Cual inspiración por ver una estrella fugaz en medio de una noche de oscuras nubes, me viene a la cabeza una pregunta que en mi mente se antoja imposible de responder: ¿Cómo puedes vivir tranquilo? Llamadme idiota tal vez, pero no llego a comprender como se puede vivir con el gran peso que supone perder una oportunidad única en la vida, ya sea de ganar un campeonato, fallar un penalti decisivo o incluso descender de categoría.
Tienes la oportunidad de darle alegría a miles de personas. A veces, incluso cientos de miles. Pero el balón se te escapa y pese a que intentas hacer todo lo posible por salvarlo, se pierde a lo lejos mientras no puedes hacer otra cosa que mirar como se desliza lentamente hacía el lugar equivocado. Sinceramente, no podría dormir esa noche. Quizás tampoco la siguiente, ni la siguiente de la siguiente. Y a buen seguro me acordaría de ella a lo largo de toda mi vida.
Es entonces cuando entra el odio en juego. Ves como alguien ha desaprovechado la última oportunidad para conseguir lo que más quieres en este mundo. Te empiezan a caer lágrimas pensando en porqué ha hecho lo que ha hecho. Pero ves su cara de arrepentimiento y que no puede pronunciar ni una sola palabra. Quizás él está sufriendo más que tu aunque no te des cuenta. Llegas a la conclusión de que lo ha intentado todo sin querer hacer daño a nadie y piensas «habría sido muy distinto si no hubiera tenido la valentía suficiente como para tan siquiera intentarlo aunque pensase que era imposible». Mientras, otros ni siquiera se atreven a intentar ser futbolista por miedo al fracaso.
Es por ello que la segunda pregunta que se te pasa por la cabeza es evidente: ¿Te arrepientes? La respuesta, cual resorte de autodefensa en el interior de mi mente, salta al momento. Cuando has hecho todo lo posible por recuperar ese esférico que se te escapa, no existe motivo alguno para arrepentirse. La duda del “Y si…” se esconde en algún lugar de tu mente, pero afortunadamente su capacidad para ocultarse es superior a la nuestra para buscar.
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