Y lo que temía, sucedió. La «cabra» volvió y convenció al italiano de que le siguiera. Nuevo batacazo blanco ante un equipo grande esta temporada. Incapaz de sacar adelante los partidos donde poner tierra de por medio, cede al Atlético el liderato de esta Liga y, lo más importante, el depender de uno mismo para conseguir los objetivos. En el caso de Ancelotti, parece que el «equilibrio» solo lo tiene a trompicones y sobre una cuerda hecha a retales a muchos metros de altura. Vértigo, en el argot médico.
Ya mostraba en la previa del partido mis temores a que el italiano volviera a «tirar para el monte«, como sucedería. En SU lógica, entraba el esperar al Barça (necesitado de hacer lo que hizo) y aprovechar las espaldas de sus laterales para disparar sus balas. Pero claro, parece ser que aún no ha captado que una cabra tiene difícil quitarle la pelota a un rottweiler hambriento y juguetón. Él no te la va regalar para que juegues a lo que te apetezca. Antes del primer gol azulgrana, Diego López ya tuvo que apretar nalgas en un par de ocasiones. Con Neymar y Messi arriba y Cesc surtiéndoles de balones en lo que, para mi, fue la presentación de la libreta escondida del Tata y su «4-3-1-2″, el equipo llegaba y llegaba al área rival sin que éstos, parecieran reaccionar.
En un despiste (de tantos anoche) del lateral derecho del Madrid, Iniesta entraba hasta la portería. La cabra se asustaba y parecía decidir cargar sobre todo lo que se pudiera echar a la boca. Y así, encontró una de las vías de agua que este empobrecido cronista señalaba: la espalda de Alves. Solo que no fue ni Cristiano Ronaldo ni Bale quienes decidieron «hacerme caso». «El Fideo» Di María cuajó una espectacular primera parte y dejó claro que él sí se había dado cuenta del punto débil de su contrincante: el duelo Benzema – Mascherano. Con la pelota rodando, el «Jefecito», puede llegar a ser desesperante para cualquier delantero. Por arriba, ya vimos cómo se tambalea. Dos perfectos centros desde esa banda al francés dieron con el esférico en las mallas de Valdés. El segundo, un golazo. Y si el «lince» hubiese estado más acertado, podría haber terminado la primera parte con su «hat trick» en la buchaca. Detalles que cuentan. El perdón no se estila en este juego.
Mientras, el Barça seguía a lo suyo y tras otra jugada en la que vimos la defensa del Madrid recular cual cangrejo cojo, Messi, la enchufaba. Descanso en tablas y una sensación agria recorría las mentes de los aficionados blancos. Y esa sensación, ni siquiera se marchó con el «no penalti» que transformaba Ronaldo, totalmente desaparecido el día de ayer. Al igual que su colega de banda contraria. Ellos debían ser otra de las claves del partido para los blancos, pero lo único que consiguieron es que el equipo se partiera como ramitas en manos de un gorila. Ni aparecieron, ni se les esperaba. Con el 3-2, los de Martino no se vinieron abajo y Messi decidía avisar a ésos que lo dan por acabado que se dediquen a la jardinería de diseño. Un pase endiablado y milimétrico a los pies de Neymar ganaba la espalda de Ramos y acababa como todos sabemos. ¿Si fue pena máxima? Tengo mis dudas, ésa es la verdad. Pero del árbitro que hablen otros, yo no. Hoy solo hablo de cabras y sus aumentativos.
Con uno menos, ésta, la cabra, pedía comer más que nunca. Y claro, el italiano no la haría esperar. Tras sacar al mejor jugador blanco y «equilibrar» nuevamente su cráneo, no el equipo, dejó a Cristiano preocupado de que a los centrales del Barça no les «faltara de ná». Acabó haciéndolo desaparecer del juego (si es que estuvo alguna vez). Di María limpiaba sus botas con la lengua. Se arrastraba. Pero el italiano, no movía ficha. Solo buscaba alfalfa. Parecía ser el único que no se daba cuenta que aguantar a los culés veinte minutos con diez jugadores y ni siquiera hacer el amago de aguantar la pelota, era acabar con el carnero en un buen asado rosarino. Como, efectivamente, ocurrió. Iniesta se inventaba una jugada que acababa en otro fusilamiento de 7 metros. Y fin de la «historia». Una historia repetida durante los últimos años. Miedo y falta de confianza es lo que veo temporada tras temporada cuando se enfrentan ambos equipos. Chispazos hay, claro. Pero de nada sirven.
¿Conclusiones? El Real Madrid sigue siendo un equipo endeble INCAPAZ de hacerle frente CON JUEGO FLUIDO y CONTINUO a los rivales fuertes. Ancelotti sigue sacrificando el talento de Isco para elevar a los altares su dichoso equilibrio que no termina siendo tal. El fantasma de técnicos de antaño planeó los noventa minutos sobre el Bernabeu al son de «don balonazo y pelotazo«. Nadie lo ahuyentó, más bien, volvieron a acurrucularlo. La capacidad física del equipo también quedó en paños menores (lo que pasa cuando no tienes la pelota). Y los jugadores llamados a crear diferencias y «tirar del carro», no aparecieron. Una defensa de pandereta hizo el resto. ¿Equilibrio? De barra tuerta.
Por su parte, Martino empezó con un «ataque de entrenador» que, personalmente, esperaba, pero tuvo que rectificar y dejar nuevamente a la casi autogestión a esos cracks que tiene el equipo. Eso sí, a Neymar, volvió a dejarle otro recadito. Que Pedro no jugara ayer hizo que el resultado no fuera más abultado. Messi sigue sabiendo jugar a esto, por mucho que se empeñen «tuercebotas» de mesa de camilla en darle por «acabado». La pelota sigue siendo de ellos y la Liga, más que abierta, sigue acotada. Ojo al diferente fondo de armario de ambos clubes.
El emparejamiento de Champions entre atléticos y culés puede darles una pequeña esperanza a los blancos de que les eche un cable en forma de cansancio. Una esperanza que, la cabra, se encargó de enterrar ayer un poquito más. Habrá que volver a sacar la pala y currar. Rectificar es de sabios y a tiempo está Carletto. Deja la hierba para otras especies.
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