Hace unos días una noticia deportiva sacudía el Distrito Federal de México. Uno de sus buques insignia de cara a la Copa del Mundo de Brasil se bajaba del barco y renunciaba a ir convocado con la selección mexicana. Los dardos envenenados comenzaron a salir de boca de todos, que sin pararse a preguntar siquiera un por qué ya acusaban a Carlos Vela de traidor.
¿Qué ocurría? ¿Por qué de repente el jugador joven con más talento de México decide no ir a lo que todos los niños soñaron de pequeños? El techo del fútbol se postra frente por frente a los pies del azteca, pero aquel joven rechaza el caramelo más goloso de todos, se desata las botas, se viste de calle y pisa el acelerador de su coche sin mirar por el espejo retrovisor. Sus compatriotas en la vieja América Latina permanecen incrédulos mientras lo único lindo que le dedican son maldiciones de Moctezuma.
Carlos Vela salió al paso ante las gravísimas acusaciones de desertor, traidor de la patria… y explicó los motivos. Ya no le apasiona el fútbol, no de la manera que él necesita, no de la manera que él quiere. Y es que el delantero de la Real Sociedad ha descubierto que una vez llega a casa no siente ese hambre insaciable por volver a los terrenos de juego, no le importa que no haya un mañana futbolístico… «Si tengo que elegir entre una buena película o un buen partido, elijo la película» —así citó a un medio de comunicación—; aún disfruta jugando, pero cuando los focos se apagan, su mirada y su atención se centran en otras cosas como la NBA —único deporte que sigue por televisión—; no soporta todo lo que rodea al futbolista, desearía ser un chico corriente que baja al supermercado de la esquina, va al cine con su chica o toma una cerveza en cualquier paseo marítimo sin que la fama lo ahogue.
Lo de Carlos Vela quizás es una oda a la felicidad, como aquel que renuncia a un puesto mayor en la empresa por el simple hecho de pasar más tiempo con su familia, la vida son momentos felices y en esos momentos felices son los que te late el corazón con el mayor de los corajes, son aquellos instantes que el mexicano añora y necesita. Brasil y la gloria los cede a los que tengan la ilusión necesaria para ‘matar’ por ella en el verde, él aplaudirá desde la trinchera, no sentirá envidia porque será feliz con lo que esté haciendo… y con ello es suficiente.
Y no teman mis amigos realistas, que mientras Vela esté feliz en Donostia seguirá dándole gloria a los Txuri-Urdin con su peculiar felicidad, llevándose el balón bajo el brazo firmado por sus compañeros, mientras saborea desde el coche los diálogos de aquella película de Humphrey Bogart, su mujer ya prepara las palomitas… acelera un poco, Zubieta queda ya al fondo, siempre sin mirar atrás.
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