Se podría decir que Eric creció con Ronaldinho. Nació en un pequeño barrio del norte de París, rodeado de gente loca por el fútbol. A él no le llamaba excesivamente la atención aquel deporte y, de hecho, cuando su padre lo llevaba al Parque de los Príncipes a ver jugar al PSG, el pequeño Eric se solía aburrir.
“Es muy joven aún para estarse 90 minutos enganchado a algo, los niños se cansan rápido de todo, son muy inquietos”, decía su padre. Eric prefería ir al parque a jugar con los demás chavales o quedarse en casa con sus colecciones de animales de juguete. “Ya verás cómo de mayor va a estar como loco por el fútbol, a mí me pasó lo mismo”. Y no le faltaba razón. Obviamente, no se enteró mucho de la Liga que ganó el PSG en el 94, apenas era un bebé, ni de las Copas del 93 y del 95, pero sí ya vivió algo más la Coupe de France del 98.
Conforme iban pasando los años, a Eric empezaba a gustarle cada vez más ir a ver los partidos del equipo de la ciudad; ir a ver a Jay-Jay Okocha (quien al principio solo le gustaba porque le hacía mucha gracia el nombre), Marco Simone, Mauricio Pochettino, Christian Correa y compañía. También un jovencísimo Mikel Arteta andaba por allí, recién llegado del filial culé. Le empezó a gustar tanto el fútbol hasta tal punto que, cuando pasó de la edad límite para entrar gratuitamente, su padre tuvo que abonarle. Su primer abono, el de la temporada 2001/2002. Casualmente, aquel mismo año llegaría al club parisino el jugador con más talento que ha vestido la camiseta de Les Rouge-et-Bleu, Ronaldinho Gaúcho. Se podría decir que tanto Eric como Ronnie llegaron a la vez al PSG, uno como socio, el otro como jugador. El nuevo socio era aún un pequeño chaval de apenas 10 años, pero el fichaje brasileño ya era un prometedor futbolista de 21.
El Gaúcho aterrizó en la ciudad de la luz el verano del 2001. El PSG pagó 5 millones de euros al Gremio, un auténtico chollo teniendo en cuenta el crack en el que se iba a convertir. Debutó el 4 de agosto de ese mismo año en un partido de liga ante el Auxerre, 1-1. En esas gradas del Parque de los Príncipes estaba Eric, viendo por primera vez jugar a Ronaldinho. Desde el primer momento notó como era un jugador distinto, siempre sonriente y que también hacía sonreír a los demás cada vez que tocaba el cuero. Solo con rozar el balón ya cambiaba todo, Eric veía una magia única en los pies de ese joven morenito. Un joven morenito de dientes puntiagudos y con el 21 a la espalda. Y, desde entonces, desde aquellos primeros destellos de calidad «diferentes», se convirtió en el referente de un Eric que se hizo mayor admirando y siguiendo a Ronaldinho.
Poco a poco el muchacho se fue enamorando más y más del juego de Ronnie, sus goles, sus asistencias, sus regates… era fantástico. Su primer año lo cerró con 9 goles en liga (13 en total, y 10 asistencias) siendo el máximo goleador de los suyos y dejando a su equipo 4º.
El pequeño Eric deseaba que llegara el domingo para ver jugar a su ídolo. Se pasaba la semana pensando con qué les deleitaría el crack ese fin de semana. ¿Un caño? ¿Unas bicicletas quizás? Era su segunda temporada en París, ya con el 10 en la camiseta, y Ronaldinho era capaz de todo. Además, venía de ganar ese verano el Mundial con su país junto a Ronaldo, Roberto Carlos, Rivaldo y demás.
A pesar de su buen momento individual, que le permitía sonar para recalar a todos los grandes de Europa, el equipo pegó un bajón tremendo aquella temporada, la 2002/03, quedando 11º en la clasificación. Sus números, bastante parecidos al curso anterior, 12 goles y 8 asistencias. Eso sí, en Copa lograron llegar a la final pero la perdieron ante el Auxerre, precisamente el equipo contra el que había debutado hacía casi dos años.
