Tiempo atrás se ha mostrado errático, parco en trazos más allá de los esenciales y en ocasiones tedioso hasta decir basta. Eran otros instantes, otros tiempos en los que el Chelsea de Mourinho danzaba sin alma mientras intentaba asimilar los conceptos de un ganador nato.
Hoy día, cualquiera que tenga oportunidad de presenciar un encuentro de los blues sale con una sensación completamente distinta, José Mourinho ha conseguido aunar piezas que el pasado ejercicio parecerían utópicas en su adquisición como la pareja Fàbregas-Costa, un binomio estelar de acierto, rendimiento y talento agitados en un coctel perfecto de disciplina táctica y fútbol de calle.
El mecanismo con el que se mueven las piezas del Chelsea analizándolas en profundidad es fruto de un trabajo exhaustivo de posicionalidad táctica y compromiso firme hasta la extenuación. Resulta asombroso ver como en cada encuentro hasta 3 o 4 balones que son disparos directos entre los tres palos acaban golpeando en Cahill, Terry o Ivanović, cada partido los defensores ahorran a Courtois la posibilidad de que incluso hasta 4 ocasiones claras puedan acabar en el fondo de las mallas y eso únicamente se puede conseguir por un compromiso que se iguala al que Paco Jémez inculca a los suyos desde la pizarra día tras día en su Rayo Vallecano, de una manera low-cost.
La sensación de morir por las ideas de su entrenador late a lo ancho y largo de Fulham Road hasta la última esquina de césped de Stamford Bridge. El pasado sábado, el Liverpool atacó los espacios que el Chelsea dejaba en el carril central de manera constante, animándole así a un intercambio de golpes que para nada estaba asemejándose a la filosofía del equipo de Mourinho en esta temporada. Rodgers sabía que arriesgaba, pero era la única carta que podía salir bien tras la desdibujada estampa mostrada por el equipo durante las últimas jornadas.
Pese a ello, y una vez más el Chelsea supo mutar, matar y templar un correcalles que se antojaba caótico para autodeterminarse en su perfil rígido de saber dónde está y que es lo que quiere. Los blues en Anfield volvieron a sacar la mirada seria de trabajar unidos por una fe rotunda que emana entre las pequeñas paredes de un vestuario, volvieron a creer en ese hombre que les alienta y les muestra a diario que no hay horizontes ni murallas que no se puedan derribar sin sacrificio, sin compromiso, como aquella cabalgada poética de Azpilicueta para conquistar Anfield.
El Chelsea volvió a mostrar esa mirada instintiva, primaria, como la del felino que agazapado huele la sangre con la mirada de líder, de campeón eterno.
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