Un puñal frío desgarraba el alma del fútbol y del barcelonismo más en particular. Tito Vilanova fallecía en su lucha contra el maldito cáncer con el que había peleado intensamente durante estos últimos años, su pasión por el fútbol no pudo ante tal enfermedad.
Tito ha dejado huérfana aquella humildad que tanto se necesita en el fútbol, el entrenador cercano, el de barrio, aquel al que Guardiola consultaba a cada paso que daba, el artífice en la sombra del mejor Barcelona de la historia, del mejor fútbol que hayan podido contemplar jamás nuestros ojos, una maquinaria perfecta labrada a mano, como las buenas esencias, con las manos de un obrero del balón que siempre iba de frente, que no quitaba la mirada ni la mano…el que sonreía mientras lloraba por dentro.
Tito Vilanova era el reflejo del hambre del vestuario, el que alimentaba a las estrellas para que no dejaran de ganar. Él, quizás, como en una epopeya mística, era el motivo de la lucha titánica cuando ya se había ganado todo, el gran orgullo de los suyos, una metáfora a la vida. Aún recuerdo su llegada de incógnito a Madrid, en la previa de un Clásico, aquejado y apartado ya del equipo por sus dolencias, regresaba junto a sus jugadores para darles aquella sobredosis de adrenalina, el coraje para que nadie bajase los brazos… aquella tarde el Barcelona volvía a asaltar el Bernabéu.
El fútbol vuelve a ser más injusto que nunca, con 45 años el cáncer reúne en el cielo a otro gran hombre, aquel por el que nadie tuvo una mala palabra, ni siquiera sus rivales más acérrimos, así era Tito, se ganó la simpatía del mundo del fútbol siendo él mismo, sin máscaras, transparente. Hace un año ya se tuvo que bajar del banquillo en marcha, hoy se baja de la autopista de la vida, quizás a un mundo mejor, pero dejando este seguramente más triste, más huérfano… más injusto.
«Cuando la muerte se precipita sobre el hombre, la parte mortal se extingue; pero el principio inmortal se retira y se aleja sano y salvo». (Platón)
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