En la tarde de ayer martes, Carles Puyol anunció su retirada del FC Barcelona a la finalización de la presente temporada. Era una noticia que se venía cociendo desde hace tiempo viendo los problemas físicos y la pérdida de protagonismo del capitán azulgrana.
Para ser sincero, si yo hubiese sido allá por 1999 miembro del cuerpo técnico del Barça, Puyol habría salido del club en busca de oportunidades. Reconozco que no me gustó en cuanto lo vi. Me pareció un jugador limitado técnicamente, correcto en defensa pero que aportaba muy poco ofensivamente al equipo. Por suerte para Puyol y para el Barcelona, yo no ostentaba ni ostento tal condición.
Cuando llega a la primera plantilla del Barcelona en la temporada 99-00, Louis Van Gaal confía plenamente en él. Ese año juega en el lateral derecho 24 partidos en liga y un total de 37 en toda la temporada. Tras dos años en el primer equipo, Carles pasa a ocupar el centro de la defensa, que será su emplazamiento definitivo y el lugar donde conseguiría sus grandes éxitos durante su larga carrera futbolística.
Tras años de irregularidad deportiva del club, la llegada de Rijkaard y Ronaldinho empieza a traducirse en títulos, comenzando la etapa más gloriosa de la historia del Barça y del propio Puyol.
Su valor es difícil de describir si nos ceñimos únicamente a cuestiones técnicas o tácticas. Si alguien me preguntase cual ha sido la cualidad más importante del capitán azulgrana, lo tendría muy claro. Hizo mejores a sus compañeros de la línea defensiva, y su marcha los hará peores. Puso orden donde no lo había, imprimió carácter cuando y donde hacía falta y actuó de bombero dentro y fuera del campo cuando así se precisaba.
Tras levantar 23 títulos a lo largo de su carrera, luchaba en cada partido como si se tratara de un debutante que tenía que ganarse el puesto en el equipo, lo cual servía como ejemplo para jovenes que venían desde abajo pisando fuerte.
El Puyol lateral derecho que tenía ciertos problemas para llegar al aprobado se convirtió con el paso de los años en un central que mandaba, ordenaba y gritaba rozando la excelencia en esa posición. A su lado, los agujeros de Alves eran más pequeños, la lentitud de Piqué no parecía tal y los errores defensivos se reducían a la mínima expresión. Un pulmón, un jugador incansable, de club, carismático y respetado dentro y fuera del campo.
Mucho se ha hablado de Casillas e Iniesta como factores determinantes en la obtención de una Copa del Mundo, pero no son tantos los que recuerdan o agradecen el excepcional testarazo del leridano en la semifinal, en un partido atascado, y ante una Alemania que venía de destrozar a la Argentina de Messi, pasándole por encima como un rodillo.
Es tal el comportamiento ejemplar de Puyol, que incluso los seguidores contrarios más acérrimos tendrían serios problemas para hacerle una crítica con un mínimo de fundamento sin caer en el ridículo. Si dentro del campo la corrección ha sido una de sus virtudes, incluso a expensas de censurar ciertas actitudes de sus compañeros, ejerciendo como capitán y no sólo paseando un brazalete, fuera del campo y delante de un micrófono sería realmente complicado encontrar una salida de tono del capitán barcelonista. Moderación, respeto y sentido común han sido compañeras de viaje en todas sus declaraciones.
Ahora, con unas rodillas maltrechas, una condición física óptima que nunca llega y una fecha de nacimiento que invita a echar la vista atrás en vez de atacar el futuro con decisión, Carles Puyol decide que su tiempo en la élite mundial y con la máxima exigencia, ha llegado a su fin.
La pérdida humana y jerárquica se antoja imposible de reparar para el FC Barcelona a corto plazo. Ojalá algún día un joven canterano tenga la confianza de algún entrenador y que, a pesar de las reticencias de quien escribe, se transforme con el paso de los años en un símbolo, un ejemplo y un orgullo para quien realmente ame un escudo y unos colores. Ese día Puyol habrá ganado un nuevo título.
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