En un claro paralelismo con los guionistas del archiconocido anuncio de turrones, la nueva directiva del Real Betis Balompié decidía este sábado que José Mel Pérez, más conocido como “Pepe Mel”, retornara al que fue su hogar durante los últimos años. Para regocijo de sus más acérrimos seguidores, el señor Mel vuelve a casa por Navidad y cuando pocos eran los que se atrevían a asegurar a ciencia cierta que la vuelta del entrenador madrileño pudiera convertirse en un hecho inminente.
El que ya fuera técnico verdiblanco entre 2010 y 2013 regresa a Andalucía, concretamente a Sevilla, a la Avenida de la Palmera, al lugar del que, para muchos, nunca debió salir: el banquillo del Estadio Benito Villamarín, donde ya logró un histórico ascenso a Primera División en la temporada 2010/2011 (con un nivel de juego y unos números extraordinarios) y donde consiguió recuperar, tres años después de su llegada, el apelativo de “EuroBetis”, para una entidad que no pisaba competición europea desde hacía más de un lustro.
Un año y dieciocho días después de su destitución, inexplicable para la gran mayoría de aficionados verdiblancos (y no verdiblancos), Pepe Mel aterriza de nuevo en “su Betis”, y lo hace con el objetivo innegociable de reconducir la nave verdiblanca y acabar la temporada en uno de los dos puestos que permitan el ascenso directo a la máxima categoría del fútbol español.
Y es que la vuelta del técnico madrileño al banquillo de Heliópolis sólo puede significar dos cosas:
La primera, un beticismo más que demostrado. Delantero verdiblanco entre 1989 y 1993, tiempos de una Sevilla engalanada con motivo de la Exposición Universal, a la par que un desdichado “Betis ascensor” intentaba sobrevivir en pleno período de crisis económica y deportiva; Pepe Mel no tardó en ganarse la simpatía de la afición del Benito Villamarín, que llegó a popularizar la frase “No diga gol, diga Mel” por todos y cada uno de los rincones de la capital andaluza.
Madrileño de nacimiento y sevillano de adopción, Pepe sintió desde el primer momento una conexión especial con el ambiente, la ciudad, el club y la afición verdiblanca, elementos que se acentuaron aún más durante su etapa como entrenador del conjunto heliopolitano, donde la comunión entrenador-afición fue total de principio a fin.
Precisamente ese beticisimo incontrolable y manifiesto ahora en el míster, lleva a muchos a plantearse la existencia de cierta falta de amor propio en la figura de Pepe Mel. Destituido a las primeras de cambio la temporada pasada, con el equipo colista de Primera pero a tan sólo tres puntos de la salvación, la directiva bética pareció olvidar lo que el estimado entrenador verdiblanco había dado a la afición bética años atrás, y no dudó en fulminarlo, apostando entonces por Juan Carlos Garrido, semanas antes del parón navideño.
Lejos de venganzas, egoísmos o reproches, el que había sido entrenador del club heliopolitano durante tres temporadas consecutivas decidía aceptar, con un “Hasta pronto” y con el señorío que siempre le ha caracterizado, la decisión de la Junta Directiva y del Director Deportivo verdiblanco —por aquel entonces Vlada Stošić— y continuar con su camino en el mundo de los banquillos, que lo llevó a iniciar una nueva aventura lejos de tierras andaluzas. En West Bromwich esperaban con los brazos abiertos al técnico español, que cumpliría con la misión de mantener al equipo de la ciudad en la Premier League por cuarta temporada consecutiva para, posteriormente, rescindir de mutuo acuerdo su contrato con el club inglés.
Medio año después de su último viaje, Mel, que ya sabe que como en casa no se está en ningún sitio y que las decisiones importantes se toman con el corazón, vuelve a su segundo hogar, o su primero, él lo sabe, pero lo hace con idéntico objetivo que en su primer despegue al frente de la nave bética: el ascenso a Primera División. Con menos tiempo que aquella vez pero más convencido que nunca, el beticismo puede estar tranquilo, pues esta vez no sólo pilota la nave un buen entrenador, sino un excelente bético.
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