Hace apenas dos semanas (9 de agosto) se cumplió el octogésimo octavo (88 años hablando en cristiano) aniversario del primer Scudetto del Bologna (el primero de sus siete trofeos de liga). Por aquellos años ’20, pasos primerizos del fútbol europeo, equipos históricamente tan olvidados como el Genoa de William Garbutt y el Pro Vercelli fueron los “dictadores” (término propicio dado el recién coronamiento del fascismo) del campeonato italiano. Prueba de ello es que entre 1898 y 1924 ambas entidades se repartieron una suma de 16 ligas (9 genovesas y 7 para los piamonteses).
Sin embargo, la temporada 1924-25 marcó un vacío triunfal para un Genoa que, hasta la fecha, no ha logrado la ansiada Décima (efectivamente, ya existía antes de que los madridistas la bautizaran) ni ningún otro título salvo la Copa de Italia de 1937. Los que adoran el escudo britanizado del Genoa, aún hoy piensan en lo que pudo ser, pero no fue en aquel verano de 1925.
Aquél título no suponía ganar una liga cualquiera; el décimo Scudetto significaba tener una estrella estampada en las próximas equipaciones del conjunto rossoblu. Es decir, la mejor prueba para dentro de unos años atestiguar que el Genoa fue en su día el gran referente del Calcio. A día de hoy, solamente los aficionados de Inter, Milan y Juventus (la primera en lucirla a partir de 1959) pueden lucir tal condecoración.
Del 24 de mayo a 9 de agosto: la final fatídica
Todas las apuestas giraban en torno al favoritismo del equipo genoano, a pesar de que el elegante Bologna de Hermann Felsner también llegaba en condiciones idóneas para afrontar uno de los episodios fatídicos más sonados del fútbol italiano. Por entonces, la liga se decidía en una final disputada entre el campeón de la Zona Norte contra el ganador de la Zona Sur. Aunque en este caso, dada la diferencia futbolística entre ambas zonas del país, la final que correspondía al sector del Norte (Bologna-Genoa) era considerada la final verdadera. El vencedor de dicha eliminatoria tendría que “cumplir” contra un modesto Alba Roma (club que luego formaría parte en la fusión del AS Roma) que no contaba con opciones de llevarse el trofeo a la capital.
La ida se jugó en el estadio Sterlino (estadio del Bologna), donde el Genoa logró vencer 1-2. Resultado aparentemente muy favorable para afrontar la vuelta en casa. Como era lógico, prensa y aficionados daban por campeón virtual al Genoa. Sin embargo, cuando parecía que medio campeonato -y por lo tanto la ansiada estrella- estaba en el bote, en un arrebato de revancha los boloñeses alcanzaron el mismo resultado en Marassi (Génova). Al contrario que ahora, en aquellos tiempos la resolución por penaltis aún no existía y en caso de que la eliminatoria finalizara en empate, la contienda se tendría que repetir en un campo neutral a partido único.
Milán fue tierra de polémica. Allí es donde se jugó el tercer –pero no último- encuentro. La expectación era tal, que se organizaron líneas de autobuses especiales para transportar a los aficionados rossoblu a la capital lombarda. Gracias a ello, cerca de 20.000 espectadores tuvieron la oportunidad de presenciar el primero de los espectáculos más polémicos de la historia del Calcio. Al igual que ocurriera en el cómputo de los dos primeros partidos, en el tercer partido el Genoa volvía a tener prácticamente el trofeo en su bolsillo (el equipo Grifone se marchó al descanso con un 2-0 a favor). Fue entonces cuando empezó el drama.
Una decisión que valía una liga
Giovanni Mauro había sido designado para arbitrar el encuentro. El mal trago estaba asegurado. En el inicio de la segunda parte el Bologna cambia de versión y encara el adverso 2-0 con valentía. En una de estas, Muzzioli lanza un disparo cerrado que el meta del Genoa (De Prá) logra estirarse suficientemente para desviar el balón. El colegiado decreta saque de esquina, y hasta aquí todo con normalidad. La sorpresa llega al campo cuando el público que ocupaba los asientos de detrás de la portería comienza a invadir el campo. Éstos alegaban que el balón había entrado en la portería, y de hecho, De Prá había recogido el esférico dentro de la red. La versión por parte del público genovés era que el balón había traspasado la red del lateral, pero en ningún caso el balón había traspasado la línea de gol. En cualquier caso, el árbitro principal había señalado el punto de esquina: ésa era la única realidad. Tras un cuarto de hora de reflexión, con el árbitro y linier rodeados por un importante grupo de fans exacerbados, Mauro se dejó llevar por la corriente y cambió el juicio: gol válido para el Bologna, 1-2. Os podéis imaginar la impotencia de los jugadores genoanos. Indignación que incrementaría 10 minutos después con el tanto de la igualada. Pozzi forzaba el cuarto partido con su gol.
La cuarta final se jugó el 5 de julio en Turín. De nada sirvieron 120 minutos de partido; por cuarta vez consecutiva el marcador final no decidía nada. Los goles de Schiavio y Catto ilustraron el 1-1 final. Este encuentro estuvo marcado por los incidentes sucedidos en Porta Nuova después del partido, en los que aficionados de los dos equipos se llegaron a atacar mediante disparos (2 aficionados del Genoa terminaron gravemente lesionados, y un seguidor del Bologna terminó hospitalizado). Aquella agónica final interminable ya llegaba incluso a ser tema de debate en el Parlamento.
Y por fin llegamos al quinto y último partido. La particularidad, entre otras, de esta final es que se tuvo que jugar en secreto a las 7 y media de la mañana; la prensa se encargó de desviar la atención de los tifosi dirigiéndolos a Torino (el duelo se jugaba en Milán). La estrategia del secretismo fue una elección pésima (o estratégica, según como se mire), ya que había jugadores del Genoa que disfrutaban de sus vacaciones y tuvieron que coger un vuelo relámpago para presentarse en Milán y jugar una final a puerta cerrada. A esas horas de la mañana las calles milanesas eran mudas. Jamás se ha visto un capítulo parecido: las gradas del estadio estaban ocupadas por un pequeño grupo de periodistas, dirigentes y unos pocos aficionados que lograron colarse en aquel circo silencioso. Las únicas voces eran las de los jugadores, a quienes se les podía reconocer la voz en mitad del juego. Hubiera sido magnífico presenciar la celebración del gol de Pozzi a los 28 minutos de la primera parte; o el jolgorio boloñés con el gol de la sentencia anotado por Perin ya en la segunda mitad. El Bologna, que terminó con 2 expulsados, se llevó aquella liga, la primera de su historia.
Así es como terminaron 480 minutos de final. Así comenzaba el principio del fin para un equipo genovés que no volvió a catar nuevos trofeos. La polémica sigue escociendo en el noroeste de Italia, donde aún reclaman su stella en el pecho de la camiseta blaugrana. Bolonia, en cambio, sigue jactándose de aquella autocorrección de Mauro.
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