La expectativa era tremenda. Desde que eliminaron a Estudiantes de la Plata y Cerro Porteño hace dos semanas, el mundo del fútbol contaba los días para que llegara el primer Súper Clásico de la semifinal de la Copa Sudamericana entre Boca Juniors y River Plate.
El preámbulo fue impresionante: la histórica Bombonera a reventar, los cánticos y saltos que hacen temblar las estructuras del estadio y retumbar las zonas aledañas, y un maravilloso espectáculo de luces, papelitos y fuegos artificiales para recibir al equipo “xeneize”, mientras los “millonarios” entraban en medio de silbidos perdidos entre la euforia del ingreso del equipo local.
Los veintidós jugadores listos en el campo de juego: el River del Muñeco Gallardo precedido de su campaña de “fútbol champán” -con par de trompicones en las últimas semanas-, y el Boca del Vasco Arruabarrena intentando continuar el repunte que les permita terminar con alguna alegría un año difícil. Era el momento que la fiesta se traslade finalmente al campo de juego.
Pero el árbitro pitó y la fiesta se acabó.
Ciertamente, motivado por el espectacular recibimiento, Boca salió a presionar con todo a River. Pero a los cinco minutos Vangioni fue directo al tobillo del Burrito Martínez y además de sacarlo del partido, marcó la pauta de lo que serían los 85 minutos restantes: poco y nada de fútbol, muchas interrupciones, patadas arteras, juego sucio, provocaciones e intercambios verbales. Si a eso se le suma un árbitro al que el partido más importante del fútbol argentino le quedó grande, se tiene entonces la receta perfecta para lo que finalmente brindaron a los espectadores: noventa minutos más tensos que intensos, y por momentos insufribles.
Poquísimo que destacar. Por aquí Forlín y quizás algo del Cata Díaz, por allá Gabriel Mercado y algún destello de Pisculichi. No mucho más. En Boca, Gago se dejó desesperar por las faltas reiteradas de Ponzio –que jugó buena parte del partido por cortesía del árbitro Trucco- y fue más pródigo en discusiones que en juego. Sin Martínez y con Gago distraído, Chavez y Calleri no tuvieron quien les pusiera un pase decente. River extrañó a Rodrigo Mora, operado de apendicitis y Simeone poco o nada pudo hacer perdido entre defensores vestidos de azul y oro. Si hasta las habituales provocaciones de Teo Gutierrez parecían descafeinadas en medio de un partido pobre y poco atractivo.
River cambió el champán por las patadas. Boca no fue capaz de aprovechar su condición de local. Casi al final, un cabezazo de Gago al cuerpo de Barovero no pudo cambiar un resultado que hizo justicia a lo que ofreció el partido: cero goles, cero fútbol, cero buen espectáculo. Ambos equipos quedaron en deuda. Tienen noventa minutos más para reivindicarse, con River de local en el Monumental, y aunque queda claro que antes que el buen juego, la prioridad es ganar como sea al eterno rival y llegar a la final de la Copa Sudamericana. Queda el deseo -más que la esperanza- que sorprendan con una revancha intensa, sí, pero también plena de goles y buen juego. Bien les vale recordar que al ganador lo espera una final en la que jugando como ayer, difícilmente llevarán las de ganar.
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