Rapidez, elegancia y fluidez en la salida, destrucción al máximo nivel, bandas vertiginosas y contundencia elevada al arte de esculpir piedra durante gran parte de los «noventa minuti«. Eran signos de identidad de Chamartín. Ahora, solo eso, pasado. ¿En qué momento se decidió que, el fútbol, había cambiado tanto como para tirar al contenedor de la «Estrella de la Muerte» tantas tardes de diversión y pasión con un solo medio centro?
Suelen ser los grandes de Europa los que marcan estilos y épocas. Ya no solo por el fútbol desplegado o títulos conseguidos, sino por su sistema de juego. No sé exactamente cuál fue el punto de inflexión para que, tras subir a lo más alto (no por entorchados) con el «rombo mágico» de Valdano, se realizara el trueque al doble pivote y con él, se marchara la alegría de La Castellana. Al menos, en cuanto a estilo de juego se refiere. Pero lo cierto es que se transitó, de la figura endiosada del medio centro (único, tanto para construir como destruir), a una especialización enfocada a lo absurdo: MC defensivo o constructor. Pasamos de utilizar un jugador, a necesitar dos. Esto implicó, tampoco se sabe muy bien por qué, la desaparición de la figura del doble delantero. ¿Doble delantero por doble pivote? Mal negocio. Desde luego, para el espectador. A la postre, juez final de lo que se ve sobre «el piso». Del 4-1-3-2 ó 4-1-2-1-2 se pasa al 4-2-3-1 (ni mentar el paralelogramo de Luxemburgo). Se desprecia la figura del segundo delantero para adorar al nuevo vellocino de oro: el «MCO» (los Götze, Özil, Isco y una legión interminable de nombres). Un tal Laudrup ya sabía cómo se jugaba por esos metros cuadrados de césped.
En mi retina quedó grabada a sangre y fuego la jugada de Fernando Carlos Redondo Neri en Old Trafford, el último gran mariscal del centro del campo del Real Madrid. Tras él, llegó Claude Makelele y ese sistema semi-anárquico que instauró Vicente Del Bosque, en el que, el francés, era el comodín para todo tipo de huecos, sobre todo, los que dejaba Roberto Carlos tras sus idas y venidas por el carril izquierdo. ¿Después? La tormenta de arena del doble pivote asoló el número 1 de Concha Espina.
Los equipos empezaron a pensar en tener la portería a cero antes de aplicar la única máxima del antaño gran jugador Johann Cruyff con la que comulgo : «¿Qué más da si me meten 4, si yo meto 5?«. Se pasó de la búsqueda desesperada de un jugador como los anteriores, al perfil «jugador de color, preferentemente africano, busca equipo para destruir fútbol. No me pidáis más«. ¿Inconcebible verdad? El cambio, nunca fue ventajoso. La alegría con la que se movía y corría el esférico en Chamartín despareció con los Emmerson, Flavio, Gravessen, Diarra (*2), Gago e incluso Khedira.
Hoy día, seguimos igual. Solo que ya no importa la nacionalidad o el color de piel. Una filosofía la del holandés que, a día de hoy, sería el inicio de un diagnóstico de demencia senil. Nada más lejos de la realidad. El F.C. Barcelona sigue jugando con un único MC: Sergio Busquets, constructor y destructor. Todo en uno. Como en los buenos y viejos tiempos del balompié. Todo ello, sin olvidar los «Zamoras» que tiene Valdés en la estantería de su wc, ni los títulos conseguidos en los últimos años. Desmantelada de un plumazo esa necesidad irracional del doble pivote.
Un deseo para este comienzo de curso: que vuelva la alegría a Chamartín. Sin ella, no hay título que valga. Sin ella, el balón no corre, se desinfla.
1 Comentario
Como bien dices, antes (y ahora en el Barcelona), un sólo mediocentro se bastaba para destruir y construir. Luego, pasamos a ponerle al supuesto constructor, un destructor al lado para hacer la «labor sucia». Y, ahora, muchos equipos juegan con dos mediocentros más destructivos que constructivos. Los equipos no se si ganarán pero el aficionado, pierde. Como en casi todo en el fútbol moderno.