se desechaba también el estilo que nos ha llevado a ganar nuestro primer Mundial. Se le da la espalda a «la moda». Ahora, con Pizzi en el banco, su fútbol es otro. Fuerte, intenso y directo. Marca de la casa. Practicidad al servicio del resultado.
¿Y quién ha sido el otro ilustre de más allá del charco que ha desembarcado en nuestro fútbol en las últimas semanas? Calderón, aquel delantero que militó en el equipo que ahora entrena. Tras años en países, llamémoslos exóticos, dice estar ante «la oportunidad de su vida«. Sobre el papel vino para sustituir a Garrido. Pero realmente, a quien debe hacer olvidar, es a Pepe Mel. Un técnico que hizo jugar a los béticos al toque y rápido y que consiguió meterlo en Europa. Salió por la misma puerta que suelen salir todos, la de servicio. Otra renuncia al estilo que la gran mayoría de la afición desea, para asegurar resultados.
Sin olvidar al Tata Martino. El argentino ha intentado imponer esa «marca de la casa» que todos llevan en su libreta. Los resultados le siguen acompañando, salvo contadas excepciones, pero su fútbol, a pesar de que desde la entidad se encarguen de recordar la trayectoria en la temporada, a ratos, no convence a nadie ni se asemeja a lo visto en los últimos años. El que suscribe, cuando realmente ha visto a «ese Barça», ha sido cuando los propios jugadores han decidido presionar como antaño. El verdadero secreto de su éxito, más allá de la calidad extrema de sus jugadores. Una presión asfixiante y una recuperación rápida en campo rival comandada por auténticos maestros del esférico. Pero, a ratos, vemos como el equipo baja y se atrinchera bajo la batuta del Tata. ¿Plan B o alternativa? De un modo u otro, también se desecha el estilo.
¿Y por qué? Demasiado fácil encuentro la explicación para los tres primeros: no se puede salir a nadar con botas de montaña. Para jugar al machacado «tiki taka» hace falta tener los protagonistas adecuados. Una serie de sonidos perfectamente conjuntados que hacen que la pieza suene sin altibajos ni estruendos. Pero, desgraciadamente, éstos, los hay en la mayoría de equipos. Adaptarse o morir es una máxima de la vida aplicable a todas sus vertientes. Vuelvo a preguntar, ¿por qué en el mundo del fútbol debería ser distinto? Al Barça, sin embargo, parece estar sirviéndole esa renuncia momentánea para coger aire y seguir acoplando alternativas donde antes no las había.
No sé cuánto durará esta «fiebre de la plata» en los banquillos españoles ni si se producirán nuevos desembarcos. Algún candidato como Valladolid, Rayo, Getafe o el mismo Málaga podrían sufrir cambios en su dirección de aquí a final de temporada. Una nueva ola de «repesca» de viejos recuerdos. Todos ellos equipos que, a priori, quieren «tocar la pelota». ¿Qué marcará el pasaporte de los posibles sustitutos que aterricen?
¿Y si como parece, esa actitud febril de seguir a los demás sigue afianzándose, qué estilo de juego implantarán?
Dudas, las mínimas. Todo responde a un fin: el resultado cuando aprieta la cartera y la clasificación.
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