Karim Benzema, así a quemarropa y primera vista es un tipo extravagante, extraño, díscolo y algo asocial que recuerda a su compatriota Nicolás Anelka. Atrás de looks, vestimentas, escándalos sexuales y demás parafernalias que no interesan, futbolísticamente hablando el francés es un tipo de jugador difícil de definir.
Por una parte, nos encontramos con un jugador de una calidad elegante que recuerda a retazos a esos andares torpes de cisne de Zidane, y a unas galopadas devastadoras firmadas por Ronaldo Nazario (su ídolo, de ahí gran parte de la importancia y coincidencia). Karim no es un 9 al uso, no es un ‘killer’ nato, se asfixia entre centrales y prefiere lanzarse a los costados de las bandas para asistir a un jugador que entre en segunda línea (Cristiano, Bale… en el caso del Real Madrid). En el club blanco por su posición se le exigen goles, se le pide (como en todos los grandes) algo más que al resto de delanteros y ahí quizás el francés tenga un papel equivocado; “Oigan, que yo no venía por esto”. Bajo mi opinión, su posición ideal debe ser la de segundo punta sin la obsesión por la portería, acompañando a otro 9, uno que tenga el arco entre ceja y ceja. En más de una ocasión ha argumentado que no ve lógico cómo un delantero tiene que correr lo mismo que un defensa —quizás hasta tenga razón— pero esa es una pregunta muy ambigua que hoy no viene al caso.
Benzema es un chico especial, de esos que si fueses presidente del club venderías sin piedad al primer equipo que te diese la mitad de lo que pagaste por él en uno de sus malos partidos, mientras que otras veces tienes que amarlo hasta la extenuación; una eterna confrontación directa de pensamientos temporada tras temporada, así es Karim. Mourinho lo definió como un gato comparándolo con Gonzalo Higuaín (al que, a su vez, comparó con un tigre); esa perspectiva certera y sublime va más allá de la agresividad o el empuje de ambos, Benzema es un gato de los de 7 vidas, año tras año agota cada una de ellas esperando que esa sea la definitiva —desde los Campos Elíseos y Chamartín también lo esperan—.
Pero lo estrambótico llega hasta tal punto que parece un jugador maldito, elegido como héroe principal, llamado a ser uno de los mejores delanteros del mundo hasta que siempre hay algo que lo trunca, un síndrome, una patología, un mal de ojo… llámenlo como quieran. El fútbol tiene memoria corta, es muy injusto en ocasiones y desconocemos si existen más oportunidades para reivindicarse. La melodía del Bernabéu suena de fondo, la gloria, los balones de oro, las ovaciones y las portadas se los llevarán otros. Mientras, él paseará por el tejado como un gato negro, proscrito, señalado, entre pitos de su público, con aquel danzar suave, pausado y elegante que una vez enamoró a Florentino Pérez en cualquier tarde de la vieja Lyon.
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