En 57 historias del deporte por una causa solidaria, profesionales de la SER, El País y As relatan anécdotas y momentos deportivos que les han impactado.
— ¿Quién os gustaría que viniese a hacer una rueda de prensa al Seminario?
A Josep Maria Huertas, un hombre feliz que se desvivió por vivir al límite su vocación de periodista y transmitírsela a sus alumnos, le pareció una buena idea entrenarnos con esa propuesta. Aunque salieron varios candidatos, acabó viniendo el que quería servidor: Pere Escobar, que ahora presenta El Club de la Mitjanit en Catalunya Ràdio y es, para mi gusto, el mejor narrador de fútbol.
Como narrador, Pere Escobar huía de los gritos gratuitos, de generar polémica y cuestionar al árbitro ante la duda más minúscula y también se desmarcaba de la exageración y los tópicos. Él entendía que transmitir datos y emociones a alguien que estaba viendo lo que se narraba no dependía del volumen del discurso y que el periodista era un complemento y no la estrella. Conservo la lista de nueve preguntas que le hice ese 25 de abril de 2003. Nos dijo que el periodista deportivo era un bombero que reaccionaba en situaciones límite porque su realidad, sobre todo los fines de semana, era esa. Que el sacrificio empezaba por unos horarios inflexibles y peleados con la conciliación familiar y que era fundamental tener una curiosidad universal. De aquella clase salí con más ganas de ser periodista deportivo, contento de tener como referente en ese camino por recorrer a alguien tan campechano. Me llevé también un autógrafo, que el invitado me dejó en el libro de Unai Elorriaga Un tranvía en SP —«una abraçada molt forta a un ‘col·lega’. PERE» [un abrazo muy fuerte a un colega. PERE]—. Lo consideré un buen sitio para que el tesoro no se traspapelase.
Josep Maria Huertas, en paz descanse, también reforzó mi amor incondicional por el periodismo, el que tienen los 57 periodistas deportivos de la Cadena SER, El País y el diario As que se han unido para hacer posible 57 historias del deporte por una causa solidaria. Editado por Aguilar, el libro es la excusa perfecta para regalarle al lector puntos de vista personales y/o desconocidos del mundo del deporte, con voces y estilos muy diferentes. Está repleto de anécdotas, situaciones e instantes que han marcado a los autores ejerciendo la profesión y en algunos casos estos confiesan cuándo y por qué notaron ese clic, ese pálpito, que les hizo descubrir que esa tenía que ser su profesión. Y que, por muchas reuniones familiares que hubiese —va por el relato de Tomás Roncero—, el camino a seguir estaba muy claro. Los beneficios de la obra se destinarán al programa de UNICEF Enrédate, que promueve el conocimiento de los Derechos de la Infancia y el ejercicio de la ciudadanía global solidaria y responsable en miles de centros de enseñanza españoles.
Hay historias entrañables como las de Lluís Flaquer, que nos invita a viajar a su infancia, a cuando repetía que quería ir a Las Gaunas y soñó en voz alta que algún día trabajaría allí; también está Mónica Marchante, que vivió de primera mano el Mundial de España 82. Juan Cruz nos recuerda que las pasiones nos hacen más grandes con un espléndido relato sobre cómo llegaron la radio y Carrusel Deportivo a su casa, Ramon Besa nos hace vivir el agobio —y la pasión— del cronista en Stamford Bridge, David Alonso defiende que una gripe no te puede impedir conocer a tu ídolo y sobre un icono como Nadia Comaneci nos habla Amaya Iríbar, que trata de explicarnos hasta dónde llega su pasión por la gimnasia.
El fútbol, como defiende Nico Castellano, es un idioma universal. Lo es también el deporte en general y no hay momento como los Juegos Olímpicos. En Barcelona, Laura Martínez descubrió su vocación quedándose sin aliento en la victoria en los 1.500 del dorsal 404 —un tal Fermín Cacho— y Luis Martín encontró un buen aliado en una situación estrambótica en Pekín 2008. Mientras que Íñigo Martínez nos acerca a un Julen Guerrero fiel a su Athletic que no se salvó de la mili. Para mili, la que hizo José Ramón de la Morena en su primer desplazamiento, con Javier Clemente como protagonista.
No faltan las referencias a los apuros en la profesión, como las arañas que tuvo que soportar Diego Torres mientras hablaba con Christian Vieri, los interminables filtros burocráticos para conseguir una entrevista —que le pregunten a Oriol Puigdemont—, los problemas en una retransmisión el día decisivo —la pregunta sería para Víctor Santamaría— y el ahogo de Javier G. Matallanas en otro continente y con Ronaldo de por medio. Momentos para la paciencia que salen a cuenta como el de Cayetano Ros con Mágico González e instantes donde apetece cualquier cosa menos escribir, como tras la muerte de Marco Simoncelli —bien sabe Nadia Tronchoni—. Momentos que cambian la historia de un país, como el Mundial de rugby de Sudáfrica de 1995, con Mandela como hilo conductor y Michael Robinson como narrador.
57 historias del deporte por una causa solidaria me recuerda a aquella rueda de prensa en familia con Pere Escobar porque parece que los autores se sientan con nosotros a tomar una copa o un café para contarnos la cara B del deporte. Es una golosina para cualquier aficionado y un manual de cómo transmitir una pasión sin exagerar. La edición está cuidada y el único pero es que haya relatos muy pensados como reportaje a los que le falta otro punto de vista más personal e íntimo. Algunas de las historias más singulares serían imposibles hoy en día, con más periodistas que entonces, así como más distancias con los deportistas. Cambios que no impiden que el periodismo siga siendo la profesión más bonita, la que te invita a observar, preguntar, narrar y transmitir a otros. Los que tratan de minusvalorarla y considerarla una afición para pasar el rato tienen todas las de perder.
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