Bajo los ojos de un hincha del Torino podemos atisbar una mezcla de sensaciones, todas ellas con un halo melancólico e incluso tragicómico. El éxito se le ha cerrado en numerosas ocasiones al equipo italiano a cal y canto, y con esa resignación viven los tifosi grana su día a día, mirando al pasado como un bello espejo retrovisor en el que saborean sus agridulces domingos.
Un grande desintegrado por la tragedia
Hay que remontarse a los años 40, cuando un soberbio Torino lucía glorioso por los campos europeos a base de un fútbol insólito por aquel entonces. El Grande Torino como así se le conocía era el terror de todas las escuadras que hincaban rodilla a su paso en el que decían era el equipo más temido de todo el viejo continente –cinco scudettos consecutivos lo avalaban–. El 4 de mayo de 1949, el equipo regresaba de un partido amistoso en Lisboa, Pier Luigi Meroni, era el piloto encargado de traer a los dieciocho jugadores más el cuerpo técnico de vuelta a casa, pero una intensa niebla hizo que el avión se estrellara junto a la Basílica de Superga, a pocos kilómetros de su destino.
La noticia conmovió al mundo, aquella famosa generación de futbolistas se había desintegrado fatalmente aquella tarde de mayo entre la inmensa niebla. Un vacío enorme en el mundo del fútbol y sobre todo en el club grana, que vio como sus sueños de convertirse en un referente se escapaba como arena entre los dedos. Solo quedó la densa niebla, la nada más absoluta.
Una casualidad muy peculiar
Aproximadamente unos 19 años tardaría el Torino en levantar cabeza. Por entonces, con apenas 21 años apareció la figura de un chico que parecía adelantado a su tiempo, huérfano a los dos años tiene que buscarse la vida fabricando corbatas en un negocio familiar, el fútbol se le da muy bien, pasa de los juveniles del Como al Génova y por fin al Torino que paga 300 millones de liras por su traspaso, una cifra récord para un chico de su edad. Su nombre: Gigi Meroni.
Casualidad o destino, un chico con el mismo nombre y apellido que el piloto del trágico accidente de Superga volvía a renovar la ilusión de los aficionados. Meroni rompía completamente con cualquier estereotipo de futbolista italiano de los años sesenta, era descarado en su juego, regateaba rivales pegado a la línea de cal, encaraba por ambas bandas y poseía una enorme verticalidad. Su presencia en el verde suponía una bocanada de aire fresco, un manantial de agua cristalina en mitad del mismísimo Sahara. Aquel chico rompía uno a uno todos los prototipos del catenaccio de forma abismal. Comparado en ocasiones con el mismísimo George Best por su similitud en el juego, también tenía sus detractores, que aseguraban que un chico de aquellas características no aseguraba goles ni puntos.
Pero Meroni también era un tipo distinto fuera del terreno de juego, tenía numerosas inquietudes en parcelas extradeportivas tan variopintas como la pintura (la cual llega a considerar su verdadero oficio) o la poesía. Paseaba por la calle con una gallina atada de un lazo, irrumpió en una boda cristiana para ‘rescatar’ a su prometida de casarse con un cineasta en un matrimonio de conveniencia, vestía totalmente británico, y su aspecto de patillas, barbas y pelo largo parecía más a la de un Beatle que a la de un futbolista, algo que le costó posteriormente muchos enfrentamientos con el seleccionador nacional Edmondo Fabbri.
La mariposa grana
Meroni llegó al Torino en un proyecto ilusionante de Orfeo Pianelli, cuya máxima prioridad era devolver al ‘Toro’ al máximo nivel competitivo después de la tragedia de Superga. Para ello, pone al timón a Nereo Rocco, célebre creador del catenaccio y reciente campeón de Europa con el poderoso Milan.
¿Cómo encajaría un chico como Meroni ahí? Rocco, consciente de su talento decidió darle al chico total libertad mientras armaba en sus hombres restantes una guardia pretoriana sirvientes a la perspicacia del joven Gigi. La estrategia funcionó a la perfección, en un equipo en el que se sentía arropado y mimado por el presidente y el entrenador, la ‘farfalla granata’ (mariposa grana) se convirtió en el ídolo indiscutible de la grada, su vuelo suave y dulce mientras sorteaba rivales era toda una delicia para los paladares turineses que se daban cita en el estadio que parecían conseguir cicatrizar las trágicas heridas del 49.
Fiasco Nazionale e irrupción de la Juventus
Con Meroni siendo la piedra angular del Torino, las puertas de la selección se le abrían de par en par pese a su aspecto desaliñado –que cuidaría y recortaría para poder formar parte del combinado italiano–. Pero las cosas no fueron como se esperaban y Meroni cayó preso de un esquema que ahogaba los espacios de su fútbol y desdibujaba el vuelo de aquella dulce mariposa.
