Bajo el escintilar intenso de un neón a la entrada de aquel viejo café londinense se citaron dos amigos para charlar de la pasión de sus vidas: el fútbol. Apretaron fuerte sus manos sin reparos, uno era del Arsenal, otro del Manchester United. Ese fin de semana se enfrentaban ambos equipos en el Emirates y decidieron que era un buen momento para comentar el devenir del encuentro. Mientras, una fina lluvia mojaba sus abrigos invitándoles a entrar en aquel café.
Eran malos tiempos para ambos, así que decidieron tomar una copa con el fin de ahogar las penas. El del Arsenal se mostraba resignado, como si una maldición acompañara a su equipo durante alguna década. El pasado año se había dejado escapar la Premier con más de la mitad del tramo de camino correcto, inexplicablemente se les acabó la gasolina mientras la cuesta se hacía más empinada. Sorprendentemente, la inercia parecía verse más acentuada esta temporada pese a que habían llegado nuevos refuerzos de mayor prestigio, únicamente Alexis Sánchez parecía ser el centinela que rendía pleitesía a la victoria mientras el resto se dejaban llevar por una desidia bucólica abrumadora. La gran camada de jóvenes que se había aglutinando estos años no parecía florecer como se esperaba o al menos al ritmo deseado. Pese a habernos mostrado algunos retazos en flor como Oxlade, escudero del chileno en la conquista de aquella efímera quimera, es insuficiente.
Inquietado, el amigo de Manchester oía aquellas historias que parecían un thriller de suspense, pero pronto se reclino hacia delante y decidió hablar. Ellos por su parte habían tenido un legado glorioso mientras Alex Ferguson se mantuvo al mando de la nave, Moyes se encontró con un regalo envenenado más allá de la oportunidad de su vida, y esta temporada el United se construía bajo unos cimientos demasiado débiles, con la prisa de volver a la cumbre y olvidar el pasado se fraguó un equipo lleno de estrellas de primer nivel, proscritos de Moyes y algunas promesas con más ilusión que talento. Parecía inexplicable como teniendo una de las mejores plantillas en muchísimos años el equipo volvía a tropezar jornada tras jornada, haciendo menos mártir al bueno de David.
Dos almas rotas buscaban consuelo en aquellas paredes antiguas intentando dar sentido a lo que veían sobre el césped, quizás después de enfrentarse alguno diese con la solución mágica a los problemas de su equipo, quizás la encuentren mucho más avanzado el camino o sea más sencillo de lo que ellos piensan. Sea como fuere, abandonaron aquel café con un halo de melancolía desbordante, la lluvia no cesaba mientras sus figuras se difuminaron en un momento cualquiera de la noche como si no pareciera importarles al paisaje.
A la mañana siguiente Londres amaneció más gris que de costumbre, dos hombres, aún con ojeras de la noche anterior se volvían a dar la mano mientras se miraban fijamente a los ojos, el balón estaba a punto de rodar en el Emirates, pero esta vez no se sentarían frente a frente en una silla, sino cada uno en un banquillo, el del Arsenal y el del United. No dijeron nada, simplemente una mueca cómplice, un guiño cínico e irónico que representa un ‘por lo menos tenemos salud’. Que el fútbol les ampare.
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