Estopa y caricias a partes desiguales las que he dado al entrenador italiano a lo largo de la temporada. Rachas en las que solo se hablaba de fútbol y un ilusorio equilibrio que, más tarde, le hacía tropezar una y otra vez con los grandes equipos. Tras lograr deshacerse de aquel traje y enfundarse uno nuevo mucho más conservador, Carlo Ancelotti ha traído a las vitrinas de Concha Espina la ansiada y obsesiva «Décima«. Ésta, es mi despedida del curso lectivo.
«Querido Carlo,
Te apodaron «el Pacificador» antes siquiera de aterrizar el avión que te acercaba al cielo de Madrid. Ese cielo único. Antes de conocer cuál sería tu despacho, tenías claro cuál era el principal objetivo de tu nuevo club desde hacía doce largos años. Unos te etiquetaban, por el simple hecho de tu pasaporte, como «amarrategui». Otros, se mostraban más que escépticos sobre el juego que desplegaría el equipo. ¡Cómo si el año anterior hubiese deleitado al mundo! Tardaste más bien poco en colgar el teléfono y decirle a tu expresidente que dejarías París. El tren del Real Madrid pasaba una vez más ante ti y no querías perder tu asiento preferente.
Así llegaste, y así has terminado el año. Sin hacer apenas ruido, dando muestras de una educación y saber estar agradecidas por todos, has conseguido un doblete que técnicos laureados y auto coronados ni habían visualizado. Has devuelto la alegría a un vestuario que la había extraviado (cosas que un asalariado del montón nunca entendería). Pero es así. La conjunción entre ellos, por ti guiados, ha supuesto palpar un espíritu olvidado en el cajón de las historias de abuelo. Sacrificio a la hora de calzarse los tacos. Sudor y sangre (también a ráfagas) al servicio de un escudo que ha pesado tanto otras veces. Solo puedo darte la enhorabuena y quitarme el sombrero ante tu gestión.
Pero Carlo, querido Carlo. Otra cosa es el juego. Mejor que nadie sabes que tus cromos pueden y deben jugar mucho mejor a este deporte inventado por isleños. «La Cabra» debes dejarla que vuelva a la montaña. Tu sitio es el banquillo y el césped. Pero un césped al que mimar, alisar y abrillantar con el balón. No tras él. No pisoteándolo. Las oportunidades perdidas deben servir de acicate y aprendizaje. Y no veo en ti un alumno vago conformista. No.
La adaptación es algo que no te se te puede negar. Y, normalmente, adaptarse al medio es el primer escalón hacia la supervivencia. La misma capacidad demostrada que supuso ganar las dos finales más por corazón y por convicción que por juego desplegado. La unión hace la fuerza. Ya lo hemos visto antes. Pero la fuerza, sin cabeza, suele estrellarse en la mediocridad. No lo olvides. No te abandones. La afición seguirá aquí … Pero te vigilaremos.
Firmado,
Un aficionado cualquiera.»
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