Italia sufre su mayor humillación deportiva en el Mundial de 1966, donde cae frente a Corea del Norte en Middlesbrough y se vuelve a casa en la primera fase. El joven Meroni apenas juega unos minutos pero es el blanco de las iras de la prensa que lo toma como cabeza de turco.
Pese a aquella persecución mediática, Meroni continuaba siendo un auténtico ídolo en Turín, tanto que incluso la afición llegó a echarse a la calle, más concretamente a la sede del club cuando se enteraron que en ella estaba Gianni Agnelli, máximo dirigente de la Juventus dispuesto a pagar 750 millones de liras para vestir al talentoso futbolista de bianconero. A su presidente, y a pesar de la maltrecha situación económica del club no le quedó más remedio que rechazar la oferta.
Meroni agradece el cariño y muestra la mejor versión de su juego en las siguientes temporadas, se ve a un jugador eléctrico, con un aura colosal y una mirada de campeón, el Torino consigue vencer en casa del Inter de Milán de Helenio Herrera por 1-2 fulminando una racha de imbatibilidad en casa de tres años.
Superga, el Fiat y las macabras casualidades
Turín se postraba soleada al horizonte, el Torino había ganado 4-2 ese día a la Sampdoria, los jugadores quedarían concentrados nuevamente al término del partido porque tenían otro compromiso el miércoles. Meroni pide salir de la concentración para ir a comprar un helado, su entrenador lo mira con pocas ganas, pero lo deja marchar cinco minutos pensando inocente que aquel jugador especial merecía tratarse en ocasiones diferente al resto. Lo acompaña su compañero Poletti.
En Corso Re Umberto, la calle donde se fundó la Juventus y a escasos metros de su destino, un Fiat 124 Coupé roza a Poletti y embiste brutalmente a Meroni que yace en el suelo. De su interior, tembloroso se baja un joven de 19 años que acaba de sacarse el carné de conducir, un chico fanático del Torino, fanático de Gigi Meroni del cual tenía empapelado todas las paredes de su cuarto y que acababa de ver el enésimo recital de su ídolo en el Stadio Comunale acababa con la vida de éste en un suspiro. El sueño de volver a ser grandes de nuevo se esfumaba, aquella calle maldita donde dio vida al máximo rival daba muerte a la estrella del Torino. El apellido Meroni y el club grana volvían a enfundarse en la más severa tragedia.
A los 24 años la ‘farfalla granata’ dejó de batir sus alas, su fútbol talentoso enmudeció el Calcio de manera aplastante y aquella densa niebla volvió a recorrer la sangre de los allí presentes. Aquel chico tembloroso a manos del Fiat se llamaba Attilio Romero, 33 años más tarde sería presidente del Torino, un club marcado por la tragedia y que nunca volvió a recuperar el esplendor perdido, arrebatado cruelmente por un fatídico destino.
El cuadro de su vida
La tragedia se apoderó de la ciudad de Turín en un llanto desconsolado, cerca de 20.000 personas acudieron al funeral de la estrella del Torino, un hueco vacío e insustituible en las almas de los granates. El fútbol, como la vida no espera por nadie y el Torino tuvo que volverse a rehacer futbolística y anímicamente. Caprichoso, en la jornada quinta del campeonato el Torino se enfrentaría a la Juventus en el Stadio Comunale pero ejerciendo de visitante, ya que ambos compartían estadio.
La banda completa se llena de coronas de flores en honor al desaparecido. El Torino aquel día salió enrabietado, con el ahínco más tremendo jamás visto, con la cólera en las venas de sus ojos le endosan a los bianconeros un 0-4, la mayor victoria jamás conseguida frente a su eterno rival. Los tres primeros tantos son obra de Nestor Combin, el mejor amigo de Meroni, el cuarto toma una magia colosal, lo hace Alberto Carelli portando el dorsal 7 que debía llevar el malogrado futbolista, como si un destello mágico se hubiera alineado ese día para que aquellos chicos, aquellos compañeros, aquellos amigos, le brindaran el homenaje más bonito apuntando hacia el cielo. Allá donde estuviera la figura bohemia de aquel chico que hacía corbatas y conquistaba corazones a ritmo de un futbol que asombró a Italia.
Seguro que Meroni les devolvió su sonrisa eterna aquella tarde mientras pintaba un lienzo, el de aquel 0-4 a la Juventus, el mejor cuadro que pintó jamás la mariposa grana lo haría desde el cielo, donde tantísimas tardes revoloteó en el Comunale, entre talento y poesía.
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