Llegan fechas señaladas en la historia de un equipo con letras de oro en las proezas del deporte rey. El césped no miente. Las voces de los protagonistas se llenan de orgullo recordando aquel día. Y las de los aficionados. Esos que, pese a estar en Segunda División, llenan Riazor sábado tras sábado, partido tras partido, contando a sus pequeños que, el centenario del Real Madrid, fue un día especial para el deportivismo.
Una ciudad entera cae. Pero resulta que en lugar de llorar, se levanta y enseguida empieza a andar para volver a lo más alto. Por el camino, disfrutamos de un recuerdo. Nadie podrá olvidar aquel día. La fiesta estaba preparada. El Real Madrid cumplía cien años y lo celebraría conquistando una nueva Copa del Rey. El invitado que tendría el honor de disputar esa final que quedaría para la historia como el gran centenario era el Deportivo de la Coruña. Pero no se quedó en el centenario, sino que se convirtió en el centenariazo.
No es una copa cualquiera. Aquella copa significaba el triunfo del esfuerzo y el trabajo ante el dinero y la soberbia. Hablo en nombre de muchos aficionados, con algunos me veo identificado, otros me parecen demasiado extremistas. La burla es la consecuencia de una victoria tanto moral como física, escarnio fundado en el egocentrismo y la altivez de los jugadores del Real Madrid aquel día. Flavio Conceiçao tuvo un error: decirle a Djalminha que había una celebración post-partido preparada antes del comienzo del mismo. Todo estaba preparado para una fiesta por todo lo alto celebrando 100 años de historia blanca. La fiesta la disfruta el deportivismo una década después.
¿Y el partido? Una nueva exhibición de aquel Súper Dépor. Los constantes movimientos de aquellos jugadores eran una pesadilla para las defensas rivales y Hierro acabó mareado ante un engaño de Sergio. Valerón dominaba los espacios de forma inverosímil, sorteando cualquier tipo de obstáculo hasta llegar a Tristán. Y si no llegaba él, que llegase el balón. Un equipo que jugaba de memoria, pues los automatismos ya estaban creados de años anteriores. Ni Raúl con uno de sus 400 goles, ni la perfección de Zinedine Zidane, serían capaz de frenar el ímpetu deportivista.
Nada nos enorgullece más que ese equipo que no solo ganó la Copa, sino que dio una lección de fútbol tanto en el Bernabeu como en otros feudos legendarios de Europa. Los jugadores lo sabían. “Toda Coruña está ahí fuera. No podemos fallarles.” Le decía Djalma a Mauro Silva antes de saltar al verde esa misma noche. A Coruña tiene un sentimiento especial, ese sentimiento deportivista imposible de explicar y sonsaca un “Esta ciudad es maravillosa” a todo futbolista que pasa por ella. Desde el infierno, recordando que siempre seremos grandes, un aviso: tened cuidado, voltaremos.
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