Confieso mi debilidad por “la pulga”. Cuando ya peino canas desde hace un tiempo puedo decir que no he visto jugador como el argentino. Uno, cuando se apasiona por esto del fútbol, crece con jugadores contemporáneos y, en cuanto a los que no lo son, intenta documentarse para tener toda la información posible. Uno oye hablar de los Di Stéfano, Pelé, Cruyff y compañía, e intenta explorar al respecto sobre las virtudes de cada uno. Con las referencias de todos ellos y el conocimiento de lo visto pensé que no viviría para ver otro jugador como Maradona. Me equivoqué. Messi es el Maradona del 86 (el mejor que yo he visto) pero repitiéndolo partido tras partido. Lo que es asombroso e inalcanzable para la mayoría de los futbolistas, se ha transformado en naturalidad y normalidad para Leo Messi. La repetición y reiteración de sus acciones nos ha hecho perder la perspectiva de la dificultad. Con Leo en plena forma no hay ningún jugador comparable, a pesar de la insistencia de cierto periodismo de bufanda en poner a Cristiano en el mismo estatus que el argentino. Reconociendo la excepcionalidad del portugués y su determinación, mi opinión, y creo que la generalizada del mundo del fútbol, es que Cristiano está un peldaño por debajo del argentino, lo cual viendo el nivel de este, le sitúa entre los más grandes de la historia. Pero yo no me he puesto delante de un teclado para explicar las excelencias de la pulga, las cuales son evidentes, sino precisamente para todo lo contrario.
Voy a hacer una crítica a ciertas actitudes de Lionel Messi que afectan a su rendimiento general y, por extensión, a su club. Para dar palos por cosas ajenas al fútbol ya hay legión. No, no tengo puesta ninguna camisa de fuerza ni tengo alteradas mis facultades mentales o, por lo menos, nadie me lo ha diagnosticado con anterioridad a este artículo.
Ya llevamos como mínimo un par de temporadas en las que el astro argentino no es el jugador trabajador de los primeros años. Aquel Messi que jugaba cada partido como si fuese el último, ha desaparecido. El chico de barrio con su pelota en los pies ha dado paso al profesional que mide cada uno de sus movimientos en busca de una supuesta productividad. El cambio se produjo en la actitud de Leo Messi cuando el equipo rival tiene el control del balón. Pasó a economizar los esfuerzos bajo el paraguas del descomunal trabajo de hombres como Alexis, Pedro o Villa. A cambio, Lionel ofrecía el mayor repertorio de goles visto hasta ahora en la historia del fútbol. Frescura en tres cuartos de cancha y en la definición más que nunca, producto del suave trote y el deambular cuando el equipo contrario tiene el control del balón.
Esta temporada el caso se ha llevado al extremo. Hay que tener en cuenta las lesiones. Messi viene de un contratiempo importante en el final de la pasada liga, más alguna que otra recaída y el último problema muscular que le tuvo en el dique seco todo el final de año. Con estos antecedentes podríamos vislumbrar como acertada cierta precaución en los esfuerzos realizados por el argentino, con el fin de evitar nuevas situaciones molestas. Lo que no se puede sugerir como tan acertado es que se cree una especie de vínculo entre la precaución y la desidia.
«La lesión está olvidada», decía Messi a principios de este mes. Viendo los tres o cuatro cambios explosivos de ritmo realizados en los partidos ante Sevilla y Manchester City, da esa impresión. Entonces, habría que descartar los problemas físicos como causa de la apatía del jugador argentino.
A la mínima actitud dedicada a tareas defensivas en las últimas temporadas, hay que añadir la regulación de esfuerzos cuando es el propio Barcelona el que tiene el esférico en la actual. Esta temporada es habitual ver a Messi caminando, recibiendo y pasando. Cada vez encara menos y se reserva para un número de sprints más limitado y reducido. No cabe duda de que a un futbolista que ha ganado 23 títulos, entre ellos tres Champions, dos Mundiales de Clubs, seis Ligas, dos Copas del Rey y un oro olímpico, le obsesiona cerrar el círculo con una Copa del Mundo. Es claramente un tema de prioridades. Si Messi se pierde la cita por excelencia de esta temporada, deberá esperar otros cuatro años, contando prácticamente con 31 en aquellas fechas.
No es que Leo esté jugando con el freno de mano echado, sino que da la sensación de no haber sacado el coche del garaje por miedo a sufrir un arañazo. Esto también podría ser aplicable a algunos otros, no ya tanto por la falta de esfuerzo, sino por el mínimo rendimiento que están ofreciendo. Y viendo lo que se avecina y el estado del actual Barça, donde hay muchos futbolistas a los que se les presupone un nivel y están demostrando otro bastante inferior, donde da la sensación de que si no aparece el argentino los problemas se multiplican, se va a requerir del mejor Messi. Soy consciente de que un Messi deambulando y paseando por el campo con la mente puesta en el próximo verano es capaz de, en dos destellos, resolver un partido o una eliminatoria como ha sucedido en los casos de Sevilla y Real Sociedad —en Copa—, pero también es cierto que el que escribe echa de menos al Messi despiadado, aquel que con un balón en los pies no pensaba y era más ingenuo, aquel que simplemente levantaba la cabeza mirando a la portería y no cejaba hasta alojar el balón en su interior, mientras corría y gambeteaba esquivando rivales y patadas, como aquel día que Eto’o se llevó las manos a la cabeza.
2 Comentarios
y yo, que sigo diciendo que la pulga buscará en verano otro can al que parasitar … «)
Gran artículo. Como comentas, el Mundial tiene mucho que ver.
Es un debate interesante. Con 26 años, no pasa nada porque presione y corra más kilómetros. Pero sin embargo quizás compense esos esfuerzos para centrarse en cuando tiene el balón, para crear peligro y generar terror en las defensas
Yo me quedo con una frase que dijeron el otro día en el programa de la COPE, «Tiempo De Juego»: «Si sigue así, Messi pasará de poder ser el mejor jugador de la historia (si lo es ya o no, es otro debate), a quedarse como el mejor goleador de los tiempos» Muy de acuerdo