En el Valle del Elba, el mundo parece detenerse cuando se surca su río. Un enclave paisajístico que parece devolver a Alemania, al principio de los tiempos, dónde la naturaleza y el hombre podían convivir juntos. Esa zona geográfica tiene algo especial, algo que es inexplicable con palabras, pero que se representa con miradas hacia el infinito. Casi, como en busca de algo que sólo está en la mente de cada cual.
Görlitz no está muy lejos de allí. Concretamente, está a dos horas de carretera. Su peculiar localización hace pensar que allí el mundo no sólo se detiene en el tiempo, sino que su espacio se divide entre dos países: Alemania y Polonia. Tan iguales, tan diferentes. El río Niesse hace de frontera natural entre ambos: a un lado Görlitz y, al otro lado del río, su “Ostvorstadt” (o lo que hoy se conoce como Zgorzelec). Lo que antes de la Segunda Guerra Mundial estuvo unida, la RDA (especialista en marcar sus fronteras) acordó con el gobierno polaco repartirse su ciudad en dos. El puente que un día fue destruido como símbolo de una batalla que dividió a muchas familias y repartió dolor a partes iguales, desde hace diez años ha vuelto a unirse otra vez.
Ciudades peculiares que no dejan indiferente a quiénes visitan, también están unidas por el fútbol. El bendito deporte que sirvió de instrumento político con unos objetivos determinados, hoy sólo demuestra que tanto los niños polacos, como los alemanes, tienen la posibilidad de unir esfuerzos en pos de una unidad futbolera: el NS Gelb-Weiß Görlitz.
Resulta complicado ser aficionado de un equipo que, en la extinta Alemania Oriental, nunca pudo establecerse en la entonces élite (Oberliga RDA). En Görlitz, la mayoría son del Dynamo Dresden, uno de los equipos vinculados al gobierno socialista heredado de la ocupación soviética. Por Görlitz sienten más orgullo de jugadores como Hans-Jürgen Dörner o Michael Ballack, símbolos de un pasado lejano y otro más reciente, que reflejan el paso hacia la modernidad.
Lutz Sielski es un oriundo de la ciudad, maestro de educación física en la extinta república, hoy es un empleado del club. Recuerda, con cierto orgullo, ver los partido de Dörner con su hijo Hans: “Para nosotros él era nuestro Franz Beckenbauer, no ha habido un futbolista mejor en la República”. Su hijo, hoy concejal en Zgorzelec, tiene la doble nacionalidad: “Yo siempre viviré en la dualidad, porque las dos son partes de mi ciudad. Tengo a mi hijo como entrenador en las categorías inferiores del Görlitz, y quedamos para almorzar en cualquiera de las dos orillas. Bromeamos a menudo sobre ello”.
La normalidad de los Sielski es un reflejo de lo que hoy es la sociedad alemana reunificada, casi un cuarto siglo después de que se unieran y derribaran las fronteras. Görlitz ejemplifica el triunfo de las (no) fronteras. En busca de la unidad natural que tanto ansía el ser humano. Vivir a las dos orillas del río; hacer de la excepción, una normalidad.
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