Aún colean los papelillos vivaces por el césped de Mestalla, cuando todo el jolgorio ha acabado, cuando la fiesta se marcha a una ciudad y la decepción a otra, una nube densa recorre la zona técnica, una especie de aguacero inminente, unas sombras alargadas emergen de nuevo recordando viejas batallas, viejas glorias, es la sombra alargada de Mourinho y Guardiola.
Las confrontaciones épicas que tuvieron lugar desde el punto de vista táctico han dejado en evidencia las bambalinas del teatro, las pizarras tácticas del Barcelona y el Real Madrid ya no funcionan como antes. Los azulgranas parecen haber retrocedido una década atrás, cuando Joan Gaspart sembraba el pánico institucional, cuando lo más ‘interesante’ pasaba por el circo de las juntas directivas y no por el verde. Por su parte, el conjunto blanco —al que le ha tocado sonreír esta vez— vive pendiente de una chispa y de la calidad de una plantilla que cuando consigue alinearse de forma correcta da frutos interesantes, notables, pero no sobresalientes.
Ahora estamos siendo conscientes de lo que supuso tener a los mejores técnicos frente por frente en los dos colosos del planeta fútbol. Hombres que supieron sacar el máximo partido a sus futbolistas, que no dudaban en señalar con el dedo a quienes no hacían el trabajo que se les exigía, sentaban a quienes no cumplían con el mínimo para defender el escudo… Sin promesas y sin compromisos. Pero la carencia más clara, la encontramos en lo táctico, hemos presenciado auténticas maravillas tácticas, de cómo crear un estilo de juego perfecto, hemos visto el mejor fútbol de la historia desde la Ciudad Condal, hemos visto como Mourinho fue capaz de contrarrestar al mejor equipo del mundo desde la pizarra, hemos vivido auténticas batallas psicológicas desde las ruedas de prensa… Qué os voy a contar que no sepáis.
El Barcelona vaga sin alma, buscando una identidad perdida y encomendada a un técnico que le vino grande el plantel desde el primer momento. Se sigue buscando la piedra para azotar el nido de avispas, quizás no queden o anden pensando en otras metas agazapadas, como el viejo letargo del Gaucho que un día quiso dejar de ser el mejor futbolista del mundo para disfrutar de la vida. El Real Madrid ha ganado una Copa del Rey, pero no se asusten, ha ganado el menos malo, este equipo necesita una dosis más de orgullo y de casta para no ver como el Bayern hace trizas su sueño, sin la más mínima piedad, con aquella fría y germana mecánica como la más habitual de las rutinas.
Ha pasado ya tiempo, y cada vez que hay un clásico, estos dos nombres vuelven a salir a la palestra, una y otra vez, haciéndonos ver como Guardiola supo construir el mejor equipo del mundo, y como el Real Madrid supo reinventarse, con orgullo y con coraje para neutralizar aquel legado, para volver a aprender a competir en las grandes gestas, como si el propio Juanito hubiera jugado en las filas del once Mourinho.
Mestalla queda atrás, el Bayern al frente, Brasil en el horizonte… Y unas sombras muy alargadas en cada clásico que quizás supieron consumir los mejores momentos de fútbol de nuestras vidas, mientras que ambos salieron por la puerta de atrás, de puntillas y casi sin despedirse.
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