Eric estuvo en aquella terrible final de la Copa de Francia del 2003, era uno de lo 78.000 espectadores que acudieron a la hermosa cita. Iba a ser el primer gran título que iba a vivir Eric plenamente, su padre le prometió que lo ganarían. Ambos fueron juntos a Stade de France, el enorme estadio parisino. Todo parecía ir bien, el partido empezó con Ronaldinho a punto de marcar un golazo de falta, y precisamente de los pies del brasileño nació el primer gol. Un centro suyo desde la banda izquierda impactó en un defensa y ahí apareció Hugo Leal para adelantar al PSG. Ronaldinho sonreía, Eric sonreía. Pero todo se torció con la expulsión del propio Hugo, y en el 76, un joven Djibril Cissé se adelantaba a Pochettino dentro del área para marcar el empate. En el 89, Boumsong cazó un balón dentro del área para aniquilar al equipo de Ronaldinho. El Auxerre se convertía en el campeón de Copa y Eric lloraba y lloraba desconsoladamente. No había quien lo calmase. Y así hasta al cabo de unos cuantos días.
Para colmo, ese verano Ronaldo Da Assis Moreira toma la decisión que más ha afectado a Eric en su vida y de la cual pensaba que no levantaría cabeza: abandonar el PSG. El equipo no iba a jugar competición europea el año próximo y Ronnie se estaba estancando, necesitaba ir a un grande. El Real Madrid lo pretendió pero al final le “birló” a Beckham a Laporta y dejó de interesarse en el crack brasileño. Y los seguidores culés le estarán eternamente agradecidos a Florentino por aquello. Al quedarse sin el crack mediático inglés, el presidente azulgrana decidió ir a por el Gaúcho, al igual que Manchester United, que también necesitaba reemplazar a Becks. El club azulgrana se lo acabó llevando por 30 millones de euros y Eric fue hasta el aeropuerto a despedir a su ídolo, pensando que nunca más lo volvería a ver. Entre lágrimas, logró arrebatarle un último autógrafo, una última firma del que había sido su referente durante los dos últimos años.
Aquel verano llegó a París el portugués Pedro Pauleta que, a pesar de tener 30 años por aquel entonces, estuvo 5 temporadas en el club y logró marcar la friolera cifra de 109 goles, convirtiéndose así en el máximo goleador de la historia del PSG. Los goles de Pauleta enamoraron también a Eric, sin duda, que se hinchó a celebrar tantos del killer portugués. Pero no era el mismo cariño que el que le tenía a su primer amor, al cual seguía de reojo siempre que podía viendo partidos del Barcelona, viéndole sonreír junto a Eto’o, Deco y Giuly, a quien también le tenía mucho cariño por ser francés y compatriota. Pero había algo que siempre pensaba el joven Eric. Imaginaba a Pauleta y Ronaldinho jugando juntos. “¿Por qué tuvo que venir tan tarde Pauleta? ¿Por qué se tuvo que ir Ronnie?” Se moría de la rabia. Hubiese sido la dupla más letal de toda Francia y de las mejores de Europa, pensaba.
El chico se iba haciendo mayor, iba creciendo, ya era un adolescente. Pero en su habitación seguían estando los posters de Ronaldinho, las fotos con él cuando lo iba a ver a los entrenamientos, el autógrafo del aeropuerto… además de la camiseta de “Ronaldinho 10” que se ponía siempre para jugar con sus amigos. Cuando se enfundaba esa camiseta se sentía como él, notaba que fluía magia por su cuerpo, que la calidad se apoderaba de él. Era la magia del diez, del chico diez, del jugador diez.
Pero el destino siempre es caprichoso y, en menos de tres años, hizo volver a París al bueno de Ronaldinho. El brasileño iba a disputar su primera final de la Champions y daba la casualidad que iba a ser en París, en el Stade de France, donde tres años atrás había perdido la final ante la atenta mirada de Eric. Ahora, ambos mucho más maduros, volvían a tener una final a la que acudir, uno para ganarla, el otro para ver feliz una vez más a su eterno ídolo.
