El último Clásico nos deparó uno de los espectáculos más vibrantes que se recuerdan en los enfrentamientos entre estos dos titanes del fútbol. Dos equipos colmados de estrellas en todas las líneas, compitiendo de tú a tú por la hegemonía futbolística de este país -con permiso del líder, el Atlético-, cada uno con su estilo. El partido acabó 3-4 para el cuadro que dirige Martino, tras sobreponerse a la remontada vertiginosa que la dupla Di María-Benzema les propinaron en menos de 5 minutos, tras gol tempranero de Iniesta. Luego un gol de Messi antes del descanso y tres penalties en la segunda parte. Uno lo transformaría Cristiano y los dos restantes el rosarino. Mucha fe y muchos huevos también. Aunque con la resaca en la capital todo parezca obra y gracia del bueno de Undiano.
Desmerecer el triunfo de un rival es algo que no debería tener cabida en el deporte, pero en esta bendita España, desmerecer es deporte nacional. En este caso, pretender quitarle crédito a la atroz embestida con la que se propulsó el Barça del Tata en el derbi sobrepasa todas las ficciones imaginadas. Aunque para ficción, lo de Leo Messi, que ya es máximo goleador en la historia de los Clásicos. El astro argentino, el extraterrestre, se bastó de su ilimitada voracidad —el animal competitivo— para darle la vuelta a un partido en que el Barcelona aún siendo superior, quedó a merced de un Madrid que pudo dejarlo fuera de la Liga tras el 3-2 de Ronaldo (que sólo compareció para lanzar dicha pena máxima, al igual que Neymar sólo apareció para provocar otra). Pero la Pulga, puesta en duda toda la temporada, se mantuvo enchufado en el encuentro desde el pitido inicial y no paró hasta saciarse con el cuarto gol y comerse el escudo de su camiseta a besos, como hizo el día que se doctoró en el Camp Nou, con otro hat-trick de bandera cuando apenas contaba con 19 años.
Claro está que si hablamos de ficción, tenemos que hablar también de don Andrés Iniesta, capaz de hacer desaparecer la pelota y hacerla aparecer en fracciones de segundo. Así se coló entre Carvajal y Xabi Alonso tras una maniobra tan genial como irreverente. Sus conexiones con Xavi y Messi fueron lo mejor del partido para el Barça, que respiraba cuando ellos se encontraban. Algo parecido a lo que supuso Di María para los blancos en la primera parte. El Fideo hizo honor a su apodo escurriéndose como tal entre un caldo de defensores azulgranas, que miraban impávidos como el argentino los estremecía una y otra vez y levantaba tras de sus nucas el aliento del Santiago Bernabéu, exhalado con fiereza por dos zarpazos del gato Karim, que ha mutado a tigre también en las citas grandes.
En definitiva fueron dos equipos sobre el césped entregados a la causa del fútbol, entregados a una forma de entenderlo y a una manera de jugarlo. Demostrando en el verde porqué medio mundo se paraliza para verlos batirse en duelo. Porque son los mejores y porque su rivalidad no tiene límites ni comparación en la historia de este deporte. Porque no fue un clásico más, fue un partido de fútbol con mayúsculas, con todos los alicientes que un aficionado espera tener. Por eso hoy sólo debería hablarse de los once de blanco y de los once de azulgrana, que nos regalaron un espectáculo descomunal.
A pesar de esta locura de partido, vibrante para el aficionado y para el espectador, las armas se cargan hoy contra el tipo del silbato, el colegiado Undiano Mallenco. Desde el bando perdedor, Sergio Ramos, Arbeloa y hasta el propio Cristiano Ronaldo espumearon el nombre del colegiado a través de sus bocas al final del encuentro.
Parece que imponer en la figura de Mourinho el detonante de las tormentas pasadas, no era más que un camelo con el que apaciguar un poco el ánimo de la prensa, cansados quizás de los berrinches del portugués y sus constantes escabullidas de responsabilidad. Sin embargo, una vez la tragedia es consumada, el fantasma de José se cierne sobre la zona mixta del Bernabéu —y alguna cuenta de twitter—, provocando hilarantes rajadas de algunos jugadores-emblema de la plantilla blanca, demostrando que lo que se fraguaba en ese vestuario en la era Mou no era cosa solo de un portugués.
Todo ello secundado, cómo no, por la prensa madrileña (y sobre todo madridista) de turno, que hoy copa sus análisis y opiniones del clásico con las pocas jugadas polvorientas que dejó la oda al fútbol que fue el encuentro del Bernabéu. No me voy a parar a valorar la actuación arbitral, porque si hay una decisión suya que no admite dudas fue la del penalti señalado a Cristiano: fuera del área. Para las demás, cada cuál tiene una opinión y un criterio distinto. ¿Por qué resalto esta acción entonces? Pues por dar una muestra rápida de cómo en la irracionalidad de las protestas del equipo merengue resalta el hacerlo incluso obviando un penalti a favor inexistente. La madre de todas las querellas.
Como es costumbre, la caverna se engalana para estrenar otro nuevo episodio melodramático sobre la derrota del Madrid, que dicho sea de paso tiene un tufo a excusa que tira para atrás. En vez de centrarse, por ejemplo, en la mala reacción de Ancelotti en la expulsión, la buena reacción del Barça tras cada hachazo del Madrid, o, simplemente, en reconocer que a veces en el fútbol también gana el mejor, se unen al despropósito que supone denunciar una mano negra o un equilibrio en la tabla premeditado.
Situación que, en primer lugar, no hace bien al Madrid como equipo y como entidad, al que a cada derrota en un clásico —desde hace ya unos cuantos años—, le acompaña un sofoco desmesurado que aboga por la justicia arbitral, (a menos, eso sí, que el resultado sea tan incontestable como un 5-0 o un 2-6). Pero sobre todo no le hace bien al fútbol en general, a este duelo tan hermoso que podemos disfrutar en nuestra Liga y tras el cual, lamentablemente, es el de negro (ayer de amarillo) quién acapara más atenciones que el resto, quedando todo lo demás en un segundo plano.
Y todo lo demás, no se nos olvide, es el fútbol, señores.
No Hay Comentarios