Dicen de la Copa de la Liga inglesa que es una competición menor, que no cuenta lo mismo que el resto de competiciones en la que compiten los equipos Premier. Dicen también que no se puede tomar en serio un trofeo que cambia de nombre (por motivos de patrocinio) cada pocos años. Puede que todas las afirmaciones que restan prestigio a esta competición sean ciertas, pero también lo es su carácter sorprendente. Es el torneo en el que los sueños del equipo pequeño llegan a cumplirse.
Es posible que a los clubes grandes no les interese lo suficiente la ahora llamada Capital One Cup porque hay otros objetivos que cumplir, y que en muchos partidos reserven demasiado sin miedo a decir adiós antes de tiempo, pero eso crea un onírico rincón para que el humilde no se resigne a las pesadillas de la eliminación y busque cumplir sus fantasías imposibles. ¿Cómo decirle a un equipo de League Two que desafía el poder de los grandes que su ansia de victoria no tiene tanta importancia como la de otros?
La Copa de la Liga es el lugar en el que triunfan los inconformistas, en el que nadie es lo suficientemente pequeño como para no poder tumbar a un gigante aletargado por el pensamiento de otros objetivos dorados mediante trabajo en equipo. Un trofeo en el que el espíritu ganador puede llegar a contar más que el talento futbolístico, y eso es lo que volvimos a ver esta temporada. El Bradford se convirtió, mediante ilusión, en un finalista inesperado, y el Swansea llegó a su encuentro ejerciendo de matagigantes, dejando en el camino al Chelsea y al reciente campeón, el Liverpool.
La final del 24 de febrero enfrentará a dos conjuntos que en los últimos años se cruzaron con direcciones opuestas en el cruel ascensor del fútbol, coincidiendo la bajada sin freno a los infiernos del Bradford con el recorrido del equipo galés a lo largo de la escalera hacia el cielo de la Premier (coincidieron en League One en la 06/07). Será un duelo a partido único, y la grada de Wembley estará bien cubierta a pesar de que no se enfrenten los poderosos.
La League Cup tiene un formato interesante para las sorpresas. Se juega a partido único hasta las semifinales, en las que sí hay ida y vuelta. Este hecho, unido al ya comentado menor interés de los grandes en esta competición hace que cada año sea habitual ver algún que otro invitado inesperado en las últimas rondas (el año pasado el Cardiff jugó la final), y que los devoradores de títulos se vean sorprendidos ante rivales que a priori no deberían significar un problema grave.
Ningún equipo de cuarta división inglesa había llegado a la final de este torneo desde 1962, cuando lo logró el Rochdale. Es una gesta que sólo está al alcance de quienes tienen la competitividad como idea y la suerte de su parte, y les da derecho a soñar en esta larga noche que durará un mes. Tras encadenar 6 victorias durante el torneo sólo necesitan una más para lograr algo sin precedentes en la historia: disputar la Europa League. Es una fantasía megalómana, pero con posibilidades reales. Seguir remando será la única opción posible para un equipo que, aunque ya se convirtió en ganador, no quiere morir en la orilla.
Será un logro efímero en la injusta memoria futbolística, sedienta de nuevos temas de los que tratar, pero eterno en la mente de los protagonistas. Nadie será capaz de borrar de la memoria de la gente de Bradford aquel partido en el que vieron a los suyos convertirse en leyenda. Nadie será capaz de hacer olvidar a James Hanson el gol que llevó a su equipo a la final y a hacer historia. Su gol, que a la vez fue el gol de todos. No les pellizquen, porque no están soñando.
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