Mis gustos referidos al fútbol distan bastante de todo lo que rodea a Real Madrid o Barcelona. No por odio, sino por mera incompatibilidad de caracteres y de búsqueda de la tranquilidad, además de que considero que son equipos que en nada me representan. En lo que a fútbol español se refiere, soy de mi equipo y punto, no tengo especial simpatía reservada para ningún otro conjunto. Eso no quita que, muy a menudo, sienta predilección por algún jugador en concreto que no viste mi camiseta, y muchos de ellos, evidentemente, pasaron por los dos equipos grandes de nuestro fútbol. El Barça me trajo a Ronaldinho (probablemente el futbolista que más me enamoró nunca), Puyol, Xavi o Kluivert, y el Real Madrid a Mijatovic, Roberto Carlos, Zidane, el compartido Figo o el hombre del que me apetece hablar hoy por lo reciente de su homenaje como hijo pródigo: Raúl.
Crecí viendo a ese jugador llevando el 7 del equipo que solía ganar casi todo en mi infancia consciente, ya que el comienzo de la época del Dream Team me pilló antes incluso de los albores de mi existencia, y en los últimos coletazos de la era Cruyff, antes de que a Barcelona llegase la oscuridad apenas levantaba un par de palmos del suelo. Mediante esa premisa, poco más cabe explicar para decir que no recuerdo otro equipo ganador en España durante aquellos años que no fuese el Real Madrid o vagamente el fugaz Atlético de Antic, y eso de los equipos todopoderosos siempre es algo que deja impronta en una mente todavía creándose que encuentra en el fútbol un lugar para lo épico. Era un niño y veía a un hombre (por aquel entonces me parecía un viejo, y resulta que aquel tío tenía mi edad actual) que jugaba en el que parecía ser el mejor equipo del momento, y en cada partido que podía observar aparecía siempre como goleador. Para un ser pequeño que crece con un futuro todavía por escribir, ese tipo de figuras siempre son tomadas como ejemplo.
Llegó un momento en el que empecé a ver el fútbol de forma algo más madura, pero ese futbolista todavía estaba ahí. Te venden, claro está, que juega en un equipo que históricamente no cae bien a los tuyos, pero dejar de disfrutar a un futbolista por prejuicios ajenos, como si todos pensásemos igual me resulta absurdo. Para mí era una obligación admirarlo siempre que no jugase contra los míos, porque era un jugador atípico.
A medida que con los años iba perdiendo aquella velocidad que le daba un plus importantísimo de imprevisivilidad, Raúl era cada vez menos peligroso con el balón en los pies fuera del área, pero lo que siempre marcó las diferencias y nunca perdió fue ser un superdotado para su trabajo, uno de los futbolistas más inteligentes que mi memoria pudo retener. Dicen que los grandes delanteros deben ser un poco tontos para no detenerse a pensar más de la cuenta, pero él era todo lo contrario, utilizaba su picardía meditada de una forma brillante para estar siempre en el lugar adecuado, calculaba las trayectorias del balón sin necesidad de instrumentos de medida, sólo con la mirada.
Siempre dijeron de él que era demasiado egocéntrico, que no le gustaba perder el papel protagonista, pero siempre me pareció uno de los mejores capitanes que recuerdo en el mundo del fútbol, un líder indiscutible en el vestuario. Su marcha del Real Madrid dejó a una plantilla sin nadie con la jerarquía suficiente para ser incontestable y los problemas sobrevinieron. Además, cuando llegó Florentino Pérez y trajo a Cristiano y Benzema, supo que en aquel momento no podría lidiar con esa competencia y supo aceptar su nuevo papel, una labor de menos protagonismo pero de igual autoridad entre sus compañeros. Esas son las actitudes que hacen ganarse el respeto de los compañeros, aceptar que el brazalete no da la titularidad, pero sí todo lo demás.
Tenía alma, orgullo, carisma, igual que otros jugadores de su selecta especie como Carles Puyol. Trabajaba como el que más a pesar de ser la estrella, y me resulta imposible no respetar a alguien que cumple esas características. Todo lo que tuvo se lo ganó por esfuerzo, por ser consciente de que nadie regala nada (imaginemos lo que podría haber sido esa mentalidad en el cuerpo de un tío del talento inabarcable de Guti). Mentalmente era fuerte como pocos, y eso le hacía ser respetado. Se fue del equipo de su vida porque su prioridad era seguir jugando y sintiéndose competitivo, y a pesar que muchos despreciaban sus opciones triunfó nuevamente en un equipo al que ayudó considerablemente a dar multitud de sorpresas. Ahora, ya buscando un retiro pausado y dorado en tierras del exótico emirato de Qatar, empieza ya a erigirse como una leyenda del pasado.
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