Eric compró con sus ahorros una de las entradas que la UEFA puso a disposición de los seguidores para acudir a la gran final entre el Barça y el Arsenal. Tenía ya 15 años, y le dejaron ir solo con un par de amigos, que también querían presenciar aquel magnífico duelo en directo entre los dos mejores clubes del mundo en aquel momento. El Barcelona de Ronaldinho contra el Arsenal de Henry. Las entradas las compraron sin darse cuenta en la zona Gunner. Eric iba sin duda con los culés, quería ver a Ronaldinho levantar la orejona, y sus amigos iban como seguidores bastante imparciales.
A pesar del pequeño infortunio con la zona del estadio, Eric pudo volver a disfrutar de la magia del Gaúcho en directo, volvió a verle bailar con la pelota, lo volvió a ver sonreír y, sobretodo, lo vio ganar y coronarse como el más grande. Hacía unos meses que le habían entregado el Balón de Oro y el FIFA World Player, y ahora solo le faltaba levantar la Champions para entrar en el Olimpo del fútbol. Y así fue. Remontando, con los goles de Eto’o y Belleti, los cuales a Eric le costó mucho contenerse en la celebración ya que estaba rodeado de hinchas ingleses. Ronaldinho celebraba en el césped junto a sus compañeros la consecución del mayor trofeo a nivel de clubes que existe, mientras, a escasos metros, Eric contemplaba una vez más a su fuente de inspiración, a su dios. Los chicos se quedaron allí en las gradas hasta que todos los futbolistas se marcharon, hasta que los tuvieron que echar los jefes de seguridad. No querían abandonar ese precioso escenario. Ya nadie se acordaba de la final perdida del 2003. Ahora ya solo quedaban las lágrimas de felicidad de Ronaldinho y también de Eric, al ver triunfar a su primer y único amor futbolístico.
Aquella noche, el fútbol sí fue justo y el astro brasileño logró quitarse la espina clavada de su anterior final en el Stade de France. A partir de ahí, la carrera de Ronaldinho empezó a ir de capa caída; dos años más en Barcelona y luego ya empezó su declive por Milán y su retorno a Brasil. La vida extradeportiva pesó demasiado en su carrera deportiva, por desgracia. No fue más grande porque él no quiso, y aun así, para muchos, es el más grande que han visto sus ojos.
Eric fue creciendo, madurando, siguiendo de cerca a Ronaldinho y también a su PSG, mientras se iba haciendo un hombre. Ahora, 8 años después de aquel último reencuentro entre ídolo y fan, uno sigue repartiendo magia (cuando le apetece) por Belo Horizonte, mientras que el otro disfruta como un niño con el fútbol de alto nivel y los títulos desde la llegada del jeque. Pastore, Ibrahimovic, Thiago Silva, Lucas Moura, Van Der Wiel, Sirigu, Lavezzi, Matuidi, Verratti, Cavani, Cabaye… infinitos jugadores ha fichado ya Tamim bin Hamad Al Zani y podrá fichar otros tantos, pero ninguno será tan especial para Eric como lo fue el eterno Ronaldinho Gaucho. El recuerdo de aquellos dos años inolvidables viendo cada dos fines de semana a Ronnie hacer diabluras en el Parc des Princes no se lo quita nadie. No hay noche en la que no recuerde los momentos mágicos que vivió viendo a su ídolo triunfar en París, pensando en que quizás, en la otra parte del mundo, el Gaúcho de Porto Alegre también esté pensando en las bonitas experiencias que vivió en la capital francesa. Y es que a ambos siempre les quedará París.
3 Comentarios
Muy bueno!! No se si Eric existe de verdad y si la historia es cierta pero está genial
jaja es inventado. Muchas gracias!
Genio!
Excelente relato. Sin duda alguna me identifique, no solo por tener el mismo nombre; mas, por tener la misma admiración hacia el Gaucho. Mi primer encuentro con el fue en 2003 al llegar a Can Barça, yo ya con 10 años de edad . Su llegada, junto con la de Márquez, me hicieron voltear a ver hacia Barcelona. A partir de ahí me enamore del equipo, y sobretodo, de su fútbol. Hoy, por primera vez, me he encontrado con este sitio. Espero seguir encontrando artículos tan orgánicos y genuinos como este.
Saludos desde México.