Tras las tempestades en el vestuario el año pasado, el Madrid iniciaba este curso con un cambio significativo de entrenador. Quedaba claro que desde el club blanco se abogaba por reforzar la figura de un entrenador cercano, próximo a los jugadores e indispuesto a saltarse jerarquías que envenenaran el ambiente general del equipo. La apuesta por Ancelotti parecía segura.
Mientras, The Special One tomaba rumbo a Londres y dejaba al público enfadado ante una gestión un tanto particular -sobre todo en su último año-, en la que no dudó entre armonizar para que el equipo saliese victorioso o disparar para salir victorioso él de reyertas personales, no con pocas personas damnificadas (tanto de dentro como de fuera del club). Ante esto Mou siempre optó por la segunda vía, la de ganar él primero, la de mantener su propia jerarquía dentro del planeta fútbol. El mayor perjudicado fue el club, que acabó el año prácticamente en blanco -apenas una supercopa- y fue testigo de un baile en la portería un tanto extraño. De este baile en la portería salió el debate del año: la titularidad de Casillas. La suplencia del capitán en detrimento de Adán, primero, y de Diego López, después, fue uno de los “Reales” culebrones del año futbolístico.
Con Ancelotti se respiró la calma hasta la primera jornada de liga, en la que el técnico italiano dejó en la caseta al mostoleño, y repetía jugada en la segunda jornada. Diego López, -que ciertamente ha rendido a un alto nivel, dicho sea de paso- se ha convertido desde su llegada en el mercado invernal de la temporada pasada en el guardameta titular del equipo. Íker, mientras tanto, sigue relegado a un banquillo que por momentos le incomoda, aunque puede que el debate se acabe en la siguiente jornada si la situación se normaliza y el ‘1’ vuelve bajo los palos.
Aún así y hasta que no se dé el caso, la situación no levantaría sospecha alguna de no ser por un par de apreciaciones: la primera es absolutamente jerárquica; la segunda, además, tiene connotaciones deportivas.
Por un lado, Íker ha sido el titular sin discusión tanto en el Madrid como en la Selección Española durante años. Esa jerarquía ha sido respetada por Del Bosque durante la Confederaciones, pero ni Mourinho, ni -de momento- Ancelotti, lo han entendido así.
Sin embargo, las jerarquías se intentan respetar en otros ámbitos del equipo blanco, como que Cristiano no deje de ser nunca el mejor pagado -bien se lo ha ganado- o, que si finalmente llega Bale -que llegará- sea por menos de por lo que llegó el luso. O que Benzema, timorato en el campo desde la pretemporada y a pesar de los goles, siga siendo titular por el dinero que costó y eso se haya llevado por delante a un jugador de números más que notables en el Madrid (entiéndase Higuaín) para que el francés no tuviera competencia más allá de dos chicos del filial.
Mientras uno hace estas reflexiones se detiene a pensar en Casillas. Veterano en el club, veterano en la selección, veterano en el fútbol en general. Capitán de ambos conjuntos y abogado defensor de la causa madridista. Ha levantado títulos de todas las formas y colores. Íker es la definición de jerarquía en sí mismo. Es el jerarca por antonomasia del madridismo.
Pero -y aquí entra la otra apreciación- deportivamente no es menos que todo eso. Deportivamente ha conseguido todo lo que tiene a base de esfuerzo y sobre todo, de hacer lo que mejor sabe hacer: parar balones. Ha sido pieza fundamental en todos los éxitos recientes de su club y de su selección, ha hecho paradas imposibles y ha cambiado el signo de muchos partidos con intervenciones tan agónicas como antológicas. Ha dado más puntos al Madrid con sus manos que muchos de los jugadores que han pasado por Chamartín en estos años con sus pies. Ha aumentado su estatus y su salario a base de parar y parar y siempre en el club de sus amores, no gracias a temporadas pasadas en otros clubes o a base de vender camisetas, por ejemplo.
Íker ha sido un trabajador del fútbol con un don que pocos porteros tienen: la estrella. Estrella que saca a relucir cuando más necesitado está su equipo, cuando se encuentra contra las cuerdas siempre le queda al Madrid un gancho de Casillas. Como las manos que aparecieron de la nada para anularle un gol a Perotti en aquellas paradas mágicas contra el Sevilla, o la mano que sacó a Cardozo cuando España agonizaba de penalty en cuartos del mundial de Sudáfrica, o el pie derecho con el que dejó incrédulo a Robben en aquella mágica noche de Johannesburgo, o las infinitas series de paradas que valieron la novena en Glasgow… La estrella. Y podría seguir recordando.
Porque si de algo estoy seguro es que Casillas no sólo ha vivido de la jerarquía, ni siquiera él pretende vivir de eso. Casillas ha vivido y vive de sus manos y de sus pies, de su cabeza y de su talante, de su actitud y de su aptitud, y de una estrella demasiado grande y brillante como para apagarse de golpe.
Todo esto levanta el tufo de algo que quizás desconocemos, pero que empieza a verse claro a pesar del buen hacer de Diego López, al que no hay que desmerecer.
Quizás algo con lo que no merece la pena especular, algo demasiado interno como para llegar a conocerlo nunca, pero demasiado evidente dada la magnitud del trasero que calienta el banquillo merengue.
Quizás es que en Madrid no hay jerarquías, quizás no exista la opcion preferencial para Carleto o quizás el propio Casillas conozca ya los motivos de su suplencia. Claro queda que no puede deberse a una situación absolutamente deportiva cuando hablamos de uno de los mejores porteros del mundo, ni absolutamente personal cuando es conocida su jerarquía dentro y fuera del equipo.
Quizás, el intríngulis de la cuestión es que en el Real Madrid hay muchos más que no valoran a Casillas que al revés, o quizás, la única jerarquía que existe es la de Florentino, máximo mandatario y jerarca -por momentos obsoleto- de un club que se abandona a su gestión carterista y que se olvida, llegado el momento, de las auténticas estrellas que son el sostén de los auténticos valores del Madrid de siempre.
Estrella y valores todos personificados en la figura de un arquero que no dejará de ser leyenda en Chamartín, por mucho tiempo más que se pase en su banquillo.
El desenlace, como siempre, en el terreno de juego.
2 Comentarios
El santo ya probó el martirio del banquillo con Del Bosque en el Madrid , un «milagro» en forma de lesión de César en la final de Glasgow le encumbró . Con Mourinho , de nuevo al martirio y , otro «milagro» en forma de expulsión de Adán le devuleve la titularidad , luego lesión ante el Valencia y esperar otro»milagro» ?
Un saludo
Genial artículo, magnífica prosa (as usual).