No es ningún secreto, a estas alturas de temporada, que el Barcelona va sacando la mayoría de sus partidos con un esfuerzo mínimo. El último ejemplo lo tuvimos en el partido del pasado domingo en el Ramón Sánchez Pizjuán. El encuentro, a pesar de la victoria y la goleada, fue el retrato de lo que viene siendo el Barça de esta temporada.
No es la primera vez que el equipo azulgrana se enfrenta a una situación límite esta temporada y acaba resolviéndola casi sin quererlo. En Sevilla, una primera media hora inerte a punto estuvo de costarle el partido. Un gol de Alberto Moreno, un palo de Bacca y una situación clarísima de Rakitic se sucedieron sin que el Barça fuera capaz siquiera de pisar área rival. Después un gol de Alexis con la chepa (y en fuera de juego) los puso en el mapa nuevamente, y con un Messi inspiradísimo (con sendos goles antológicos) y un Andrés Iniesta haciendo diabluras con el balón en una piscina, el equipo carburó en la segunda mitad y terminó por encarrilar el choque ante un Sevilla que bajó los brazos quizás demasiado pronto. 1-4 al final y líderes.
Esto no esconde, sin embargo, que se vio a un equipo bastante desorientado y, lo que es más alarmante, muy pasivo en su desorientación, como esperando un gol de la nada que supusiera el arca bajo el diluvio. Pero en la primera parte no se atisbaba ni arca, ni siquiera un humilde bote salvavidas. El Barça se ahogaba en el diluvio de su propia pereza, cuando llegó el gol que esperaban de la nada —tan de la nada que no debió ni subir al marcador— y a partir de ahí comenzó a mostrar la proa de su embarcación, que lleva como mascarón al extraordinario Leo, que hizo un gol deleitoso justo antes del descanso.
Todo fue a mejor a partir de entonces, pero no se puede ignorar, por ejemplo, la primera parte lamentable de Song, las pérdidas constantes durante la circulación del balón, la pasividad de toda la defensa en la jugada del gol y en posteriores, o la intensidad que lleva por libre Alexis, que a pesar de su voluntariedad y sacrificio prácticamente no repercute en el juego global del equipo.
No es la primera vez esta temporada que vemos al Barcelona salir de un apuro casi sin darse cuenta, jugando al tran-trán y sin ser capaces de materializar en ocasiones un dominio del balón que aún no perdió. Fue incapaz a veces, pero otras muchas pecó de indolencia, la misma que le hizo perder ante Ajax o ante Valencia. La misma que le hizo empatar en Levante y la misma que le hizo satisfacerse con un empate en el Calderón.
Tampoco se deben obviar ciertos aspectos del juego de este Barça que son cuanto menos preocupantes. Para empezar, los dos primeros goles ante el Sevilla: uno a balón parado y el otro en una contra vertiginosa con resolución mágica de Leo. Ninguno de estos dos aspectos son precisamente el sello de identidad del Barcelona de los últimos años. Una prueba más de que el equipo queda un poco más a la improvisación de la calidad individual de sus jugadores, a un «todo vale», que a un plan específico con la pelota, como antaño. Los mejores minutos del equipo en estos partidos coinciden siempre cuando toma ventaja en el electrónico, cuando navega a favor de viento.
También es alarmante el sistema de rotaciones, el cual parece regirse más por el tiempo que los jugadores llevan sin jugar que por la importancia del encuentro en sí misma. Sí; el mismo sistema de rotaciones que elige a Neymar en una vuelta de eliminatoria de Copa resuelta por 4-0 en la ida y se deja a Busquets en el banquillo en un partido por el liderato de la Liga en un campo tan duro como es el Pizjuán. Es bastante probable que la plantilla agradezca estas rotaciones llegado el momento de la verdad en mayo, para que el vendaval alemán no vuelva a dejar al aire las vergüenzas culés, pero para tormentas como las del domingo en Sevilla es menester planear un refugio, sino al final llegas a mayo calado hasta los huesos y con el agua rozándote la barbilla. Y tampoco es buena cosa competir en esos extremos.
Otro de los problemas es la falta de intensidad de algunos jugadores en determinados tramos del partido (o durante el partido entero) y la falta de efectivos en la defensa —problema unido a esta plantilla desde tiempos remotos— clama al cielo y se traduce en un goteo incesante de ocasiones rivales. La pasividad en el gol del Sevilla es una muestra de ello, en una jugada en que la mayor intensidad la puso Alexis (¡Alexis!) intentando bloquear a la desesperada el disparo de Moreno. Un Mundial a la vuelta de la esquina también trae consigo estas vicisitudes, ya que nadie quiere perdérselo por fuerza mayor.
Aunque una vez dicho todo esto y pese a lo que pueda parecer, este Barça lejos de su mejor versión tapa con números lo que con juego no consigue del todo —a excepción de algunas muy buenas rachas de juego intermitentes, claro—. Al final, lo que cuenta es ganar, y el conjunto del Tata es líder de la Liga en lucha encarnizada con los equipos grandes de la capital, tiene pie y medio en la final de Copa, y fue primero en la fase de grupos de Champions League.
Llegados a febrero, mes oficial de disgustos en la cronología blaugrana reciente, queda ver si los culés son capaces de resurgir de su juego y mantener a raya la incipiente subida del Madrid y la perseverante lucha por no descolgarse del Atlético.
Eso sí, habrá que mostrar especial atención en comprobar si a este Barça, el Barça del alambre, acostumbrado últimamente a caminar sobre él sin caer, le alcanza sólo con esto para doblegar al jequeclub de Manchester, que ya tiene mucho más que millones en su plantilla. Será una eliminatoria durísima que marcará lo espinoso del asunto, y probablemente, el resto de la temporada en la Ciudad Condal. Ahí no le valdrá, con toda seguridad, escatimar en esfuerzos.
Llegó la hora de darlo todo.
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