El pasado sábado se deslució uno de los rituales más hermosos de nuestro fútbol. Uno de esos gestos colectivos que le dan sentido al deporte y lo humanizan más allá de banderas y aficiones enfrentadas. El sagrado minuto 21 para los pericos se tornó sombrío, como toda la temporada, tras el gol del osasunista Cejudo. Por primera vez, un equipo rival anotaba durante el tributo a Dani Jarque y, a pesar de ello, la grada respondió con la ovación correspondiente a su eterno capitán hasta el final de dicho minuto.
Pero ese gol, y en ese minuto, simboliza el proceso de decadencia en el que está inmerso el RCDE. A partir de ese momento llegó la bronca, los espanyolistas mostraron su enfado y apelaron, como ya hicieran partidos atrás, a la memoria de alguno de los iconos del club en su historia reciente como Raúl Tamudo, que volvió a ser aclamado. Sintomático. La falta de referentes en el terreno de juego es obvia, de entre los cuatro capitanes no hay ni uno solo formado en la prolífica cantera de Sant Adriá (dos canteranos del Barça, Forlín y Cristian Álvarez), y el desapego de la afición con su directiva es irreversible. Por si esto fuera poco, la situación económica es desoladora, y los acreedores acucian a los pericos, que necesitan de manera urgente 6 millones de euros en los próximos dos meses.
La goleada recibida ante Osasuna ha terminado de hastiar a una afición desencantada desde hace mucho. Cansada de mantenerse impasible ante la constante pérdida de identidad de un club que se ha acostumbrado a (mal)vender extemporáneamente a sus joyas, y que ahora deambula en un ineludible proceso de descomposición social, económica y deportiva.
La semana que viene se celebran unas elecciones que bien podrían considerarse un brindis al sol. La mayoría accionarial de los actuales gestores garantiza una victoria continuista por parte del candidato Collet, y entretanto la masa social perica se pregunta hacia dónde camina su club, a sabiendas de que la ingente deuda será inviable en un hipotético descenso de categoría, y de que el Espanyol pierde cada día que pasa la oportunidad de imponer un estilo distintivo, tanto dentro como fuera del terreno de juego.
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