La fase final de la Copa del Mundo, una oportunidad que nos brinda (?) la FIFA de ver durante más o menos un mes a los mejores jugadores del mundo, o cuanto menos, a los que consiguieron su billete en tiempo y forma (cómo no echar de menos a Ibrahimovic). Siete partidos que separan a un grupo de veintitrés futbolistas profesionales del mayor hito al que aspiran desde el momento en el que advierten que se van a ganar la vida con el fútbol.
Imaginaos, no sé, extrapolar este reto profesional a vuestro gremio. ¿Cómo preparáis una oportunidad de alcanzar el éxito que se presenta cada cuatro años y que ni tan siquiera depende exclusivamente de tu rendimiento? Seguramente podríamos enfocar nuestras mejores horas del día a pulir todo aquello que nos aleje de superar este reto cuando no estemos corrigiendo los errores que nos pudieran traicionar en un momento decisivo. En el caso del fútbol, como tantas veces se ha encargado de demostrar, parece que las normas comunes para conseguir logros profesionales no son las primeras que nos vendrían a la cabeza. Incluso comparándolo con otras disciplinas deportivas.
Cuando el fútbol era un juego menos sujeto al análisis exhaustivo, por lo menos por parte de los aficionados, se decía aquello de que una convocatoria para jugar un Mundial era el fruto del trabajo en la temporada o, acotando, terminar en un momento fino de forma física y acierto en la posición para acabar de disipar las dudas que pudiera tener un seleccionador. Ahora todo eso, si haces una visión amplia en el tiempo, ha cambiado mucho. Las mejores selecciones del mundo cuentan con jugadores que prácticamente cada semana juegan partidos a cara o cruz (o, vaya, esa es la sensación que desprenden). Una temporada exitosa, o por lo menos no reprochable, es aquella en la que disputas los torneos regulares hasta la última o penúltima jornada y llegas a las semifinales de competiciones por eliminatorias. Si hablamos, en el caso de los europeos de las competiciones internacionales, es un plus extra donde de un tiempo a esta parte parecen ‘los de siempre’, los que van a llegar a ciertas alturas de torneo, provocando que sean en estos equipos donde aspiren a jugar los mejores futbolistas que, no lo dudéis, son fijos en las convocatorias de sus selecciones.
Con todo esto, hablamos de jugadores que han llegado a tomar parte en cerca de sesenta partidos en la temporada, de exigencia máxima, más los problemas físicos que pudieren haber acumulado en los nueve meses antes de la fase final del Mundial, el periodo de recuperación y la planificación físico-táctica para cohesionar a una veintena de futbolistas que no trabajan a diario se antoja crucial para afrontar la competición que todos veremos y parte como la primera explicación cuando se refiere al equipo que acaba levantando el trofeo.
Cada vez quedan más lejos o ganan en cuanto a lo extraordinario ejemplos como los de la Dinamarca de 1992 o la Bulgaria de 1994 y estamos más pendientes de estrellas o jugadores parte de la élite que llegan justos al final hasta el punto de acabar de romperse durante la preparación para el Mundial. Así, hay quienes con mucha razón exponen la posibilidad de aligerar o acortar el calendario, pero también hay quienes con cierta mala baba, señalan a futbolistas que ‘se cuidan’ para llegar al Mundial finos, minorando el rendimiento con el club que le paga. Es una postura basada en suposiciones, reforzada si los sospechosos tienen un mal partido y desarmada cuando cumplen con la excelencia requerida.
Sea cual fuere la razón, lo que nos demuestran estas dudas en torno a todo es que el sistema no es del todo redondo, tiene fallos importante que merecen ser revisados porque quien siempre acaba perdiendo, aunque sea un poquito, es el aficionado, quien a su vez es el que alimenta toda la maquinaria que hay detrás de cada Mundial.
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