El mundo del fútbol es una noria, los altibajos son característicos y son compañeros de viaje con el que los futbolistas deben convivir día tras día. Reconocer que cualquier tiempo pasado fue mejor puede ser una sepultura prematura y en menos de lo que el jugador espera puede verse con sus botas colgadas en cualquier rincón de su salón preguntándose en un espeso silencio “¿por qué?”.
El año pasado vimos a Pepe condenado al ostracismo del banco, aquel lugar maldito donde ningún jugador quiere estar, para él el verde es su hábitat natural, no se imagina otra cosa que no estar entre los once, en esos momentos ninguna justificación es suficiente.
Consciente de ello, el portugués decidió dejar crecer su pelo como Sansón, esperando una resurrección futbolística que lo hiciera emerger tras las duras palabras de su compatriota Mourinho en las que aseguraba que lo que le ocurría al zaguero era frustración porque un chaval de 20 años le estaba comiendo la tostada. Unas palabras que quedaron marcadas a fuego en el orgullo de Pepe.
Lejos de arrugarse, peleó como un jabato, sin éxito, ante un equipo sin brújula y donde los delanteros rivales llegaban demasiadas veces por su área. Con el tiempo el equipo fue consolidándose defensiva y tácticamente. Las ocasiones rivales cada vez eran menores y Pepe se alzaba como un titular indiscutible en el once de Ancelotti.
El Real Madrid había encontrado su ecosistema, era el momento de dar un paso más, la humillación de Dortmund aún escocía entre los blancos, aquel día Pepe fue uno de los señalados en el Signal Iduna, él no olvida. El destino depararía un enfrentamiento en cuartos de final nuevamente este año frente a los alemanes, esta vez no habría perdón, esta vez no habría compasión.
Con el mono de trabajo hasta arriba, el 3 blanco se dispuso a llenarse de compromiso el uniforme entero, y lo hizo con creces, rápido en la circulación, atentísimo al cruce, a las coberturas, a las segundas jugadas y a cerrar herméticamente cualquier disparo sobre la portería de Casillas. Hacía muchísimo tiempo que no veíamos a un Pepe tan espectacular, a un Pepe que parecía bastarse el solo para detener al Borussia.
En Anoeta tocaba un partido de los de “a cara de perro”. Atlético y Barcelona habían conseguido la victoria y todo lo que no fueran los tres puntos sería un fracaso. El mismo mono de las grandes noches volvió a enfundarse en la casaca del 3, cerrando una grandísima semana logró incluso un gol en la victoria incontestable por 0-4.
Pepe ha vuelto, el central de las grandes noches, el que enterró su fama para hacer lo que mejor sabe y en lo que muchos le consideran el mejor de Europa.
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